Darwin y la vida humana

El quehacer de la Ciencia tiene como objetivo el conocimiento racional de la realidad. En el rigor de las aproximaciones metodológicas -observación, medida, experimentación- se sustenta la validez de los resultados, el alcance de las teorías que los interpretan y el de las ideas que se consolidan a partir de esos hallazgos. La práctica de la Ciencia ha supuesto una apasionante aventura intelectual para el ser humano, la única especie biológica capaz de razonar y de reflexionar en el sentido más amplio. También la creación artística de cualquier índole supone un atributo definitorio de la condición humana. Hay diversas formas de conocer y conocernos, la Ciencia no es la única.

La Ciencia ha progresado mediante aproximaciones reduccionistas con la pretensión de obtener conclusiones de validez general. Sin embargo, hay también una aspiración humana para comprender el conjunto de la realidad, desarrollando una cosmovisión propia en la que englobar conocimiento y valoraciones. Desde ese punto de vista, no cabe la fragmentación del conocimiento. Cuando se cumple el segundo centenario de Charles Darwin, junto con el sesquicentenario de la publicación de su obra principal, El origen de las especies, importa valorar su obra científica como tal, así como su influencia en la cultura y en la organización social, que tanto impacto ha tenido en la vide muchas personas.

La variación natural en los seres vivos era patente, desde siglos antes, gracias a los esfuerzos de numerosos naturalistas, comenzando por el propio Aristóteles. Darwin desarrolló su experiencia a partir de la observación detallada de numerosas especies en ambientes salvajes. Igualmente, percibió los efectos de la selección artificial que efectuaban los criadores de aves domésticas, forzando la selección de determinadas variedades. Al proponer la selección de los más aptos, como fuerza que opera sobre las variantes individuales que aparecen de manera natural, Darwin pudo encontrar una de esas ideas que permiten conclusiones de valor general. Fenómenos aleatorios, no deterministas, como la variación biológica, se ven afectados por una selección que opera sobre la capacidad adaptativa.

La evolución biológica mediante la selección natural, se convirtió en la idea dominante, la clave fundamental para explicar los fenómenos propios de los vivientes. Tras Darwin había de llegar la genética mendeliana, que demuestra la herencia de los caracteres y sus variaciones. Surgiría después la Biología Molecular, trasladando al nivel de los propios genes la explicación de las variaciones y las bases de su selección, en una síntesis que validaba las ideas evolutivas. Los datos han ido encajando para configurar que existe una unidad en el sustrato definitorio de los seres vivos, así como una organización biológica que se hace más compleja con la aparición de las sucesivas especies.

En cualquier caso, como señalan los biólogos evolucionistas más razonables, el valor de la aportación de Darwin es haber formulado una teoría sobre la que se puede seguir ampliando el edificio científico, que no está agotada, pues muchas preguntas siguen vigentes. Porque aun siendo una explicación razonable, la teoría de la evolución es eso, una teoría no demostrable experimentalmente en su globalidad. Y porque la cantidad de fenómenos evolutivos por explicar es mayor que la de los explicados. Los grandes saltos como la emergencia de las células eucarióticas (con verdadero núcleo), el propio concepto de especie y su generación, de forma que sea aplicable a todos los organismos (las especies bacterianas no pueden ser definidas como comunidad de reproducción), el ritmo de los cambios evolutivos, etc. son cuestiones que siguen abiertas. El conjunto de ideas que se han ido desarrollando en el mundo de la Ciencia desde Darwin diseñan también un universo en cambio; el universo no es estable como postuló Newton, sino que tuvo un comienzo y evoluciona experimentando un proceso de expansión. Se esfumó hace tiempo el sueño de Laplace, de predecir todo lo que ha de ocurrir en un universo determinista.

Darwin destaca entre los otros científicos que también propusieron la evolución biológica. De ahí que se atribuyan al darwinismo las derivaciones de su teoría que impactaron en el mundo del pensamiento y de la organización social. Los resultados de este impacto no son naturalmente responsabilidad del ilustre naturalista inglés, más bien desbordan el hecho científico para adentrarse en interpretaciones de la naturaleza humana con consecuencias variadas.

El darwinismo social supuso la consagración de principios individualistas, como fuente razonable de toda organización, enfatizando la competencia y la lucha por la existencia. La visión monista del hombre, desde una perspectiva exclusivamente materialista, incluso llegó a formularse como una pseudo-religión inspiradora del materialismo histórico (marxismo), o de la superioridad de las razas y la justificación de la eliminación de los más débiles (nazismo) y la eugenesia. La falta de un propósito atribuible a los procesos de selección natural, ya que actúan sobre cambios aleatorios, ha dado pie a formulaciones descalificadoras de la visión trascendente de la vida humana, que desbordan el alcance del propio hecho científico. En términos dramáticos, Monod nos urge a aceptar nuestra soledad de seres abandonados en un mundo indiferente en que hemos emergido por azar. Desde una visión casi metafísica del azar (como señala Arana), nos insta -con lenguaje paradójicamente evangélico- a elegir entre el reino y las tinieblas, siendo el primero la aceptación de la carencia de sentido. Finalmente, desde una visión más flemática, Dawkins sentencia que somos simplemente el vehículo de genes egoístas, que se auto-propagan en un universo carente de diseño, propósito, mal o bien, por lo que no es probable que sea fruto de ningún diseñador ¿para qué preocuparse?.

Sin embargo, la estructura evolutiva en el mundo de lo vivo, de la que somos parte, supone una visión perfeccionada de la realidad material que también nos constituye. Pero, igualmente sabemos que somos la única especie biológica capaz de actuar anticipando las consecuencias de nuestras acciones, y de elegir en función de criterios de verdad, bien, amor y justicia. Nada hay en el darwinismo que nos demuestre la trascendencia de la vida humana, pero tampoco hay nada que la niegue. Revirtiendo visiones opuestas, Ayala ha llegado a señalar que la teoría de la evolución puede también verse como el regalo de Darwin a la religión; la imperfección es inherente también a los procesos naturales. Desde el conocimiento de nuestra realidad biológica, hermanados en la naturaleza con el resto de los vivientes, podemos seguir abiertos a la pregunta fundamental sobre el sentido de nuestras propias vidas. La vida humana, la de cada persona que habita en este planeta, es el resultado de una serie de fenómenos altamente improbables, pero que, no obstante, han ocurrido. Sabemos mucho más de las leyes físicas que gobiernan el ambiente en el que hemos surgido. Podemos ser más libres para bucear en los misterios que persisten detrás de unas leyes de la naturaleza en las que nuestra propia existencia se enmarca.

César Nombela, catedrático de la Universidad Complutense.