En este periódico firmas muy solventes y de diversas procedencias expusieron en su momento la crítica a la estrategia que el primer ministro británico anunció a finales de enero. Como es sabido tiene dos etapas. En la primera se repatriarían competencias “de Bruselas”. Logrado esto, se convocaría un referéndum en 2017 para preguntar al pueblo británico (si el partido conservador gana las elecciones generales que se celebrarán como muy tarde en mayo de 2015) sobre la permanencia o no de Reino Unido en la Unión Europea.
El calendario que subyace a tal estrategia es totalmente irrealista.
Las competencias en cuestión se darán a conocer el próximo otoño. Después de las cruciales elecciones alemanas de septiembre. Existen dos posibilidades. Que impliquen modificaciones del Tratado o no. Si las implican, los Estados miembros deberían ponerse de acuerdo unánimemente en convocar una conferencia intergubernamental. Es inverosímil que pueda llegarse a una decisión de tal porte antes de las elecciones europeas de mayo de 2014 y del rodaje de los nuevos equipos en el Parlamento y en la Comisión. También cambiará el presidente del Consejo Europeo. Todo ello nos sitúa a principios de 2015.
En lo que a la segunda posibilidad se refiere, podría ocurrir que ni siquiera entonces hubiesen comenzado las negociaciones de repatriación. Mr. Cameron acudirá muy probablemente a su cita electoral con resultados más bien parvos. No podría exhibir haber dado jaque “a Bruselas”.
En cualquiera de los dos supuestos la Unión está obligada a seguir sus procedimientos legislativos. Tiene que haber sobre la mesa propuestas de la Comisión, producirse las necesarias discusiones en el Consejo, presentar al Parlamento lo decidido, discutirse y votarse en él, abrir el procedimiento de conciliación si, como es verosímil, hubiera discrepancias sustanciales. Una segunda lectura parlamentaria implicaría nuevos retrasos. En los casos en que no se plantean problemas los procedimientos legislativos suelen durar más de un año por término medio. Si se plantean, el tiempo se alarga.
¿Resultado? Es poco probable que, terminado 2016, Mr. Cameron esté en condiciones de presentar un éxito rotundo a la opinión pública británica. Su calendario corre el muy previsible riesgo de demora. Cierto es que siempre podría aducir ante el electorado que la repatriación de competencias es un ejercicio largo y difícil y que el calendario no debe tomarse al pie de la letra. Una argumentación pobre, pero que podría “pasar”, sobre todo si se apoya mediáticamente.
La mayor o menor dificultad de las negociaciones dependerá de consideraciones políticas y de complicados problemas técnicos. Reino Unido goza de derogaciones muy importantes ya protocolizadas en el Tratado. La aceptación de normas “foráneas” (procedan bien sea de la Unión o del Consejo de Europa) se hizo por una decisión del Parlamento británico. Están incorporadas al sistema legal interno. Para eliminarlas habría que llegar a un acuerdo en buena y debida forma con los demás socios, puesto que uno de los principios intocables de la Unión Europea estriba en la prelación del ordenamiento jurídico común sobre el nacional.
De plantear una reversión de este principio se generaría una dinámica que o llevaría al hundimiento de la Unión tal y como ha evolucionado hasta el momento o a la autoexclusión de Reino Unido. Londres tendría que negociarla como si fuera un divorcio no amistoso. No cabe pensar que tal escenario no inflija daño a los demás Estados miembros. Por consiguiente, una buena dosis de acritud no sería nada sorprendente. Entrarían en juego intereses absolutamente vitales.
Al enfocar la estrategia de Mr. Cameron desde el punto de vista de su operatividad, medida por el rasero de una Conferencia Intergubernamental (CIG) o de una negociación que no afecte al Tratado, se pone de manifiesto que el calendario no es demasiado realista. Ya que es literalmente imposible que los expertos británicos no se hayan apercibido de ello, no se me ocurren sino dos explicaciones. La primera es que Mr. Cameron pudiera tener, en realidad, un concepto ideológico que choca con la línea en torno a la cual se ha movido su país hasta el momento. La segunda es que predominen consideraciones internas, tales como el deseo de aplacar a los tories euroescépticos y a los eurófobos del Partido para la Independencia de Reino Unido (UKIP). Si es así, estaría jugando no solo con intereses vitales británicos. También con los de los restantes Estados miembros.
Es de esperar que el reconocido pragmatismo británico y el buen hacer de su Administración consigan que la sangre no llegue al río. Querer repetir a los doscientos y pocos años la épica de Waterloo es una aspiración extraña. Las eventuales negociaciones, que no serían meramente presupuestarias, permitirán a muchos lobistas ganarse bien la vida durante largo tiempo.
Ángel Viñas es catedrático emérito de la UCM. Ha trabajado 20 años entre “los malvados de Bruselas”.