Se cumplen tres años de la histórica manifestación que recorrió las calles de Barcelona en defensa de la Constitución y la convivencia democrática.
Tras varias semanas de máxima tensión y tristeza con motivo del golpe a la democracia iniciado por el separatismo los días 6 y 7 de septiembre, los catalanes constitucionalistas llegábamos al 8 de octubre con ganas de demostrar al resto de España y al mundo nuestra voluntad de seguir siendo catalanes, españoles y europeos. ¡Y vaya si lo hicimos! Aquel día la mayoría silenciosa rompió, por fin, la espiral del silencio impuesta desde las más altas instancias de gobierno de la Generalitat, y desde entonces los nacionalistas ya no lo tienen tan fácil para apropiarse del nombre de Cataluña. Durante demasiado tiempo nos habíamos sentido desamparados viendo cómo los sucesivos gobiernos autonómicos se dedicaban a dividirnos en lugar de trabajar por un futuro próspero para Cataluña y, por extensión, para el conjunto de España. El 8 de octubre es una fecha señalada porque el constitucionalismo demostró que las calles de Barcelona, de Cataluña entera, son de todos y no solo de los separatistas.
El discurso del Rey del 3 de octubre nos había dado tranquilidad y estoy seguro de que animó a muchos ciudadanos a salir a la calle a expresar su compromiso con la Constitución y sus ganas de seguir compartiendo con el resto de los españoles un mismo espacio de derechos y libertades y de solidaridad entre ciudadanos. Los participantes en aquella histórica manifestación volvimos a casa con una doble sensación: por un lado, de alivio por haber manifestado por fin nuestros sentimientos; y, por otro, de orgullo colectivo por formar parte de un gran país como España y de un gran proyecto de vida en común como la Unión Europea.
La esperanza de ese millón de personas se impuso al odio que el nacionalismo lleva décadas alimentando desde las instituciones. Esa esperanza que vio la luz el 8 de octubre de 2017 desembocó apenas dos meses después en una victoria histórica del constitucionalismo liderado por Inés Arrimadas, la mujer más valiente que he conocido en política, que envió el mensaje inequívoco de que Cataluña no es propiedad del nacionalismo y que la inmensa mayoría de los catalanes nos sentimos tan catalanes como españoles y queremos seguir contribuyendo, como siempre hemos hecho, al progreso de España.
Desde entonces, Ciutadans ha sido un dique de contención frente al separatismo, hasta hace una semana comandado por un agitador como Quim Torra, quien nunca tuvo empacho en reconocer que él no había venido a gestionar una autonomía. Su hoja de servicios no es más que una ristra de provocaciones y desaires a los principios más esenciales de la democracia. Ha amenazado constantemente la libertad ideológica de los ciudadanos y ha atacado a nuestras instituciones democráticas: la Monarquía, el Poder Judicial e incluso a servidores públicos como los funcionarios del Parlament o los Mossos d’Esquadra.
Ahora dice irse víctima de la represión pero se va con la vida resuelta cobrando más de 120.000 euros anuales, oficina y asesores. Una plétora de privilegios que se compadece mal con la monserga de quien se jacta ante los tribunales de desobedecer las leyes y luego se presenta como un mártir cuando los jueces le dan la razón y le condenan por desobediencia.
Este último despropósito de Torra ejemplifica a la perfección la farsa que el relato separatista ha intentado instalar en nuestra sociedad durante todo este tiempo: que la suya es la historia de David contra Goliat. Nada más lejos de la realidad. Llevan décadas gestionando desde la Generalitat un presupuesto de 33.000 millones de euros y buena parte se va por el agujero negro del procés. Porque son muchos los enchufados que tienen cobrando un dineral del erario público, y muchos los millones que hacen falta para tapar sus mentiras con unos medios de comunicación que controlan con mano de hierro, pues solo así puede blanquearse un golpe de Estado que aplastó al 53% de la población, mientras ellos representaban a un 47% y decían ser la mayoría. No, la mayoría éramos constitucionalistas, y ahora vuelven a amenazar abiertamente con nuevos saltos, o mejor dicho sobresaltos, si alcanzan el 50% de los votos en las próximas elecciones. Tenemos que decirles alto y claro que la soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español.
La realidad es que no son David contra Goliat. David es el catalán de a pie que no quiere la ruptura y es ignorado por su Govern, que es Goliat. Ese David que hace tres años salió a la calle, después de ser silenciado durante décadas, acosado, amenazado. David son los catalanes que no llegan a final de mes, los autónomos que están con el agua al cuello o los profesionales sanitarios que están desbordados mientras ven cómo quienes nos gobiernan se llenan los bolsillos por dedicarse a enfrentar a los catalanes entre sí y con el resto de los españoles, ante la incomprensible pasividad de los sucesivos Gobiernos de España.
Han pasado tres años y, ante unas elecciones autonómicas inminentes, el separatismo sigue amenazando con volver a intentar liquidar nuestro ordenamiento democrático. Lo único que ofrecen a los catalanes es más confrontación, división social y decadencia económica. De ahí la importancia de que los ciudadanos de Cataluña seamos muy conscientes de lo que nos jugamos en los próximos meses. Vivimos momentos complicados como consecuencia de la pandemia, por lo que no podemos permitirnos otros cuatro años de procés como pretenden Puigdemont y Junqueras, JxCat y ERC.
En estos tiempos de crisis, Cataluña necesita un Gobierno sensato, respetuoso con su propia pluralidad, centrado en los intereses humanos y materiales de Cataluña y no volcado en ensoñaciones nacionalistas que solo conducen a la frustración. Ya hemos tenido suficientes promesas incumplidas y gobernantes que alimentan las bajas pasiones de los radicales.
Así las cosas, los partidos constitucionalistas tenemos la obligación moral de arrumbar nuestras diferencias y aunar esfuerzos para derrotar al separatismo en las urnas. De recuperar el espíritu del 8 de octubre. Solo así conseguiremos dejar atrás esta década ominosa en la que nos ha sumido el separatismo e iniciar una etapa de reconstrucción de Cataluña y de los puentes con el resto de España. Si los constitucionalistas nos unimos con una coalición que ilusione a todos los catalanes que se sienten desamparados, David vencerá a Goliat. No hay tiempo que perder.
Carlos Carrizosa Torres es jefe de la Oposición y Presidente del Grupo Parlamentario de Ciutadans en el Parlamento de Cataluña.