De Algeciras a Kabul: 8-M

La prensa del día 9 informó de que las mayores manifestaciones feministas del 8 de marzo se han producido en Madrid, Estambul, Kabul, Teherán... Antiguamente, cuando había mili, las cualidades del recluta tras el servicio quedaban reflejadas en una cartilla en la que aparecían una serie de conceptos que se valoraban, tales como conducta, amor al servicio, aplicación... El valor, como no había habido ocasión de probarlo, venía seguido de una frase optimista y poco comprometedora: «se le supone». Supongamos entonces que las manifestantes de Madrid hubieran hecho lo mismo en Kabul. Allí la extraordinaria Sima Samar, que lleva décadas desafiando a los talibanes, encabezó la manifestación. Sin burka pero con velo. O en Estambul, donde las mujeres se han enfrentado al régimen de Erdogan con el pelo suelto y en pantalón corto. En Teherán iba delante una señora condenada a dos años de cárcel por quitarse el velo en la calle. Las estaba esperando la policía. Sin comentarios.

Las causas de esas calles llenas de gente en Madrid quedan desdibujadas en el mundo de lo pararracional. España es el quinto país mejor del mundo para nacer mujer según el Instituto de Georgetown para las Mujeres, Paz y Seguridad y el Instituto de Seguridad e Investigaciones de la Paz de Oslo. Hubiera habido una cierta lógica si en Suiza o en el Reino Unido que, según datos de Social Policy (OCDE), encabezan las estadísticas europeas en lo que ahora se llama violencia de género y en otro tiempo se llamó crimen pasional, hubiera habido grandes demostraciones públicas, pero no ha sido así. Curiosamente en los países desarrollados no ha habido huelga general ni multitudinarias concentraciones. Desde luego nada que pueda ni remotamente compararse con lo de Madrid. ¿Qué demonios significa esto?

Hay varias hipótesis y todas son preocupantes. La primera es que la ideología de género tiene en nuestro país una implantación mayor que en otras naciones, lo cual es un síntoma de desfondamiento moral y de indigencia intelectual bastante alarmante. O sea, que está el personal con las velas desplegadas esperando con desesperada necesidad el viento cálido de algún catecismo redentor que venga, por piedad, a poner norte en sus vidas, a ofrecerles una causa noble por la que vivir y luchar, a darles ocasión de trascender la triste y vulgar condición humana en el monótono día a día.

La segunda hipótesis es que las mujeres españolas viven en una lamentable situación de marginación y los de Oslo y Georgetown mienten como bellacos. Esto tiene cierta lógica en el mundo de la posverdad. Como España ocupa un lugar de honor en el universo de las fake news e incluso podríamos decir que lo inaugura con su leyenda negra, por ahí han ido los tiros en la prensa extranjera. Fotos en portada de las manifestaciones de Madrid y Estambul (es más o menos lo mismo) y aplicación de la lógica Spanish fake news for ever. Este es el país de don Juan y el que le ha prestado a las lenguas de su entorno la palabra «macho». Tiene por lo tanto todo el sentido que en el país de los «machos» las mujeres estén de puro dolor. Nadie se ha entretenido allende los Pirineos en mirar los datos que ofrecen los de Oslo y Georgetown, y en constatar que en el país de los «machos» las hembras hace mucho que obtienen más titulaciones universitarias que ellos (y también más que ellas en la mayor parte de los países desarrollados) y que los dejaron atrás hace décadas en campos tan cualificados como las leyes o la medicina. Habrá sido un gusto extraordinario en las naciones del vecindario ver de nuevo a la atrasada y siempre lamentable España dando el espectáculo después de haber entretenido el cotarro europeo con el sainete independentista. Porque está claro que si las francesas, las inglesas, las alemanas, las estadounidenses, las danesas, etcétera, no se han manifestado masivamente es porque no lo necesitan. A fin de cuentas ellas no viven en el país de los «machos». El USA Today comenta por extenso que en España cinco millones de mujeres han ido a la huelga para protestar por la violencia machista.

Como verá el lector, la segunda hipótesis no mejora la primera. Pero es que hay una tercera (y no se agota el asunto), a saber, que las manifestaciones generistas se hayan llenado de gente por el placer del ruido y el barullo, por no quedarse fuera del canto coreado por la horda entera, por no significarse en la diferencia y parecer contrario o tibio ante una ideología que hoy es, no ya dominante, sino dogma de fe.

De manera que tenemos:

1. La ideología de género es dominante en casi todos los ámbitos y dueña absoluta del espacio público en España.

2. Los españoles y sus vecinos tienden a creer que España está mucho peor de lo que está, incluso cuando está mejor que sus vecinos. Esto es un clásico.

3. Progresa, y muy adecuadamente, el pensamiento (la palabra es inadecuada a todas luces) tribal y excluyente. Es cada vez más peligroso no pensar como todo el mundo.

En cierto sentido, el generismo es una forma de populismo y prospera como todas las ideologías que ofrecen su mercancía a la opinión pública por el procedimiento de vender cédulas de víctimas y verdugos. Se señala a un grupo humano como causante de los males del resto y partir de ahí todo es ganancia. Basta con apartarse de ese grupo para estar con los buenos y ser noble y generoso. No requiere de mucha reflexión y ofrece confort emocional y moral casi gratis. En las ideologías vinculadas al comunismo, el malo es el capitalista, el burgués, el que tiene dinero. En las nacionalistas, el que oprime al pobre y heroico pueblo machacado y robado por otro pueblo opresivo. Lo importante es encontrar un enemigo, fabricarlo y señalarlo. Es un mecanismo básico que genera una reacción irracional e inmediata. Nosotros y los otros. Los que están conmigo o contra mí. Los buenos y los malos. Lo genial de esta versión del mundo dual es haber convertido a media humanidad en víctima de la otra media provocando un negocio colosal al que es fácil apuntarse.

El coro orquestado por los medios de comunicación ha sido para un estudio antropológico. Quedan en el espacio público unas cuantas voces discordantes pero nadie quiere dar la nota y ser acusado de no comulgar con la santificada idea que el generismo ofrece. Y luego hay detalles de puro virtuosismo, como ese lazo de color violeta. Precisamente. ¿Nadie ha reparado en el detalle? Ahí lo dejo, como asunto sobre el cual conviene pensar. Porque esta vida es muy difícil y ni pensando con empeño nos orientamos bien en ella. Pero cuidado, siempre cuidado con los libertadores.

María Elvira Roca Barea es autora de Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español (Siruela, 2016).

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