De Blair a Brown

En teoría, a Blair le quedan todavía varias semanas de ser primer ministro de Gran Bretaña. En la práctica, el cargo ha pasado ya a manos de Gordon Brown, ministro de Hacienda durante los últimos 10 años. Blair ha dimitido a mitad de mandato, de modo que Brown será primer ministro durante un mínimo de dos años. ¿Qué tipo de líder va a ser y qué innovaciones parece probable que va a llevar a cabo?

La verdad es que nadie sabe cómo va a salir parado Brown en la transición de ministro de Hacienda a jefe de Gobierno, ni siquiera él mismo, seguramente. Como ministro de Hacienda ha sido extraordinario; el triunfo del laborismo en tres elecciones consecutivas se debe, en gran parte, a una prosperidad económica que ha ido en aumento bajo su mandato. Durante los últimos 10 años, Gran Bretaña ha superado en renta per cápita a Francia y Alemania. Sin embargo, ser primer ministro es muy distinto que dirigir la economía del país. El primer ministro tiene que tratar con la población en general, ser accesible y poder trabajar con gran variedad de grupos y personas, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. En otros países, los ministros de Hacienda no han sabido dar el salto.

Brown carece de la simpatía natural de Blair. En la prensa británica se ha escrito mucho sobre su carácter malhumorado, su escaso espíritu de colaboración y su actitud ocasionalmente arrogante. El antiguo responsable de los funcionarios, Andrew Turnbull, le calificó hace poco de "estalinista". En los sondeos de opinión, la ventaja actual de los conservadores sobre los laboristas es aún mayor si se pregunta a los votantes qué les parece un Gobierno encabezado por Brown.

Es un político de enorme talento y una persona dotada de complejidad y profundidad intelectual. Su estilo, sin duda, será diferente al de Blair. Tratará de reemplazar la simpatía con gravitas, con seriedad. No creo que, como dicen algunos, vaya a tener que reinventarse a sí mismo. Lo que tendrá que hacer será mostrar un aspecto de su personalidad que, hasta el momento, ha mantenido apartado del público. En privado, Brown puede ser simpático e ingenioso, unas cualidades que ahora tendrá que exhibir en más situaciones.

Brown estará en una posición muy sólida dentro del Partido Laborista. No hay grandes divisiones ideológicas que amenacen la unidad del partido ni del Gobierno. Es el momento ideal para que Brown tienda la mano a quienes han tenido dudas sobre él o le han criticado abiertamente. Con Brown, el laborismo seguirá siendo nuevo laborismo, al margen de que use el término o no. El Gobierno que dirija Brown seguirá haciendo hincapié en la modernización y las reformas sociales y económicas. Ahora bien, en cuanto a la estrategia política, Brown tendrá que empezar de nuevo. El laborismo no tiene ninguna posibilidad de obtener un cuarto mandato si Brown no logra inyectar nueva energía en un partido que muchos votantes consideran que se ha quedado anquilosado y sin ideas. El mayor problema del laborismo no es el nuevo dirigente conservador, David Cameron (aunque goza de gran popularidad), sino el desencanto de la población con el Gobierno actual.

Brown tendrá que pasar a la ofensiva para abordar las fuentes de ese malestar público. Son principalmente tres. Una es el daño que ha hecho al partido el spin, la manipulación informativa. En los primeros años del Gobierno de Blair se creó una nueva imagen del laborismo, como si fuera un producto comercial; fue una táctica que resultó contraproducente. Mucha gente ha dejado de creerse los datos a los que recurren los laboristas para demostrar sus logros. Por ejemplo, todos los indicadores objetivos prueban que, desde 1997, el Servicio Nacional de Salud ha mejorado enormemente; sin embargo, según los sondeos, se confía más en los conservadores que en los laboristas para proteger la sanidad, una situación realmente insólita. Para superar esta dificultad, Brown tendrá que alejarse del estilo de sofá empleado por Blair, en el que varios asesores designados a dedo -como su consejero de prensa, Alastair Campbell- gozaban de más poder que la mayoría de los ministros del Gobierno.

El segundo motivo por el que los ciudadanos están desencantados del laborismo es que el Gobierno lleva mucho tiempo en el poder. Lo conocido aburre. Muchos empiezan a pensar que "ya es hora de dar una oportunidad a los otros", como ocurrió en 1997 para beneficio de los laboristas. Brown tiene que reaccionar con una avalancha de ideas e iniciativas nuevas. Debe tener una visión sobre el futuro del país que pueda inspirar a la gente. Harán falta nuevas políticas.

En tercer lugar, está el problema del que nadie quiere hablar: Irak. El desastre iraquí le ha costado a Blair gran parte de su popularidad. Es casi seguro que Brown fijará un calendario para la retirada de las tropas británicas, y además se distanciará más que Blair del Gobierno de Bush. Más del 80% de la población opina que Blair ha tenido una relación demasiado estrecha con Bush (yo estoy de acuerdo). Y no parece probable que Brown comparta su inclinación a intervenir en conflictos militares en el extranjero.

¿Qué hará Brown con respecto a la Unión Europea? A estas alturas, nadie lo sabe con certeza, porque no ha dicho qué piensa. Como convencido partidario de la reforma económica, seguramente se llevará bien con Angela Merkel y Nicolas Sarkozy; como socialdemócrata, lo lógico es que establezca buenas relaciones con Romano Prodi y Rodríguez Zapatero. Confío en que Brown adopte una actitud positiva respecto a la UE y sobresalga entre la nueva generación de dirigentes europeos.

A pesar de los errores que ha cometido, Tony Blair ha sido un político de categoría internacional. Por el momento, Brown es mucho menos conocido en ese escenario. Le queda mucho trabajo por hacer, pero puede llegar a ser un gran estadista mundial. Tiene asumido, igual que Blair, que en la era globalizada las naciones deben trabajar en colaboración. Como ministro de Hacienda ha influido en que se dedicara más dinero a abordar los problemas del desarrollo en África. Ahora tiene que ampliar sus miras para abarcar todos los demás problemas del mundo y demostrar que Gran Bretaña puede contribuir a resolverlos.

Anthony Giddens, sociólogo británico. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.