De Colón a Maradona

Por Julio María Sanguinetti, ex presidente de Uruguay (EL PAÍS, 21/11/05):

Una vez más, el 12 de octubre volvió a ser ocasión propicia para que el ideologismo populista exhibiera su permanente estado de adolescencia, su inmadurez para entender nuestra propia historia, su desconocimiento de lo que realmente es la América Latina y su cultura, hija de un largo mestizaje iniciado entonces. Asumiendo el peso de un complejo de pecado original que parece ser abrumador, el prejuicio histórico se lanza a la búsqueda de un chivo expiatorio en el que podamos descargar todas las frustraciones acumuladas en casi dos siglos de existencia independiente. Así retornamos al socorrido tópico de que "nada hay para festejar el 12 de octubre", como dijo el presidente Chávez, o que allí comenzó un genocidio, como escribió la agencia periodística TELAM, oficial del Estado argentino.

La cuestión es particularmente grave porque no han faltado a la cita de la irracionalidad histórica las instituciones oficiales. O sea que no estamos sólo ante las voces aisladas que desde hace algunos años (y muy especialmente desde la caída del muro de Berlín, que dejó sin discurso a muchos intelectuales hoy refugiados en este indigenismo) intentan exorcizar la pobreza del continente y su inestabilidad política en la perversidad del presunto genocidio.

Una vez más, hay que recordar que aquel siglo XV vivía la eclosión de una expansión capitalista demandante de nuevos espacios comerciales y de los descubrimientos científicos-tecnológicos del Renacimiento. Como natural consecuencia, las potencias europeas de la época salían a descubrir y conquistar el mundo. O sea que el choque era inevitable: llegaban los españoles, o los portugueses, o los genoveses, o los holandeses, o los ingleses, pero alguien se topaba con el Nuevo Mundo como inevitable resultancia de esa, la primera globalización.

El hecho es que llegó España y lo hizo en nombre de poderosas motivaciones, que se conjugaban y se fueron superponiendo: búsqueda de nuevas rutas comerciales hacia el Oriente, ambición de conquistas territoriales, descubrimiento de metales y de especies, evangelización de pueblos ajenos a la fe cristiana...

Ocurrido el hecho, sobreviene una tragedia: la Europa inmunizada después de la terrible peste que la había diezmado entre 1360 y 1460, a causa del contagio proveniente del Oriente, toma contacto con una población milenariamente aislada y se produce lo que se ha llamado el "shock biológico" o la "unificación microbiana": la gripe, la viruela, la disentería, el tifus, acaban con las tres cuartas partes de la población originaria. Hoy, el fenómeno es observado con claridad por todos. En aquel momento, en cambio, ni los españoles lo comprendían y los anatemas de los sermones de Montesinos o Bartolomé de las Casas revelaban ese desconocimiento, del que nació otra tragedia: ir a buscar esclavos negros al África para aplicarlos al trabajo. Porque esa es la elemental lógica que el populismo indigenista no termina de entender: los primeros interesados en que los indígenas no murieran eran los explotadores comerciales, que es obvio que preferían preservar su mano de obra y no destruirla.

Aquel "descubrimiento" recíproco, aquel "choque", aquel "encuentro" fue el mismo que se halla en la historia de todos los pueblos, hijos de invasiones y aculturaciones, de violencias y sincretismos. La misma España que arribaba, ¿no había visto irrumpir a los celtas y sojuzgar a los viejos pueblos ibéricos? ¿Y los celtas a su vez no se vieron llevados por delante por los fenicios y los romanos? ¿Y todos estos, luego, por los árabes, que predominaron casi ocho siglos y recién acababan de irse? Esos españoles que llegaban en las carabelas ni siquiera hablaban la misma lengua entre una marinería de variados orígenes, que mezclaban el presumible cocoliche italo-portugués del Gran Almirante con el vascuence de los vizcaínos, o el gallego, o el castellano... Y la España de hoy es hija de todo eso y no repudia a Roma, ni a los celtas ni aún a Al Andalus, porque de una cultura amasada con todas esas influencias asomó su nuevo ser nacional, configurado, a partir de la unificación de los diversos reinos, a lo largo de los mismos 500 años que Latinoamérica. Esta es, a su vez, el producto mestizo -ilimitadamente rico- de esa mezcla de los españoles y portugueses con el mundo indígena, el animismo africano y las oleadas posteriores de inmigrantes que llegados de España, Italia, Francia, Alemania o el Medio Oriente, hicieron de nosotros lo que somos.

Este complejo de origen, que genera con España tantas ambivalencias, se proyecta también con mucha frecuencia a la relación con los EE UU, a quien se vive pidiendo ayuda al tiempo que se le vitupera. No hay duda que hoy la posición norteamericana y del propio presidente Bush es muy débil en el mundo en general y en Latinoamérica en particular. El error trágico de la invasión a Irak ha merecido rechazo unánime (con la solitaria excepción de Colombia). Era de esperar, entonces, que la cumbre americana a realizarse en Mar del Plata sirviera de escenario para manifestaciones "antiyankis", que dentro de lo racional tenían su fundamento. Por cierto se vivió otra cosa. Los activistas destrozaron Mar del Plata, una tradicional ciudad balnearia. Una "contracumbre" a estadio lleno mostró al presidente Chávez, al líder boliviano cocalero Evo Morales y al nuevo ideólogo Diego Armando Maradona, brincar con entusiasmo, al unísono de las palmas, en otra exhibición de endémica adolescencia. Para completarla, la propia cumbre, de la que no se esperaba demasiado, terminó en otro enredo: el tema del empleo derivó hacia un debate sobre el tratado de libre comercio del ALCA y un Bush que, cuando llegó tenía sólo el apoyo de Colombia, terminó acompañado por 28 países contra los del MERCOSUR y Venezuela. Para completarla, el presidente Kirchner, anfitrión demasiado militante, abrió un irritado cambio de frases hirientes con su colega mexicano Vicente Fox.

Del motivo de la cumbre poco o nada se habló, lo del ALCA quedó para después de la Ronda de Doha de la OMC, sobre ésta no hubo coordinación alguna y Latinoamérica se volvió a mostrar tan dividida como de costumbre. La sobrevivencia de los prejuicios aleja la oportunidad de los juicios razonables. Dudando de nuestro origen, cuesta imaginar el futuro; sentándose con EE UU mientras de reojo se mira hacia el público que está en la puerta, nunca se llegará a una negociación seria. Dentro de todo, es lo que siempre ha entendido Brasil, que así como no sufre del pecado original con Portugal, tampoco se acompleja con EE UU. En Mar del Plata votó para postergar el ALCA; al día siguiente recibió a Bush en Brasilia y expresó su esperanza en la prosecución del ALCA...