De-conspirando

Aquel día muchas personas rectificamos sobre la autoría de ETA en la matanza. Recuerdo que, trascurridas varias horas e incluso la jornada completa para los más desorientados, era una hipótesis plausible pensar que los explosivos de los trenes en Madrid habían sido plantados por ETA. Después, esa sospecha ya acabó paulatinamente convirtiéndose en una insensatez. Quienes desde entonces la han continuado enarbolando desconozco si llegan a creérsela del todo o no. Lo que tengo claro es que la defensa de la autoría de ETA en los atentados del 11-M, en cualquiera de las versiones conspirativas que circulan, responde a unos intereses, mediáticos, partidistas o ambos. Hasta cierto punto es una defensa legítima, incluso si se persigue manipular a la opinión pública. En democracia ha llegado a ser legítimo manipular a la opinión pública, y, si no, observen cualquier campaña electoral. Sin embargo, es saludable darse cuenta de que es así, de que un determinado argumentario respecto de las circunstancias que gestaron el 11-M está indisociablemente ligado al interés de influir en la opinión pública en un sentido concreto.

Dentro de esos intereses, no debe de ser casualidad que quienes desde el Gobierno, el mismo 11-M, sesgaron la información para crear una percepción que culpara a ETA sean los mismos que después perdieron las elecciones del 14 y cuenten con las simpatías de quienes han construido y mantenido la teoría de la conspiración. Éstos, además, niegan la importancia y los riesgos del cambio climático, que no tiene nada que ver en este asunto, pero que demuestra que hay temas cuyo razonamiento político sólo es fiel a criterios ideológicos de confrontación izquierda-derecha, con independencia de los hechos.

No debe de ser nada agradable para algunos pensar que si desde primera hora hubieran sido honestos con las informaciones y hubieran llamado a la unidad de la población frente al intento islamista de sabotaje, los resultados electorales habrían sido bien distintos. El sentimiento de fracaso y la culpa, derivada esta última de saber que fueron lo más torpes que pudieron ser, son suficientes para mantenerse irreductibles en la teoría de la conspiración que vincula a ETA con el 11-M. Por añadidura, la conspiración sirve para erosionar a un Gobierno al que se considera ilegítimamente instalado en La Moncloa. Así que, como nadie ha instruido una causa judicial sobre si ETA compartía de algún modo la autoría de los atentados, como tampoco se ha instruido sobre si fueron los trabajadores del Kurdistán o el independentismo corso, pues que se mantenga el argumento hasta el fin de los días. Y ya encontrará el PP un candidato descontaminado del lastre de la conspiración para cuando le toque tener opciones de gobernar España.

La sentencia del 11-M refleja la convicción a la que ha llegado el tribunal después del estudio de las pruebas. Ni más ni menos. Lo que se ha juzgado es la autoría de los acusados en los hechos delictivos imputados. Los hechos delictivos son los atentados y consiguientes asesinatos del 11-M. Los acusados son en su mayoría individuos insertos en tramas yihadistas en España y algunos otros que participaron con apoyo o logística. De estos últimos, ciertos españoles y algún magrebí que, dedicados a la delincuencia del robo o de las drogas, aprovecharon la coyuntura yihadista para hacer lo que suelen hacer los criminales, beneficiarse ocasionando un perjuicio ilegal a alguien. Las condenas judiciales son un reflejo de la robustez de las pruebas y no de los hechos. La traducción de los hechos en elementos de prueba es una labor previa a los juicios, que en este caso se ha visto ensombrecida, ha perdido potencial, por el suicidio de buena parte del comando yihadista (autoría material) en un piso de Leganés. También, por la circunstancia de que la planificación de los atentados (autoría intelectual), como suele ocurrir con la criminalidad trasnacional, no ha sido íntimamente esclarecida y por tanto descrita con el detalle deseable en el sumario judicial. Las dificultades para ponerle rostro al planificador principal del 11-M derivan de que los autores materiales se suicidaron (algo podían haber contado en el juicio) y de que el 'yihadismo' tiene una estructura más global que local, donde los ejecutores no siempre tienen claro por qué atentan y cuáles son los condicionantes de su violencia, más allá de la nebulosa del paraíso rebosante de huríes.

Hay muchos aspectos a lamentar del 11-M. El más claro, nuestros conciudadanos asesinados. A distancia del dolor por ellos, el espectáculo tan bochornoso de ciertos políticos y medios de comunicación miopes, cuando no torticeros. Del mismo modo, triste la ausencia de juicio crítico o la presencia de pereza mental en alguna parte de la ciudadanía, que ha consumido versiones enlatadas de agendas políticas muy alejadas, precisamente, del ciudadano. A celebrar queda que policía, fiscalía y judicatura hayan acopiado pruebas dentro de las dificultades y presiones, se haya juzgado con garantías, sostenido las acusaciones (menos dos) y condenado en virtud de ellas. Hasta el momento, España ha sido el país de nuestro entorno donde mejor se han esclarecido atentados yihadistas. También aquél donde mayores efectos políticos han producido. A veces, no podemos evitar ser la cara y la cruz.

Andrés Montero Gómez