De Dreyfus a Donald

Después de haber huido del país para eludir el castigo por una condena por abuso sexual en 1977, el cineasta franco-polaco Roman Polanski sigue siendo un paria en Estados Unidos. Pero eso no impide que pueda ofrecer una buena lectura del lugar. Su último filme, El oficial y el espía, capta magistralmente la atmósfera febril de un país consumido por las mentiras y las conspiraciones, liderado por demagogos incendiarios y traicionado por elites sumisas que tienen demasiado miedo de hablar en defensa de los valores nacionales.

Esta descripción se aplica a los Estados Unidos del presidente Donald Trump así como a la ambientación del filme de Polanski: Francia durante el período de la Belle Époque, cuando la Torre Eiffel todavía era nueva y los post-impresionistas dominaban la escena. Esa Francia, como los Estados Unidos hoy, era el centro cultural indiscutible del mundo. Pero, por supuesto, también tenía un lado oscuro.

En la película, Polanski exhuma la historia sórdida del Caso Dreyfus, cuando la histeria y el antisemitismo lumpen consumían a Francia luego de la condena en 1894 de Alfred Dreyfus, un capitán del ejército de origen judío, por cargos de traición. En el relato de Polanski, el espectador no obtiene sólo una lección de historia sino también un análisis profundo de la psicología masiva de una sociedad que se está desgarrando.

Polanski nos hace recorrer todo el caso –desde el juicio, la condena y el encarcelamiento de Dreyfus en la Isla del Diablo, hasta su nuevo juicio luego de una intervención pública de Émile Zola y un soldado solitario, el coronel Georges Picquart-. El filme culmina con la exoneración de Dreyfus –un tanto interesadamente por parte de un director que durante mucho tiempo se ha retratado a sí mismo como la víctima de una casa de brujas mediática-. El sentido de victimización de Polanski inclusive parece haber sobrevivido a los premios César del mes pasado, cuando una cantidad de actrices francesas abandonaron el evento en señal de protesta.

Ahora bien, narcisista o no, Polanski siempre ha sabido tomar el pulso del espíritu de la época, desde sus primeros filmes que retrataban a la Polonia comunista hasta la Los Ángeles plagada de corrupción de Chinatown, que exponía la decadencia de la elite de la ciudad. En ambos casos, Polanski había sido parte de los mundos que describía (de ahí el villano de Chinatown Noah Cross, un millonario arrogante que alguna vez embarazó a su propia hija).

En muchos sentidos, el Caso Dreyfus fue el último espasmo violento de la Revolución Francesa. Quienes estaban a favor y en contra de Dreyfus –los revolucionarios y los reaccionarios- luchaban por su propia idea de Francia y estaban ciegos a cualquier otra. Un lado quería restablecer el antiguo orden; el otro estaba desesperado por rechazar la contrarrevolución y por revertir todas las reformas desde 1789.

Los paralelos con Estados Unidos en 2020 deberían ser obvios. Trump llegó al poder incitando la histeria entre los blancos que piensan que están perdiendo sus privilegios y el control del país. Y todos los demás, desde los progresistas hasta los conservadores anti-Trump, está desesperados por preservar el estado de derecho y las instituciones de la democracia norteamericana.

Originariamente Dreyfus fue arrestado y condenado bajo cargos de vender secretos militares a Alemania –el enemigo histórico de Francia-. Pero como era judío, su culpa estaba dada por sentada desde el principio, particularmente por parte de la mayoría del cuerpo de oficiales franceses. Para garantizar que los cargos se mantuvieran, varios conspiradores fabricaron pruebas contra Dreyfus, incluido un archivo secreto que sólo podían ver los jueces que pronunciaron la condena y la sentencia a prisión.

Aquí hay otro paralelismo con la era Trump. Picquart no pudo guardar silencio después de descubrir que la pieza clave de la evidencia contra Dreyfus era falsa y su determinación fue aún más fuerte cuando el Estado Mayor francés seguía insistiendo con la culpa de Dreyfus inclusive cuando conocía la identidad del verdadero culpable (un mayor de nombre Ferdinand Esterhazy). De la misma manera, el coronel Alexander Vindman, empleado del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos que prestó testimonio sobre el abuso de poder de Trump en el escándalo de Ucrania que condujo al juicio político de Trump, no pudo mirar hacia un costado y se mantuvo firme a pesar del abuso y las amenazas.

Ese último punto sugiere un paralelismo aún más desolador: una epidemia de corrupción de las elites que, por empezar, hace que la crisis más amplia sea posible. En el Caso Dreyfus, una prensa ferozmente de derecha atizó las llamas del antisemitismo y la intriga entre las elites, como lo hace hoy Fox News contra los enemigos de Trump. Debido a estos esfuerzos malignos, la verdad en sí misma se vuelve borrosa, y la política asume un carácter existencial. Por lo tanto, cuando un asesino intentó matar al abogado de Dreyfus, Fernand Labori, huyó de la escena al grito de “Acabo de matar a los Dreyfus”, como si la causa de los defensores de Dreyfus se hubiera convertido en una presencia maligna en la sociedad.

Lo más deprimente de todo, sin embargo, es el hecho de que ninguna figura de alto rango en Estados Unidos haya salido a apoyar a Vindman. No ha habido ningún Zola que pronunciara el equivalente del famoso panfleto “¡Yo acuso!”, deshonrando a las elites cómplices del país por sus mentiras y su corrupción. Por el contrario, hombres como el ex secretario de Defensa James Mattis, el ex jefe de gabinete de la Casa Blanca John Kelly y el ex asesor de Seguridad Nacional John Bolton han antepuesto sus intereses personales, manteniéndose esencialmente en silencio (quizás, al menos en el caso de Bolton, para impulsar las ventas de su libro).

Luego de su filípica contra los verdugos de Dreyfus, Zola fue empujado al exilio en Londres. Pero siguió esperanzado de que “algún día Francia me agradecerá por haber ayudado a salvar su honor”. Esas figuras estadounidenses de alto rango que han manchado su propio honor sirviendo a Trump, traicionando a instituciones como el ejército de Estados Unidos que tanto dicen amar, todavía están a tiempo de salvar el honor de su país. Pero deben hablar pronto.

Nina L. Khrushcheva, Professor of International Affairs at The New School, is a senior fellow at the World Policy Institute. Her latest book (with Jeffrey Tayler) is In Putin’s Footsteps: Searching for the Soul of an Empire Across Russia’s Eleven Time Zones.

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