De escritores periféricos

La situación de los escritores en las lenguas del Estado no castellanas --una forma de designar al catalán, al gallego y al euskera-- ha evolucionado muy acentuadamente en las últimas décadas. Desde las épocas de resistencia hasta hoy han ido disminuyendo las motivaciones más extraliterarias ("salvar els mots", como decía el poeta: mantener viva la lengua y la conciencia de país) y paralelamente han crecido los retos de la profesionalización, a medida que la sociedad iba recuperando sus instrumentos de articulación, representación y actuación colectiva. Hoy, claramente, la motivación patriótica ha bajado de intensidad entre las pulsiones que mueven a los escritores, pero sin desaparecer por completo, seguramente como signo del camino que queda aún por recorrer en lo que respecta a la plena normalización del estatus de ciudadanía.

Pese a que la circunstancia es común, los escritores en lengua castellana del Estado español han tenido --bajo el franquismo y ahora-- la ventaja de pertenecer a una cultura con reconocimiento institucional indiscutido, inmersos en un mercado establecido secularmente y sin necesidades especiales de normalización, y aún con el añadido de pertenecer a una de las grandes áreas lingüísticas mundiales, con posibilidad de acceso a otros mercados y una conexión literaria que vehicula aportaciones, influencias e intercambios de una forma inmediata. Huelga decir que, de todo ello, las literaturas que se expresan en catalán, gallego o euskera no participan en absoluto. El hecho de pertenecer a la misma realidad política no comporta ni un mejor mercado ni un trato especialmente favorable, y, según como, lo contrario.

Es algo sabido que, con pocas excepciones, los autores que escriben en las lenguas periféricas del Estado cuando son traducidos al castellano arrancan con un hándicap complementario al que tiene cualquier otro escritor traducido, ya sea del mundo inglés, finés o suajili. No es el momento de analizar el porqué de esta anomalía, unas razones complejas y estrechamente relacionadas con los desencuentros que se producen entre las distintas realidades nacionales que conviven --por gusto o por fuerza-- en el Estado. El fracaso o los mediocres resultados de iniciativas editoriales e institucionales para difundir la literatura en catalán entre el público castellanohablante es bien elocuente. Algo que no ocurre, en absoluto, con otras producciones culturales --y, seguramente, el caso más espectacular es el del teatro catalán, cuando viaja traducido-- o que tiene un balance más desigual, como la música o las artes visuales.

Sin embargo, no debería extrañarnos tanto que la suma de individualidades que forman el mercado cultural español sea tan poco receptiva a los productos literarios originalmente en catalán, gallego y euskera cuando la atención que reciben estas literaturas por parte de los organismos públicos centrales, como el Ministerio de Cultura --la única justificación de cuya existencia sería, precisamente, asegurar la interconexión entre las distintas realidades culturales del Estado de las autonomías-- siempre es subsidiaria, paternalista, desganada y avara.

En el mejor de los casos, como también ocurre con el Instituto Cervantes, se producen declaraciones programáticas que luego tienen una traducción práctica escasa que, a menudo, pasa desapercibida. Más bien vemos cómo la promoción de las literaturas catalana, gallega y éuscara se hace a través de escritores de esta ciudadanía administrativa que escriben en castellano, una manifestación más de una ceremonia de la confusión que llega a extremos grotescos cuando algunos de estos escritores se permiten sentirse ofendidos y atacados porque se niega que formen parte de las literaturas citadas. El episodio agridulce de la Feria de Fráncfort mostró actitudes bastante significativas, junto a otras generosas y comprensivas, todo hay que decirlo.

Ante todo esto resulta comprensible, me imagino, que los autores que escribimos en catalán, gallego y euskera intentemos hacer frente común. Algo no tan fácil como podría suponerse, dada la identidad de problemas en estos aspectos. Las relaciones entre las tres lenguas y culturas no han sido nunca tan intensas, sistemáticas o productivas como a veces afirmamos por voluntarismo. Solo hay que ver el mediocre conocimiento, a través de la traducción, que tenemos unos de otros. Siempre ha habido el convencimiento de que esta alianza convenía, pero de aquí a traducirlo en hechos dista un buen trecho. Tal vez en este aspecto somos también un reflejo de las mismas indecisiones e incompatibilidades que se producen en el ámbito político, pese a las reiteradas manifestaciones. Pero hay que insistir en esta línea.

Y es por ello que los escritores en catalán, en gallego y en euskera, que desde 1984 mantenemos un encuentro anual para hablar de temas literarios, nos agrupamos ahora en la Federación de Asociaciones de Escritores Galeusca, instrumento de defensa de nuestra existencia como literaturas diferenciadas, sin victimismo y con ánimo reivindicativo, ante el Estado y más allá, y porque quizá el ámbito europeo nos será más propicio del que lo ha sido hasta la fecha el del marco estatal que nos acoge.

Guillem-Jordi Graells, presidente de la Associació d'Escriptors en Llengua Catalana.