De España y su unidad (Bélgica y Kosovo, por ejemplo)

Uno de nuestros más lúcidos sociólogos, Víctor Pérez Díaz, escribió el pasado mes de junio -la cita es larga pero merece la pena- que «la opción estratégica a favor de un proyecto hegemónico socialista ligado a un cambio del modelo territorial supone un incremento sustancial de dos riesgos importantes. Primero, el riesgo de una separación gradual, por sus pasos contados, de, al menos, dos comunidades autónomas, las de Cataluña y el País Vasco, en un plazo entre medio y largo, junto con el aumento de las tensiones y los conflictos redistributivos de poder político de todas las comunidades autónomas entre sí y con el poder central. Segundo, el riesgo de la absorción de energías cívicas del país en este problema (con descuido de otros), la reducción del nivel de confianza y solidaridad nacional, el desdibujamiento de la idea de una nación o comunidad política española y el descenso sustancial del nivel de civilidad en la vida política». Continuaba nuestro autor afirmando que «el primer riesgo es obvio. Tras disfrutar del poder en sus regiones durante varias décadas, los nacionalismos periféricos han aumentado su influencia social, política, económica y cultural entre ellas. La integración europea alimenta sus esperanzas, al menos en un horizonte a largo plazo. Países del tamaño de Eslovenia o Croacia, por ejemplo, muestran la viabilidad de países de tamaño medio y pequeño. El recuerdo de la separación de Eslovaquia y la República Checa (y la emancipación imaginaria de una separación entre Escocia e Inglaterra, Kosovo y Serbia, Flandes y Valonia...) da cuerpo a esos sueños». («Tradición ciudadana versus tradición cortesana: sociedad civil y política en la España de hoy», edición de «Conferencias del Círculo de Empresarios». 18 de junio de 2007).

Estas reflexiones de Pérez Díaz son hoy algo más que lucubraciones. El apoyo de la Unión Europea y los Estados Unidos a la independencia de la provincia serbia de Kosovo y la crisis profunda de Bélgica, sin Gobierno después de siete meses desde las elecciones y con el sólo engarce del Rey de los belgas, Alberto II, entre los territorios valón y flamenco, son episodios políticos que demuestran que cuando se utiliza la expresión balcanización de España no se está incurriendo necesariamente en una exageración sino utilizando una metáfora que incorpora una hipótesis algo más que verosímil según la cual también en nuestro país podría producirse una suerte de implosión que quebrase su unidad nacional. El independentismo declarado y abierto del PNV en el País Vasco -que avala para el año que viene un referéndum secesionista- y la denominada refundación del catalanismo con un sesgo radical y segregacionista, ofrecen alto grado de posibilidad a los diagnósticos que, como el de Víctor Pérez Díaz, alertan del peligro de que los nacionalismos inicien el camino sin retorno de la desmembración de España. Como supone el sociólogo con buen tino «aceptar un riesgo del 25 por ciento de la separación de una parte del país puede ser poco para los políticos profesionales. Tampoco sería mucho, quizá, para las elites cosmopolitas del país. Por otro lado, para otros puede ser inquietante. Por ejemplo, para los simples mortales que son los ciudadanos de a pie de este país que se sienten españoles (lo que según las encuestas ocurre con un 80/90 por ciento de la población), la sola perspectiva plausible (aquel 25 por ciento de probabilidad) de que la España que han conocido desde siempre pueda desaparecer puede ser similar a la perspectiva de que la tierra desaparezca de debajo de sus pies, algo estremecedor».

Se ha acreditado que la Unión Europea -que acaba de firmar en Lisboa un demediado Tratado sustitutivo de la impostada Constitución antes fracasada- no garantiza ya que las fronteras de los Estados europeos sean inamovibles porque desde sus máximos órganos se está avalando la insensata independencia de Kosovo. Se dirá que esa provincia serbia es un resto pendiente del grave problema multiétnico y multirreligioso del Balcán, pero ¿qué decir de Bélgica que está en el corazón de la Unión? El peligro, pues, existe y, como advierte Pérez Díaz, anida en España generado, además, por un revisionismo constitucional impulsado por el Partido Socialista para lograr -en transitoria coyunda con los nacionalismos- una nueva hegemonía política. Contemplar el mapa europeo con cierta perspicacia desvela tensiones separatistas varias, de norte a sur y de este a oeste. Escocia, Irlanda del Norte, Flandes y Valonia, Bretaña, Padania, Córcega Osetia del Sur, Abjasia, Kurdistán, Chipre... son territorios en los que late una carga centrífuga respecto de sus respectivos Estados que un grave error como el de Kosovo o una torpe gestión de la enorme crisis belga, puede incrementar con consecuencias muy graves. El hecho de que los procesos de secesión no hayan sido traumáticos -salvo en la extinta Yugoslavia- tras la caída del Muro de Berlín en 1989 -las Repúblicas Bálticas o la revolución de terciopelo en la antigua Checoslovaquia- ofrecen una aparente tranquilidad a la ciudadanía que, sin embargo, es engañosa. La independencia de Kosovo va a distanciar irremediablemente a Rusia de la Unión Europea y llevará a una coyuntura de enorme inestabilidad a Chipre, en tanto que la crisis belga está siendo observada por los nacionalistas vascos y catalanes como si de entomólogos políticos se tratasen.
Estas circunstancias aconsejan que, de una vez por todas, el Gobierno socialista -irresponsable y frívolo en el tratamiento de la cuestión territorial- y la sociedad española en general, se tomen en serio la posibilidad y la probabilidad de que se nos plantee en toda regla una secesión en nuestro país, siendo éste un riesgo que debería atajarse mediante un pacto de Estado entre el PSOE y el PP para salvaguardar la unidad nacional reforzando -como propone Rajoy- las mayorías necesarias para aprobar y reformar los Estatutos de Autonomía y, sobre todo, para preservar las competencias intransferibles e indelegables del Estado y devolviendo a la autenticidad el sistema de representación en el Congreso y el Senado a través de una reforma a fondo de la actual Ley Electoral.

No se trata, en definitiva, de incurrir en ningún tipo de catastrofismo, sino de someter a evaluación histórica y política lo que está ocurriendo en Europa en este preciso momento histórico y comprobar que las secesiones son posibles y que la comunidad internacional las acepta en determinadas circunstancias. De entre todos los Estados de la UE, sólo Bélgica plantea una quiebra más perentoria de su unidad nacional que España. Pero la radicalización del nacionalismo vasco y del catalán es, en nuestro país, aliado con una torpe política del Gobierno socialista, tan grave y premonitoriamente desastrosa como la que se vive ahora entre valones y flamencos. Y toda esta resonancia nacionalista se produce cuando Kosovo en un tiempo corto se separará de Serbia y se constituirá en un nuevo Estado, contraviniendo con este movimiento en el tablero balcánico, no sólo las reglas de la prudencia, sino de la propia historia de los pueblos que es la que sostiene, como el bastidor de un lienzo, la convivencia común en las naciones.

José Antonio Zarzalejos, director de ABC.