De ETA a Montesquieu

Por Nicolás Redondo Ternero (EL MUNDO, 25/03/06):

«¡Por fin!», dirán algunos. Después de meses de angustiosa espera conocemos la buena nueva: ETA ha anunciado un «alto el fuego permanente». Esta iniciativa se presenta en un momento muy especial en el que la política española acusa síntomas preocupantes y negativos: desde la proposición que el Gobierno hizo en el Congreso, apoyada con entusiasmo por los partidos proclives a la negociación con ETA, la división entre el PSOE y el PP ha impedido en los últimos meses un diagnóstico y una política comunes contra el terrorismo.

Ese desacuerdo se extiende a la configuración de la nación española.La aprobación del Estatuto de Cataluña abre un periodo de reformas de nuestro edificio constitucional sin el acuerdo previo del PP. Es por tanto -y sólo describo la situación sin hacer ninguna valoración política- un momento de dificultad y debilidad que, sin duda, ETA ha aprovechado.

El contexto en el que se anuncia el alto el fuego tiene una gran importancia, pero no debe llevarnos a equivocaciones sobre el verdadero significado del anuncio de ETA. Cualquier alto el fuego o tregua permanentes o indefinidos impulsados por la estrategia de la banda o por su incapacidad temporal para seguir actuando es una derrota del terrorismo. ¡No de ETA! Pero sí del terrorismo. Unos pueden pensar que el origen del comunicado es un cálculo maquiavélico y conspirativo; otros, que se debe a una debilidad paralizante de la banda. Pero el dato objetivo es que han considerado, durante un tiempo indefinido, que la acción terrorista (el asesinato, la extorsión o el secuestro de civiles) es ineficaz o hasta contraproducente para conseguir sus objetivos políticos. Es su derrota, aunque sea temporal, y nuestro éxito, aunque no sea definitivo.

Probablemente esté ahí el quid de la cuestión. Nuestra angustia reside en la necesidad de conseguir definitivamente la paz, es decir, de derrotarles también en el ámbito político. Algunos, que brindan con champán y lloriquean por los «ausentes involuntarios», estarían dispuestos a concederles todo para conseguir este objetivo; otros, los nacionalistas del PNV, más inteligentes y sibilinos, consideran que es posible mantener esta situación de alto el fuego a cambio de lograr parte de sus reivindicaciones partidarias y proponen la inmediata creación de una mesa de partidos para conseguir sus pretensiones.

Los que tenemos un largo camino sembrado de dificultades somos los del PSOE y los del PP, porque queremos y necesitamos la libertad en el País Vasco sin darles una razón que nunca han tenido, siguiendo la máxima del tan invocado como desconocido Montesquieu cuando decía: «La Monarquía se pierde cuando a unos se les quitan sus funciones naturales para dárselas a otros arbitrariamente y cuando se muestra más amante de sus fantasías (deseos) que de su voluntad».Quiero decir que debemos olvidarnos de influir en la Justicia, de intentar condicionarla según nuestra conveniencia por muy legítima que nos parezca, y saber que nuestra fuerza reside en la unidad entre quien gobierna, José Luis Rodríguez Zapatero y quien puede gobernar, Mariano Rajoy.

¡Sí! La unidad de acción entre los dos grandes partidos nacionales es más importante que nunca. Si el Pacto Antiterrorista fue determinante a la hora de obligar a ETA a tomar la decisión que ha tomado, hoy el acuerdo entre los dos partidos es más necesario que ayer para conseguir su derrota en el campo político. Ese acuerdo les obligará a grandes sacrificios.

El que está en la oposición tiene que confiar en el liderazgo del Gobierno y el PSOE, mi partido, debe saber que no puede imponer sin límite lo que quiere, sino hacer una política definida por las leyes y el consenso con el primer partido de la oposición, evitando caer en el error señalado por el autor de De l'esprit des lois: «La Monarquía se pierde cuando el príncipe, poniéndolo todo en relación exclusiva consigo mismo, llama Estado a su capital, capital a su corte y corte a su persona». Entiéndase la oposición al sectarismo y la imposición de los intereses personales sobre los generales en la cita del autor francés.

La unidad debe basarse en el convencimiento de que en la lucha contra ETA hemos tenido la razón y, ahora, ésta nos indica que es necesario defender las reglas del juego democrático, la Constitución del 78. Es imprescindible que dejen claro Zapatero y Rajoy que las discusiones, las próximas negociaciones, se harán donde se tienen que hacer: en el Congreso y en el Parlamento vasco. Sería, más que una inmoralidad, un gravísimo error que por el deseo de alcanzar la paz termináramos dando la razón a la banda y aceptáramos, unos a sabiendas y otros desde una cómoda ignorancia, la deslegitimación de las asambleas autonómica y nacional, asumiendo la creación de mesas para poner patas arriba todo el sistema constitucional español.

Dejando claro el instrumento (la unidad de los partidos) y el ámbito de la acción política (instituciones autonómicas y nacionales), llega el momento de marcar el campo de juego. La paz, que es la intersección entre la ley y la libertad, encierra un inmenso valor pero no tiene precio político. Así, el PSOE y el PP deben dejar claro que el estatus institucional actual de la Comunidad Autónoma Vasca y de la Comunidad Foral de Navarra es el mejor para los vascos, los navarros y el resto de los españoles. Para ello deben asegurarse mutuamente la gobernabilidad en Navarra, gane quien gane, y, de la misma manera, es imprescindible asegurar a la sociedad española que será consultada para decidir sobre cualquier variación del tejido autonómico vasco que afecte al edificio constitucional español.

En todo este proceso político, no de paz, las víctimas y sus familiares deben erigirse en la conciencia crítica. Algunos querrán olvidarlas, otros harán como que hubieran sufrido tanto o más que ellas, pero lo cierto es que las víctimas y sus familiares nos han dado un testimonio ético que no se puede olvidar y que me hace recordar al final de este artículo a Lord Acton cuando decía: «Cometer un crimen es algo que sucede en un momento, es algo excepcional. Defenderlo con una explicación histórica -o política- es algo perenne y revela una conciencia más pervertida que la del criminal».