De excepcional a norma

El movimiento #MeToo sirvió para alzar la voz y llamar la atención sobre cómo se trataba a las mujeres en ámbitos profesionales, sobre abusos, situaciones deliberadamente incómodas y otros comportamientos sobre los que se hacía la vista gorda.

El caso Weinstein mostró que las cosas estaban mal -al parecer, todo el mundo sabía cómo se comportaba el productor con las mujeres- y creó un precedente que debería ser excepcional: que la denuncia y el juicio suceda en los medios antes que en los juzgados. Desde que saltó el asunto de Weinstein, tras un artículo de Ronan Farrow que recogía los testimonios de las víctimas, empezó una especie de carrera mediática por contar los otros casos Weinstein. Se querían destapar asuntos similares, en una mezcla de heroísmo y deseo de buscar la exclusiva que tuviera mayor impacto en redes, es decir, en una búsqueda de aumento de prestigio y visibilidad (ventas). En algunos casos, esa carrera dio pábulo a publicaciones que tenían más de humillación que de otra cosa, como la del relato de un encuentro sexual fallido entre una fan y Aziz Ansari, uno de los creadores y protagonista de Masters of none, que se publicó en una web para acusarlo de comportamiento sexual inapropiado. O a que se diera credibilidad a lo que no era más que un montaje, como le sucedió a Morgan Freeman. En otros, como había ocurrido con Weinstein o con Bill Cosby, los testimonios en reportajes o en redes sirvieron para que la fiscalía actuara y recopilara pruebas, indicios y armara casos. Bill Cosby cumple condena de tres a 10 años por agresión sexual, y el juicio contra Weinstein empieza en septiembre.

Las marcas que tenían contratos con alguno de los señalados los rescindieron independientemente de si eran culpables o no: su reputación estaba ya dañada. No todos los casos fueron iguales ni se perseguía sólo a abusadores: la última película de Louis C.K.no llegó a estrenarse, su serie Louie, Louie fue retirada de HBO después de que un reportaje lo acusara de comportamiento sexual inapropiado por masturbarse delante de dos chicas que le habían acompañado a su habitación de hotel en un festival, por pedirle permiso a otra para hacerlo y por masturbarse mientras hablaba por teléfono con otra. Su caso es quizá el ejemplo más extremo de la sobrerreacción surgida tras el #MeToo: puede que sus prácticas sexuales no sean las más habituales, pero no es un abusador.

Los señalamientos públicos buscan acabar con el prestigio del señalado, al que viene siendo tradicional ya considerar culpable en tanto que acusado, se lo quiere convertir en un apestado social al mismo tiempo que se da una lección ejemplarizante. Hay al menos dos errores en ese comportamiento: en primer lugar, en el tribunal mediático no hay garantías procesales. La sentencia suele ser precipitada y no atiende más que a una de las partes. Y además, lo de la ejemplaridad suele salir mal. El reportaje que ha desvelado las acusaciones a Plácido Domingo de nueve mujeres ha vuelto a poner la cuestión sobre la mesa. Más allá del posicionamiento en esta batalla cultural y la defensa de la presunción de inocencia, hay un detalle llamativo: la rapidez en el cambio de actitud en el gremio con respecto al señalado, que ha pasado de serlo todo en la ópera a ser casi un apestado.

Margaret Atwood explicó que "el momento #MeToo es un síntoma de un sistema legal roto. Con demasiada frecuencia, las instituciones, incluidas las estructuras corporativas, les negaron juicios justos a las mujeres y a otros denunciantes de abuso sexual, por lo que utilizaron una nueva herramienta: internet". La pregunta es por qué dejamos que esa excepcionalidad se hiciera norma, cuándo decidimos que era mejor el tribunal mediático y de las redes sociales que el legal. La respuesta, que no devuelve una imagen demasiado halagüeña, es que lo que se busca es una especie de ajuste de cuentas, no acabar con una situación injusta. Es decir, había algo que no funcionaba, podíamos arreglarlo o prescindir completamente de él. Parece que nos acercamos a la segunda opción. En un artículo, Elena Alfaro citaba una frase de Janet Radcliffe: "Al feminismo no le preocupa un grupo de personas que quiere beneficiar sino un tipo de injusticia que quiere eliminar". (Por cierto, aquí hay un argumento bastante contundente para rebatir a quienes pretenden excluir a las mujeres trans del feminismo.)

Como ha escrito en este periódico Manuel Arias Maldonado, "es sin duda benéfico que cambien algunas de las normas no escritas que venían regulando las relaciones hombre-mujer". Pero, al mismo tiempo, como alertó la ensayista del New YorkerMasha Gessen, había un riesgo de sobrerreacción: "La conversación que estamos teniendo sobre el sexo comenzó con incidentes que implicaban una clara coacción, intimidación y violencia. Paradójicamente, parece haber producido la idea de que el consentimiento significativo es esquivo o incluso imposible".

Más allá de la presunción de inocencia, pilar del Estado de derecho, hay otro bien a preservar: la libertad sexual. El manifiesto de las 100 mujeres artistas e intelectuales francesas en respuesta a #Balancetonporc (la réplica francesa al señalamiento en redes de presuntos acosadores) que defendían «la libertad de importunar» alertaba que un exceso de regulación iría necesariamente contra la libertad sexual de las mujeres, que tanto ha costado alcanzar. «Pensamos que la libertad de decir no a una proposición sexual no existe sin la libertad de importunar», escribían. Gessen citaba un ensayo de 1984 de Gayle Rubin, Thinking sex, donde se explica: «Para algunos, la sexualidad puede parecer un tema sin importancia, una desviación frívola de los problemas más críticos de la pobreza, la guerra, las enfermedades, el racismo, el hambre o la aniquilación nuclear. Pero es en momentos en los que vivimos con la posibilidad de una destrucción inimaginable, cuando las personas se vuelven peligrosamente locas por la sexualidad». Puede que estemos en uno de esos momentos. Las mejores intenciones pueden llevar a nefastas conclusiones. El espíritu del ajuste de cuentas no debería guiarnos en la búsqueda de la igualdad y la eliminación de injusticias.

Aloma Rodríguez es escritora y miembro de la redacción española de Letras Libres.

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