Es un hecho: la progresiva irrelevancia del centro derecha constitucionalista en el País Vasco ha llegado al extremo de que una parte de su electorado, que vibró a comienzos del siglo XXI con la heroica resistencia de sus parlamentarios y concejales frente al embate terrorista, ha acabado en nuestros días deslizando su voto hacia el PNV, en el que ve un pragmático dique de contención a Bildu y a Podemos. ¿Cómo hemos llegado a esto? Ésa es la pregunta a la que hemos tratado de responder un grupo de ciudadanos que presentamos el pasado 5 de marzo en Bilbao un Manifiesto Constitucional que postula la necesidad de emprender, con la claridad y la contundencia necesarias, esa batalla ideológica que aún no ha tenido lugar, ni en el País Vasco ni en el resto de España, contra los agresivos discursos de los nacionalismos periféricos y de la izquierda populista.
Sin duda, la desalentadora renuncia a esa batalla está en el origen de ese declive. En el caso vasco, hasta el nacimiento de lo que se llamó el Movimiento Cívico en 1998 la respuesta al aranismo en todas sus modalidades, tanto en la terrorista como en la meramente política, era de tal pobreza conceptual que no salía de los límites del pacifismo gandhiano y se formulaba a través de la precaria expresión ‘no nacionalismo’. Fue precisa una movilización como la de Ermua para elaborar un discurso que reivindicara, por una parte y frente al terror de ETA, la legitimidad del Estado para usar la fuerza, que antes se ponía permanentemente en entredicho, y, por otra parte, frente al nacionalismo, la legitimidad del orden legal y los valores de nuestra Carta Magna, que hasta ese momento eran percibidos por el nacionalismo, la izquierda y buena parte de la propia ciudadanía, poco más que como vergonzantes males menores cuando no como feos bastardos históricos del posfranquismo. A ese básico, pero tímido paso teórico, se le llamó ‘constitucionalismo’.
Pese a la función necesaria que aún cumple aquella formulación ideológica de mínimos, no ya sólo en el contexto vasco, sino en el de una España amenazada por una amplia y variopinta ofensiva demagógica contra la Constitución del 78, un centro derecha vasco tendrá que ir más lejos de esa mera trinchera defensiva si quiere recuperar la fe de su electorado y aspirar incluso a hacerlo más holgado que en sus tiempos heroicos. Tendrá, por supuesto, que esgrimir los valores liberales que hasta ahora no ha sabido hacer valer la propia derecha española contra el intervencionismo socialdemócrata y el populismo posmarxista, a la vez que abandonar el perfil bajo, plano, blando y frío que le impuso el marianismo y cuya temida reedición en manos de Núñez Feijóo sería catastrófico. Tendrá que plantar cara a la arrogancia y al afán de mangoneo de Génova, como tendrá también que completar ese aplazado rearme ideológico con un mensaje centrado en la especificidad vasca. Es aquí, en este último punto insoslayable, en el que entra la reivindicación fuerista del Manifiesto Constitucional presentado en Bilbao por una plataforma que lleva el nombre de ‘Foruak Orain’ (Fueros Ahora) y que propone una interpretación radicalmente opuesta a la lectura desleal, insolidaria, ventajista y ahistórica que hace el nacionalismo vasco en su conjunto de esa particularidad fiscal.
La herencia foral no es un paso hacia la independencia ni hacia nación alguna, como hoy sigue pretendiendo el PNV, sino un compromiso de lealtad con la Corona, de la cual emana, y con nuestro orden constitucional que la reconoce y protege. El Concierto Económico ni es hijo del PNV ni lo es del carlismo que el PNV reinterpreta como un antecedente prefigurador de las ideas de Arana. Es el convenio que los liberales vascos pactaron en 1878 con Cánovas del Castillo, sin otro objetivo que el de conciliar tradición y modernidad. En las mentes de aquellos hombres encabezados por Manuel María de Gortázar y Munibe lo que latía era la referencia del modelo británico en contraposición al francés, plagado de traumáticas revoluciones y contrarrevoluciones. Dicho acuerdo no se llevó a cabo por casualidad, sino porque su espíritu era exactamente el mismo que el de la propia Restauración de la Monarquía parlamentaria en España, que ponía fin al desastre del ensayo ultrafederalista de la Primera República. Hay una derecha que, ignorando su propia historia, llega a identificar el fuerismo con el cantonalismo e incluso con el nacionalismo Sabiniano, cuando es la antítesis y el antídoto de ambos.
Lejos de cualquier paternidad tardía, lo que ha hecho el PNV con la institución foral no es otra cosa que subvertirla, sustrayéndola de su originario carácter provincial, centralizándola en el Gobierno vasco y transformándola en un instrumento opaco con el que negocia ventajas económicas y decide gobiernos de la Nación, como el que hoy padecemos. La gran aportación histórica del partido de Urkullu ha sido la construcción de una enorme y cara burocracia que continúa aumentando en los momentos de la actual crisis. Frente a esa falsificación, el llamado Cupo Vasco debe responder a un cálculo objetivo y dejar de ser el mecanismo de cobro que hoy es del chantaje nacionalista a los gobiernos nacionales a cambio de sus votos en el Congreso de los Diputados.
‘Foruak Orain’, o sea, ‘fueros ahora’, sí. La recuperación de un Concierto Económico transparente, fiel al espíritu con el que se creó, y la regeneración del legado foral en su conjunto es hoy la única vía factible en un marco político que no está por su derogación. Resulta chocante que la misma izquierda que ve como anacrónica una reivindicación como ésta, cuando es formulada desde el centro liberal vasco, no ponga, sin embargo, la menor pega a la invocación a los Fueros cuando recurren a ella para monopolizarla y pervertirla los nacionalistas con los que esa misma izquierda pacta gobiernos en Madrid y en el País Vasco. Si se es jacobino, se es con todas sus consecuencias. Si se ve la herencia foral como un dinosaurio en boca del liberalismo vasco, que es su legítimo heredero, también habrá que verla como un fósil jurásico cuando la invoca el PNV. El problema del dinosaurio foral es que le pasa como al del microrrelato de Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí».
Cuando despierte la izquierda de su fantasía republicana, sus ensoñaciones federalistas y su sueño dogmático, el dinosaurio seguirá estando allí, intocable. Como cuando despierte la derecha vasca de la modorra en la que lleva sumida catorce años. Y algo más tendrá que hacer esta última que reconocer al bicho como propio con la boca pequeña. Tendrá que reconocer su paternidad, y denunciar la patrimonialización que el nacionalismo ha hecho de él para disfrazarlo y corromperlo. La batalla cultural que tiene pendiente el constitucionalismo vasco debe consistir en combatir al nacionalismo en su propio terreno, en todos los iconos que éste ha hecho suyos desvirtuándolos, para devolverles el sentido original que no debieron perder. Es en ese terreno de la propia vasquidad en el que debe darse una buena parte de esa batalla. Los ilustrados vascos del siglo XIX supieron acuñar un fuerismo liberal acorde con sus nuevos tiempos. ¿Qué nos impide seguir su ejemplo y crear doctrina en torno a un ‘foralismo social’ que supere la mezquindad parroquial del sabinismo y reivindique el gran potencial solidario que tuvieron las diputaciones forales a la hora de fomentar prestaciones sociales? El dinosaurio sigue ahí. Hablemos con el dinosaurio.
Iñaki Ezkerra es escritor.