De futbolistas, policías y políticos

Por María Teresa Bazo, catedrática de Sociología en la UPV-EHU (EL CORREO DIGITAL, 17/07/06):

En muchas ocasiones, y sin que lo percibamos de manera consciente, la edad aparece como un elemento que califica a las personas no sólo sobre esa base (jóvenes, maduras, viejas) sino que las clasifica, en el sentido de encasillarlas en una categoría, que lleva asociada una serie de ideas y en demasiados casos prejuicios. Los prejuicios que acompañan a la edad suelen denominarse edadismo, e implican tanto actitudes de menosprecio como paternalistas. Ante la detención de una mujer en Barcelona acusada de haber asesinado a unas mujeres ancianas, parece -según se ha divulgado- que la policía denomina el caso 'de la mataviejas'. ¿Se me ponen los pelos de punta! No sólo por el asesinato de personas vulnerables, sino además por la falta de respeto, por el desprecio que implica hacia esas víctimas la denominación con que se identifica el caso. Los prejuicios nublan la percepción de las personas y les hacen ver a ciertos grupos con unas características que atribuyen al género (sexismo), a la etnia (racismo) o a la edad (edadismo) y por las que acaban reduciendo a las personas a 'ejemplares' e incluso objetos, incapaces de verlas como sus iguales.

A veces, sencillamente los prejuicios llevan a juzgar conductas o prever resultados en función de unos apriorismos dados por hechos constatados.

Recientemente con el encuentro -fallido para la selección española- entre ésta y la francesa en el Mundial, y algunas declaraciones de Santiago Carrillo, la categoría de viejo o vieja ha puesto al desnudo los prejuicios existentes hacia las personas que, por haber logrado seguir viviendo, han ido alcanzando más edad que otras que todavía se encuentran en etapas anteriores del ciclo vital.

En cuanto a los equipos de fútbol contendientes, se hablaba de la 'potencia' del francés, aunque -se decía de sus componentes- eran 'viejos'. Se argumentaba intentando prever un buen resultado para el equipo español que sus miembros eran 'jóvenes', por tanto, resistentes y con más posibilidades que aquéllos de ganar el partido. A pesar de los cambios que se han producido en las sociedades actuales y en las personas que las componen con respecto a hace varias décadas, todavía se considera la edad cronológica como un límite y como un elemento que asegura la correcta evaluación de las capacidades físicas o intelectuales de una persona o un grupo. Para Freud, una persona de 30 años era vieja en el sentido de su casi nula capacidad para seguir aprendiendo y adaptándose, y todavía hace alguna década se consideraba una extrañeza a un deportista que llegado a la treintena siguiera compitiendo. Ahora es muy normal superar los antiguos límites de la edad. Fueron tiempos donde la infancia apenas llegaba a los 12 años, pues a los 13 se empezaba a trabajar, y oficialmente a los 14, entrando así en el mundo de los adultos, con responsabilidades que aquellos 'niños' debían asumir, y que eran remunerados por el trabajo que realizaban. Tiempos en los que las mujeres tenían a su primer hijo recién estrenada la veintena, y en la cuarentena podían llegar a ser abuelas.

La prolongación de la vida en las sociedades modernas que han experimentado tantos otros cambios ha hecho que las etapas de la vida se alarguen, prolongándose los años de infancia, adolescencia, juventud, madurez y vejez. Sucede que cada vez más personas en todo el mundo llegan a centenarias, y el límite vital se ha extendido hasta los 122 años. Las personas se pueden casar y divorciar varias veces a lo largo de su vida, y se cambia de trabajo y de ciudad e incluso de país con relativa facilidad y frecuencia. Pero todavía se sigue imaginando la vejez como consecuencia únicamente de la edad, y asociada a ella la merma de facultades, al tiempo que ese límite de edad y vejez se sitúa en edades que ya no se corresponden con la realidad biológica ni social. Es cierto que con la edad pueden comenzar a experimentarse ciertos déficits pero ni éstos se dan a la vez en todas las facetas, ni a la misma edad, ni se observan por igual en todas las personas.

Otra noticia reciente se refiere a las palabras de Santiago Carrillo en las que dijo cosas que no entro a valorar en este comentario. En algunas reseñas y declaraciones se le ha tratado de disculpar en unos casos y de ridiculizar en otros, haciendo alusión a un posible deterioro cognitivo. Ha pasado lo mismo en diversas ocasiones con políticos mayores como Xabier Arzalluz o Manuel Fraga. Apelar a la senilidad o demencia como dardo o como compasivo velo es una forma recurrente de denostar o explicar el comportamiento de una persona. Al recurrir a la chochez y pérdida de capacidad de una persona en razón de su edad se muestran los prejuicios con que se contempla a las personas mayores.

Parece necesario que se asuma socialmente que se debe comentar o responder a las palabras o comportamientos de una persona mayor con los mismos argumentos que se utilizarían para otra persona más joven o para esa misma persona varios años antes. Es más digno referirse a la vida pasada, a los escritos, a las actitudes mostradas, a los hechos constatados de una persona concreta para denunciarlos o censurarlos, para oponerlos a sus palabras o comportamientos actuales, o por las razones que sea, que referirse a su edad para zaherirla. Al intentar ofender a una persona llamándole de una forma u otra 'vieja chocha' se ofende a todas las personas de edad y, lo que resulta más estúpido, se tiran piedras sobre el propio tejado.

Suele decirse -generalmente sin conocimiento de lo que se dice- que las personas mayores son 'sabias' sólo por el hecho de ser mayores. Entre las personas mayores existen personas sabias y majaderas, lo mismo que existen personas honestas e indignas, responsables e insensatas. Exactamente igual que ocurre con las personas en otros tramos de edad. Lo que ocurre es que con la edad existen más probabilidades de alcanzar la sabiduría por el hecho de haber acumulado experiencia. Pero sólo si esa experiencia se ha sabido convertir en conocimiento práctico que implica cualidades y habilidades para relacionarse, para convivir, para ejercer de árbitros o mediadores, para contribuir al acuerdo, a la cooperación, sólo en ese caso puede hablarse de sabiduría. Y no todas las personas ancianas lo demuestran.