De huevos, pan comido y unos cuernos

La clásica sentencia inglesa para expresar el concepto de vender la piel del oso antes de cazarlo es más de granja que de cazador: «Don’t count your chickens before they have hatched». Podría caber perfectamente en el refranero de nuestro gran amigo literario y a veces algo grosero Sancho Panza, porque al traducirla al castellano bordea lo borde: «No cuentes tus pollos antes de incubar los huevos». Desde medianos de la semana pasada, Gran Bretaña está en ascuas por una encuesta de la firma YouGov publicada en el prestigioso The Times, que prevé una ausencia de mayoría absoluta en las elecciones. Cuando el domingo de Resurrección la primera ministra Theresa May decidió acudir a las urnas, un susto así era inconcebible: le otorgaban 21 puntos sobre los laboristas.

La metodología del nuevo sondeo es muy complicada, porque traslada las intenciones de los encuestados al sistema electoral representativo. Así que ofrezco un breve inciso explicativo. El sistema representativo de la Cámara de los Comunes asocia cada escaño con un candidato que representará a una constituency, una circunscripción electoral de aproximadamente 70.000 votantes. La consecuencia más marcada es que la mayoría de las comarcas siempre acaban en manos del mismo partido, lo que se llaman safe seats, escaños seguros. Por eso las generales se deciden en las marginals, circunscripciones donde una proporción elevada de votantes no son fieles a ningún partido y suelen seguir la moda política del momento.

Pero el debate del Brexit ha complicado la situación para zahoríes y agoreros profesionales, pues nadie sabe realmente si afectará al electorado. Los conservadores estaban hasta ahora convencidos de que la clase obrera tradicionalmente laborista podía cambiar su voto, por haber sido el grupo demográfico más eurófobo (o mejor dicho, más xenófobo). Los liberales sueñan con que les voten los que optaron por quedarse en la UE. Los laboristas no saben qué decir sobre Brexit, por lo cual se han concentrado en políticas de la izquierda tradicional.

Vuelvo a la encuesta de YouGov. Han extrapolado las probables tendencias de voto circunscripción por circunscripción. El modelo funcionó bien en el referéndum, pero falló en las generales de hace dos años. Si al final esa ausencia de mayoría absoluta cristalizase, estallaría otra bomba atómica en la política británica y ahogaría al Partido Conservador en el maremoto de una crisis que podría durar años.

Empleando otro refrán inglés que podría haber sacado Sancho de sus almacenes de sabiduría popular, May se encontraría «on the horns of a dilema», o sea: cogida por los cuernos del dilema. Y ya sabemos que si un toro te engancha así, la cornada grave llega en seguida. Además nadie le echaría un capote. Todos querrían verla en la enfermería. En política, los rivales no tienen ni una mijita de misericordia cuando olfatean la sangre.

Ese toro de nombre Dilema, manso, peligroso, con cornúpeta de Miura mítico, no terminaría de otra manera que con la dimisión de May. La pregunta sería cuándo. Si se despidiese enseguida, se abriría una guerra abierta y sucia en el Partido Conservador mientras los laboristas formasen su gobierno. Si ella intentase armar una coalición apoyada por liberales y unionistas irlandeses, los eurófobos harían muy inestable a ese Gobierno, quizá lo imposibilitarían desde el principio.

¿Cómo han llegado los tories a este susto partiendo con tal ventaja? En primera fila de los culpables está la propia May, que posee el carisma de un sándwich de pan de molde y repite que ella es «estable y dura, estable y dura…», como si lo hubiese aprendido en la consulta de un psicólogo especialista en autoestima. Sus problemas en realidad radican en la campaña del Brexit que llevaron a cabo los eurófobos conservadores de sentimiento ultranacionalista. Vendieron las negociaciones con la UE como pan comido para un país de una larga tradición imperial, que añoran en el entresueño de su nostalgia patriótica, compartida por los Empresas Autónomos ancianos de toda clase social en la antesala del más allá.

Me acuerdo de esa magnífica escena de Cervantes cuando Don Quijote baja a la Cueva de Montesinos y vuelve para contar su visita al Hades de las novelas de caballería. Del mismo modo, los leavers se creen protagonistas en una de las brillantes series costumbristas de la BBC, rodeados por sir Francis Drake, el almirante Horatio Nelson, el Duque de Wellington, Winston Churchill, el Rey Arturo e incluso Thatcher. Invocan la campaña de las Malvinas como si fuera la Tercera Guerra Mundial. Evocan las dos guerras real y verdaderamente mundiales como si no hubieran intervenido ni rusos ni americanos y las hubiésemos ganado simplemente «Nosotros solos», como don Bernardo de Gálvez cuando venció a los británicos en Pensacola, en 1781.

Conquistar la UE fue una fábula fácil de imaginar, igual que la repentina ilusión por esos miles de triunfos venideros de la selección inglesa de balompié. En la dura luz de la realidad, nada más empezar el partido, la Roja marcó dos goles sencillos, comprometiéndose a no oponerse al regreso de Escocia a la UE a cambio de incluir a Gibraltar en la negociación. Asustado, un exlíder del Partido Conservador marcó un espectacular gol en propia meta proponiendo una gran armada para socorrer a los llanitos y embarcarlos en su navío de locos al lado de los que han votado Brexit (un 70% ancianos y un 80% sin formación educativa avanzada). Por emplear otro dicho popular, los están llamando a sus caras the turkeys who voted for Christmas, los pavos que votaron a favor de las Navidades. Cuando un manojo de Quijotes convence a un ejército de Sanchos ya sabes que el mundo está al revés, como en los carnavales medievales según los interpretaba Mikel Bakhtin.

Ahora May y sus conservadores han cambiado la música. Frente a la excesiva confianza de antes, hoy repiten que será una negociación muy dura (por no añadir que un culebrón interminable). Ella reclama que es la única adecuada para armarse caballero y batirse con el tropel de gigantes europeos. Encima, sus subalternos insisten que son capaces de abandonar las negociaciones sin acuerdo, mientras casi todos los políticos y expertos están diciendo que no conseguir acceso al mercado único sería un desastre económico. Lo llaman «caerse de un acantilado» (¿para no decir del Peñón?). Los conservadores han sembrado muchas dudas en la mente del electorado, incluso en los que votaron Brexit.

La gente tiene buena pregunta: «¿No nos habíais dicho que sería pan comido?». Pues, señores, no. No está molida la harina para el panadero y Sancho empieza a ver los molinos del horizonte como lo que son: molinos.

Robert Goodwin, historiador.

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