De Kafka a Gorbachov

El 2 de agosto de 1914, Franz Kafka escribió en su diario: "Alemania declaró la guerra. Por la tarde, nadando". A pesar de su aparente desapego de la realidad de ese día, el solitario y visionario escritor centroeuropeo fue el hombre que le dio el nombre "kafkiano" a su siglo. Setenta y cinco años tuvieron que pasar después del nado de Kafka para que Europa central y del este regresara a la civilización europea más amplia. Una pausa kafkiana, algunos podrían decir.

Esa Europa central y del este no sólo era un lugar de dictaduras de derecha y de izquierda, de etnocentrismo y xenofobia, de conflictos perpetuos y congelados como algunos hoy la caricaturizan. También fue el lugar de nacimiento de un legado espiritual, de pensadores y artistas, de un modo específico de creatividad y búsqueda de sentido más allá de negociaciones pragmáticas con la vida cotidiana. En 1989, los pueblos de la región trajeron consigo en su "regreso a Europa" su diversidad y riqueza; su vivacidad, misterios y recuerdos, y sus viejas y nuevas aspiraciones. E introdujeron la lección de que el paso de una sociedad cerrada a una abierta es posible y muy difícil a la vez. En esa frontera fluida entre lo viejo y lo nuevo, lo que más ansiaba la gente era lo que nunca había tenido: libertad de pensamiento y expresión, información, las herramientas para debatir y definir su felicidad.

La caída del muro de Berlín y la unificación alemana, sorprendentemente aceptada por Mijail Gorbachov, implicaron un respaldo inmediato y directo de la reconstrucción de las instituciones y la economía de Alemania Oriental. Pero, incluso en Alemania, la situación distaba de ser ideal: muchos "orientales" estaban frustrados por su aparente condición de segunda clase, y muchos "occidentales" se resentían de la carga financiera de la anexión.

En otras partes el cambio resultó mucho más complicado. Muchas de las nuevas sociedades poscomunistas - consumidas por la venganza, el resentimiento y crudas luchas de poder y estatus- se volvieron caldos de cultivo de un nacionalismo agresivo. Florecieron el etnocentrismo, la xenofobia y el antisemitismo, junto con la corrupción, el nepotismo, la hipocresía y el oportunismo. La agitación poscomunista condujo al desmembramiento de la Unión Soviética y a la división de Checoslovaquia, alimentó las guerras y las atrocidades étnicas de Yugoslavia y trajo aparejado un régimen autoritario y un revanchismo imperial en Rusia.

Los debates públicos en toda Europa del Este pronto empezaron a exhibir una feroz confrontación entre dos recuerdos ocultos diferentes: el recuerdo del holocausto y el del terror y los crímenes comunistas. Se generó una competencia estúpida entre dos pesadillas, el holocausto y el gulag, el nazismo totalitario y el comunismo totalitario.

Si bien la admisión en la Unión Europea parecía trazar una línea debajo del periodo poscomunista (al menos en Europa central y del este), la ruptura de 1989 no marcó el inicio de una era de perfecta cooperación por el pueblo y para el pueblo. Sin embargo, eso no impidió que algunos proclamaran el fin de la ideología - y por tanto de la historia-en manos del capitalismo liberal. Hace falta una gran cuota de imaginación, optimismo o simple estupidez para creer que nuestros camaradas humanos alguna vez vivirán más allá de la historia y la ideología. Como demostraron los terroristas religiosos del 11 de septiembre del 2001, la historia humana y la historia de la humanidad continúan, como antes, a través de ideas y conflictos, a través de proyectos de absoluta felicidad, a través de crueldad y desastres, revoluciones y renacimientos.

Líderes políticos mediocres y un discurso público caricaturesco retratan al capitalismo liberal como un burdo anuncio de la Idea Absoluta. De hecho, algunos hoy se preguntan si la reciente crisis financiera le ha hecho al capitalismo liberal lo que la caída del muro de Berlín le hizo al comunismo.

Hay una similitud desconcertante entre la premisa del economista ingenuo de un mercado perfectamente racional y el "materialismo dialéctico" del socialismo científico. Al confiscar la "racionalidad" con la idea de que el comportamiento humano se puede predecir (y, por tanto, llegar a controlar), el arrogante estado mayor de economistas, banqueros y burócratas de hoy se ha menoscabado a sí mismo y también a la noción básica de libertad.

No tenemos una alternativa real para el mercado, de la misma manera que no tenemos una alternativa real para la libertad. Ninguno de los defectos o imperfecciones de las economías de mercado son tan malos como los remedios que se esgrimen en su contra. Pero, del mismo modo que todo acto de libertad individual y colectiva amenazaba al "socialismo real", debemos admitir que la libertad humana - la emancipación de la creatividad-implica el fin de la certeza.

Esta incertidumbre no debilita al capitalismo liberal - por el contrario, es la principal fuente de fortaleza del sistema-.Se extiende a lo que los economistas pueden saber sobre el comportamiento humano y el mercado. En este sentido, la lección más importante de 1989 y sus secuelas es que la evolución de la sociedad nunca se puede vaticinar a la perfección. Y que a pesar de las grandes dificultades y tensiones, el duro capitalismo poscomunista de hoy todavía es mejor que el "socialismo real" degenerado y tiránico de ayer.

Norman Manea, novelista y ensayista rumano. Enseña en el Bard College. Su última novela es The bunker.