De la anécdota a la reflexión

Pasear por Cambridge, visitar sus colleges, recordar a personajes como J. W. Willberforce que consiguió hacer ilegal la esclavitud mucho antes que Lincoln lo hiciera en Estados Unidos o nuestros liberales en España; a Charles Darwin, a Byron, a Newton, a Keynes a Russell y hacerlo en una mañana de verano, cuando las orillas del Cam están llenas de estudiantes de la lengua inglesa, de turistas; es una de esas experiencias que uno difícilmente olvida y seguro recordará por mucho tiempo, quizás para siempre.

Uno no puede dejar de tomar, en ese paseo, una cerveza en «The Eagle», la vieja taberna en donde, después de combatir en los cielos del Canal de la Mancha contra los cazas alemanes, aquellos jóvenes aviadores que conseguían volver se iban a tomar unas cervezas y brindaban por sus compañeros que no habían conseguido regresar.

Aún hoy, en los techos del local y escritos con el humo de las velas, se pueden leer los nombres de aquellos héroes que habían perdido su vida defendiendo a su patria. Eran jóvenes veinteañeros, estudiantes algunos, que con pocas semanas de instrucción, se subían a un avión a combatir contra los enemigos de su patria. Eran ingleses que amaban Inglaterra.

Estos pilotos de la Royal Air Force (RAF) que hicieron frente a los aviones alemanes durante la Batalla de Inglaterra en el verano de 1940, recibieron todo tipo de reconocimiento y homenajes por el valor demostrado durante los combates aéreos. De ellos dijo Churchill la famosa frase que queda para la historia: «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos».

Los breves descansos que tenían, los pasaban en el bar del aeródromo, por eso ellos decían que Churchill, al pronunciar la frase, se refería seguramente a la factura de las cervezas en el bar que no siempre pagaban. Humor inglés. Amor a su patria.

Estos ingleses y muchísimos otros tenían y tienen muy claro el concepto de patria y de nación. Sin la menor duda. Están muy lejos de la reflexión que cierto expresidente de Gobierno español hizo, cuando dijo que el concepto de nación era «discutible y discutido » . Lo hizo en el Senado un día de noviembre de 2004. Lo hizo una persona que no solo tenía que gobernar sino dar ejemplo de amor a la nación que de alguna forma dirigía. Porque, más que los pueblos hacen a sus elites, son estas las que hacen a sus pueblos. Y lo hizo hablando de una nación que ya casi hace 2.000 años, a los nacidos tanto en Tarragona como en Mérida, en León como en Cádiz, se les llamaba hispanos. Una nación que durante 700 años luchó unida con el objetivo claro de reconquistar parte de su suelo, que consideraba usurpado y que aquellos reinos cristianos representaban. Una nación que ya en 1812 hace una Constitución en la que se dice que los diputados que componen el Congreso representan a la nación española y que es en ellos en donde resida la soberanía nacional. Pasamos por tiempos de crisis, es verdad, una crisis económica de la que mucho se habla, pero también por una crisis de valores, de identidad, de tener claro quiénes somos y que queremos. Hablar de España está mal visto. Nuestros políticos escapan de pronunciar esta palabra porque temen ser calificados de « fachas » , y en vez de España se dicen eufemismos como «este país» o el «estado español». Y si lo hacen nuestros políticos, si lo hacen los que fabrican opinión en nuestros televisores, en los periódicos, en las tertulias, en el colegio o en la calle ¿que no va a suceder con la población en general?

Por eso, paseando por Cambridge, recordando a aquellos que fueron cumbres del saber humano, o aquellos otros que dieron su vida en defensa de su tierra, de su patria, de Inglaterra; uno no puede escapar de envidiar a este pueblo admirable que son los ingleses.

Quiero pensar que en España sencillamente estamos en crisis, y que pronto volveremos a tener hombres tan sabios como Santiago Ramón y Cajal; tan amantes de su patria como Jovellanos o tan valientes como aquella catalana a la que se le conoce como Agustina de Aragón.

Que así sea.

José V. Rioseco López

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