De la calle a los adentros

La salida de la cárcel parece ser el punto de cocción que disolvería definitivamente a una ETA agonizante. Lo que pasa es que unos, el Gobierno de Rajoy, exige la disolución para hablar del tema y otros, el mundo nacionalista vasco, plantea la salida como condición de la disolución. En común tienen, sin embargo, situar en la calle el epicentro de la cuestión etarra.

Lo que realmente les separa es el tiempo de cárcel. Los presos tienen prisa por salir y el Gobierno prefiere verles en prisión. La ley pone un límite a la estancia penitenciaria, que el Gobierno tiene que respetar, pero el reglamento permite una flexibilidad en la salida, que los presos piden se les aplique.

Si bien se mira, lo que les separa es un asunto cuantitativo, pero no cualitativo porque nada garantiza que por más tiempo que estén en la cárcel, cambien interiormente. No parece que el cambio interior interese en el debate político al que estamos asistiendo en los últimos tiempos. Todo gira en torno a la salida de la cárcel y a los beneficios penitenciarios. Ese es el eco que viene de los que hablan desde los presos y contra eso el Ministerio del Interior está presto para dar la réplica.

Ahora bien, ¿qué quita o pone, a la altura que nos encontramos, un poco más de cárcel si salen como entraron? Es verdad que la cárcel ha servido para derrotar a ETA pero de lo que ahora se trata es de reconstruir un tejido social profundamente dañado por el terrorismo y para eso lo decisivo es el cambio interior. Más importante que cuándo salen es cómo salen.

El cambio interior se produce tras el reconocimiento del daño causado a las víctimas, a la sociedad y a sí mismo. Es un asunto moral más que jurídico, lo que no quiere decir que no sea del mayor valor político. De su reconocimiento o no depende la posibilidad de que el futuro del País Vasco sin ETA sea algo nuevo y no más de lo mismo. Un nuevo comienzo tendrá lugar si la sociedad en su conjunto valora como valor político fundante el cambio interior de los victimarios, de los que les apoyaron y de sus herederos. No habrá futuro, por el contrario, si el cambio se reduce al abandono del terror como arma política, aunque todos los presos queden sueltos o algunos sigan en la cárcel.

Al término un poco redundante de “nuevo comienzo” va unida la idea de una sociedad reconciliada porque ha recuperado a las víctimas y a los victimarios. La recuperación de las víctimas significa situarlas en el eje de la nueva política, es decir, entender que lo que la política ya no puede permitirse es la victimación de ningún ciudadano. Honrar a las víctimas conlleva el destierro de toda suerte de violencia y para eso la memoria de la violencia pasada es crucial. Mucho más complejo es la recuperación del victimario puesto que el desencadenante de ese proceso es el reconocimiento del daño causado. Eso no se substancia con una declaración retórica, como la del colectivo de presos del mes de diciembre, sino asumiendo el significado objetivo de la expresión “daño causado por una acción terrorista” que consta al menos de estos cuatro elementos: que matando no se han defendido ideas sino que se ha asesinado a inocentes; que si hay víctimas, hay victimarios, y que ellos lo son; que matando inocentes han logrado envilecer a la sociedad vasca al dividirla entre quienes celebraban el asesinato y quienes lo lloraban; que asesinando al otro, han atentado contra su propia humanidad, de suerte que para recuperarla están a expensas de la vida negada y tienen que agarrarse a esa vida arrebatada, llegando a desear que ojalá aquello no hubiera ocurrido, es decir, tienen que reconocer la autoridad de la víctima.

Si el cambio interior es tan exigente, ¿podemos esperar que muchos lo secunden? No ciertamente, sobre todo si tenemos en cuenta que con el asesinato del otro se va una buena parte de la humanidad de uno mismo y, con ella, la capacidad de reflexión y de sensibilidad moral. Es difícil pero es posible como prueba la experiencia de los presos acogidos a la Vía Nanclares.

Pero, pese a todo, es fundamental reivindicar en el debate actual sobre el final de ETA este desplazamiento de la calle a los adentros, de la liberación de los presos al cambio interior. Sólo si la sociedad tiene claro esa exigencia no habrá sido en vano el sufrimiento de tantos años de plomo; sólo entonces podremos denunciar la impostura de políticas como las de Bildu y sus votantes que confunden normalización con pasar página o hacer declaraciones retóricas sobre el daño causado. Y sólo así podrán encontrar sentido a sus vidas los que salgan de la cárcel. La foto de Durango con esos rostros desgastados y vacíos de etarras en libertad es lo más cercano a la cárcel interior a la que ellos mismos se han condenado. También para ellos el futuro depende de un cambio interior.

Reyes Mate es profesor del CSIC. Fue premio Nacional de Ensayo en 2009 por La herencia del olvido (Errata Naturae). Su último libro es Tratado de la injusticia (Anthropos).

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