De la clandestinidad a la presidencia

La elección en Egipto de Mohamed Morsi como primer presidente islamista democráticamente elegido en el mundo árabe representa un logro histórico para los Hermanos Musulmanes, el movimiento religioso más influyente del mundo árabe. Tras décadas de persecución y cárcel, este hecho inédito muestra claramente la influencia de los Hermanos Musulmanes –la mayoría de los cuales suscriben tesis de carácter centrista y progresista y aceptan los valores democráticos– en la tarea de configurar el futuro político de su sociedad.

Pese a la significación histórica de la elección de Mohamed Morsi como presidente de Egipto, será un presidente transitorio; no será comandante en jefe y tendrá funciones limitadas. Su presidencia será la más débil desde la creación de la República egipcia cuando las fuerzas armadas derribaron el antiguo régimen en 1952. No puede declarar la guerra, por ejemplo, sin el consentimiento expreso de los generales en el poder y no puede vetar las decisiones del Consejo Supremo de Defensa de reciente creación y en cuyo seno los militares tienen la mayoría de voto.

Los generales en el poder llevarán la voz cantante entre bastidores. De hecho, cabe dudar que los generales hubieran permitido que Mohamed Morsi accediera al poder sin mediar un acuerdo alcanzado con los Hermanos Musulmanes. Según el plausible compromiso, las fuerzas armadas controlarán la seguridad nacional y la política exterior mientras que Mohamed Morsi y los dirigentes civiles harán frente a la situación caracterizada por una economía resquebrajada y unas instituciones políticas frágiles. Si se exceptúan cambios de menor entidad, Egipto no experimentará una modificación cualitativa de su política regional e internacional.

Cuando remita la alegría de las celebraciones, se reanudará la intensa lucha política no exenta de venganzas. El año que viene será escenario de grandes batallas planteadas sobre la redacción de la nueva Constitución, las nuevas elecciones parlamentarias, las relaciones entre los dirigentes militares y civiles y la naturaleza del futuro sistema político, presidencial o parlamentario.

A pesar de las supuesta relación entre las fuerzas armadas y los Hermanos Musulmanes, el triunfo de Morsi no ha sido de extrañar. Durante las últimas cuatro décadas, los Hermanos Musulmanes, junto con otros islamistas de países vecinos, tomaron hábilmente posiciones para presentarse como alternativa al fracasado sistema político autoritario laico. Invirtieron un considerable capital en forjar redes sociales a nivel nacional y local, incluyendo asociaciones civiles no gubernamentales, entidades de ayuda social y familiar.

Poco hay que temer por el ascenso de los islamistas al poder. Durante más de cuatro décadas, los Hermanos Musulmanes se esforzaron por entrar en la política y adquirir un estatus legal. Aprendieron el arte del compromiso y el pragmatismo a través de las penalidades y la persecución. En términos generales, la ideología se mantiene en segundo plano en relación con los intereses y progreso político del movimiento.

Más que nunca, su mensaje apunta a electorados y grupos de intereses específicos, señal de cambio ideológico y madurez. Los árabes islamistas recorren una senda similar a la que recorrieron los fundamentalistas cristianos y posteriormente los democristianos y los eurocomunistas en Europa occidental que en el siglo XX subordinaron la ideología a los intereses y electorados políticos.

Veamos ahora tres cuestiones importantes. La primera es que los Hermanos Musulmanes se desplazan gradualmente de su programa tradicional consistente en la creación de un Estado islámico autoritario y en la imposición de la ley islámica hacia un nuevo enfoque centrado en la creación de un “islam civil” capaz de permear la sociedad y aceptar el pluralismo político.

En segundo lugar, los partidos islamistas, incluido el Partido Libertad y Justicia al abrigo de los Hermanos Musulmanes, se convierten de forma creciente en partidos que prestan ayuda a la población, en un acto de reconocimiento de que la legitimidad política y las posibilidades de resultar reelegidos descansan en la capacidad para fomentar puestos de trabajo, crecimiento económico y demostrar su transparencia política y económica.

El ejemplo de lo que sucede en Turquía, en especial su éxito económico, ha ejercido un impacto importante en los árabes islamistas que creen que el islam y el capitalismo se refuerzan mutuamente y son compatibles. Los árabes islamistas, en otras palabras, han comprendido lo de “¡Es la economía, estúpido!”.

Por último, pese a su retórica, los Hermanos Musulmanes siguen moderando su postura en materia de política exterior y han mostrado una disposición favorable a cooperar con las potencias occidentales en caso de converger sus intereses respectivos. Esto incluye su postura hacia Israel. El compromiso de los islamistas con Palestina, arraigado en la presión popular procedente de sus electorados, significará que aunque no renegarán de los tratados de paz existentes, su relación con el Estado de Israel permanecerá congelada en ausencia de una solución justa del conflicto entre Israel y Palestina refrendada por Hamas.

Prescindiendo de si a los Hermanos Musulmanes se les deja gobernar, es menester aclarar un punto. El momento revolucionario egipcio sigue todavía su fase de despliegue con imprevisibles vueltas y revueltas en el camino. Aunque a corto plazo los militares piloten la nave, a la larga tienen las de perder.

Las razones estriban en una opinión pública movilizada que en repetidas ocasiones ha forzado a los dirigentes militares a retirarse, además de la existencia de un relativo consenso entre grupos de distintas visiones políticas en el sentido de que los militares deben ceder el poder a una autoridad civil electa.

Fawaz A. Gerges, profesor de Relaciones Internacionales y director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics. Traducción: José María Puig de la Bellacasa,

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