De la explosión a la implosión demográfica

De la explosión a la implosión demográfica
Lu Tolstova

El término explosión aplicado a la población se empezó a utilizar en los años cincuenta del siglo pasado para caracterizar el fuerte crecimiento que definía entonces la situación demográfica. Desde entonces el mundo pasó de 2.500 millones a los 8.000 que hoy tiene el censo global, un incremento notable que probablemente induce a pensar a mucha gente que todavía seguimos en una situación semejante a la de hace 70 años. Y no es así por dos razones principales: porque la tasa de crecimiento anual ha caído del 2,1 por ciento a comienzos de los 60 a menos del 1 por ciento y porque ya hay un buen número de países que no solo no crecen sino que están perdiendo habitantes (implosión).

La población del planeta alcanzó los 1.000 millones en 1800 con una tasa de duplicación de unos 300 años. Los 2.000 millones en 1927 tras 127 años, los 4.000 en 1974 después de 47 y los 8.000 en el mes de noviembre para lo que ha necesitado 48 años. Y el crecimiento fuerte va a continuar porque se prevén 9.700 millones en 2050 y unos 10.400 en 2100. Ahora bien, nunca vamos a doblar ya los efectivos y el ritmo general de aumento se ralentiza.

No hay contradicción entre la caída de la tasa anual de crecimiento a la mitad y el incremento intenso del censo mundial. La explicación reside en lo que los demógrafos llaman la inercia demográfica que supone que una tasa más baja aplicada a una población más numerosa produce crecimientos absolutos cuantiosos. Ahora bien, imagínense cómo sería ese crecimiento si se hubiera mantenido el índice anual de un 2 por ciento. Habríamos tenido una auténtica bomba de población con un volumen de habitantes infinitamente superior.

¿Qué ha provocado un aumento demográfico tan considerable y por qué ahora el crecimiento es menos intenso? El factor más importante del aumento fue la caída de la mortalidad que tuvo esta secuencia: primero disminuyó la mortalidad epidémica, después la ordinaria y, por último, la infantil. Es un proceso que ha tenido lugar en todas partes sin que se produjera simultáneamente una caída de los nacimientos, lo cual disparó las cifras de crecimiento, sobre todo en los países en desarrollo que, a pesar de tener tasas de mortalidad más fuertes, mantuvieron altas más tiempo las de natalidad. El mundo ha ganado años de esperanza de vida al nacer y seguirá haciéndolo en el futuro. Las diferencias entre naciones y regiones se irán atenuando, pero su igualación tardará aún bastante tiempo.

Ahora las cosas han cambiado en los dos factores del llamado crecimiento natural. La fecundidad está disminuyendo en todas partes aunque todavía existen diferencias sustantivas. La tasa global ha pasado de 5 hijos por mujer a mediados del siglo pasado a 2,3 en la actualidad. Y aunque en algunos países del África subsahariana el índice sea todavía de 5 o 6 hijos por mujer, dos tercios de la población mundial vive en territorios donde el valor se sitúa por debajo de 2,1, la cantidad necesaria para renovar las generaciones. El caso de España con 1,2 hijos es paradigmático de esa anorexia natalista. Ojo, el hecho de que haya disminuido la tasa de fecundidad no significa un retroceso fuerte del volumen anual de nacimientos (140 millones al año a finales de los 80 y 134 millones en 2021) debido a una estructura por edades joven que propicia el fuerte crecimiento de las madres potenciales en los países en desarrollo. Pero, una vez más, imagínense la cifra anual de nacimientos que tendríamos con una tasa de fecundidad media de 4 o 5 hijos por mujer con un volumen de madres potenciales tan elevado. Por otro lado, aunque la esperanza de vida al nacer crezca en todas partes, el envejecimiento va a provocar a la larga un aumento del número anual de defunciones que pasarán de 67 millones en 2022 a 92 millones en 2050.

La principal conclusión de estas evoluciones es clara. En términos relativos el mundo no crece con la misma intensidad de antaño, aunque en cifras absolutas los incrementos sean todavía acusados, si bien menos intensos y en clara desaceleración. Pero a esta conclusión debemos añadir otra no menos importante. El protagonismo de ese incremento lo tienen los países en desarrollo donde la mortalidad ha bajado mucho y la fecundidad, aunque en retroceso, todavía permite, a veces con creces, renovar las generaciones. Se prevé que 46 de los países más pobres puedan doblar sus efectivos entre 2022 y 2050. En cambio, en las naciones desarrolladas envejecidas la mortalidad sube y la natalidad no levanta cabeza, lo cual conduce a muchos de ellos a la involución demográfica. Hasta mediados de siglo más de 60 países perderán habitantes.

La vieja frase de Paul Valery de que el futuro ya no es lo que era, cobra especial sentido referida a la trayectoria demográfica del planeta. A pesar de que seguimos creciendo, hoy sabemos que el volumen de habitantes que vamos a tener será bastante inferior del que se preveía en la etapa de la explosión poblacional.

Rafael Puyol es presidente de UNIR.

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