De la fantasía a la pesadilla populista en España

Mientras el liberalismo en las últimas décadas mostraba síntomas inequívocos de fatiga, el populismo de izquierdas en España avanzaba a lomos de una bestia inquietante que siempre gana y que es el miedo. El miedo es una trituradora de la razón y un asombroso vector para la expansión del cesarismo. Y no faltaron césares de vanguardia en una sociedad hastiada y perturbada por la crisis de seguridad (2000) y por la crisis económica (2007). El populismo en España, como en el resto del mundo, se configura sobre referentes extraordinariamente simples e intelectualmente pírricos, pero con una capacidad sensible para la movilización de la emoción y del sentimentalismo. La razón sucumbe en manos del despiece mórbido de las emociones basadas en una fantasía colectiva. Lo que no esperaban era que formasen parte de un Gobierno y que tuvieran que hacer frente a la mayor calamidad social desde la Guerra Civil en nuestro país. De este modo, la fantasía se convirtió en pesadilla, el mito en timo, y Unidos Podemos en Unidas Podemos.

Atrás queda la construcción de ese imaginario feroz y edénico cuando eran oposición y representaban a la "gente real" o la "mayoría silenciosa", mientras los demás nos convertíamos en seres ilegítimos. El fenómeno de moralización y personalización del conflicto político situaba al disidente en la categoría de los "sospechosos". Iglesias y sus correligionarios diseñaban polígonos morales en el que definían el concepto de pueblo, a la par que expulsaban a los que renunciaban a formar parte de esa masa unificada. De ese modo, el populismo de Unidos Podemos reivindicaba un monopolio natural e identitario de pueblo, excluyente y estigmatizante. Ya entonces hablaban de una "nueva normalidad" que no es otra que "su normalidad", como si lo normal fuera la pérdida de libertad y el estatismo.

De Unidos Podemos a Unidas Podemos. De la oposición al Gobierno. Cuando se selló el pacto entre Sánchez e Iglesias, como el séptimo sello, no fueron escasos los socialistas de buena fe y hasta los incrédulos liberales que pudieron llegar a pensar que la fantasía política era inejecutable. De hecho, había una opinión extendida según la cual Unidas Podemos acabaría siendo yugulada en los brazos del posibilismo de Sánchez. Quienes pensaron que la política "antipolítica" de Unidas Podemos se descremaría en el café de supervivencia de Sánchez, marraron. Quienes presumieron ingenuamente que la retórica antielitista dejaría de tener sentido cuando pasasen a formar parte de la élite, erraron. Y erraron porque no contaron con la debilidad moral de un Sánchez poseído por una extraña concepción de hombre de Estado para mayor gloria de una fatuidad sin precedentes. Unidos o Unidas a un destino común, no sólo con el objetivo de explosionar todos los equilibrios de este país en busca de una utopía disolvente, sino por salir indemnes de la postcrisis. Navegan en una barca en medio del océano vestidos para una fiesta de fin de año. De Manual de Resistencia a Resistencia de Manual.

Pero esa narrativa de lo épico, cimentada en la desafección social, se topó en su espíritu fundacional con una emergencia sin precedentes. Al pánico consubstancial a la crisis de seguridad y a la crisis económica, se ha sumado el pánico pandémico. Y como miembros colegiados de un Gobierno. En este trance, Iglesias ha decidido representar un papel moralizante para sentimentalizar el dolor y presentarse como una víctima más. La protesta a la milanesa de su juventud no le formó más que el ardor guerrero, fiel reflejo de su inanidad, de modo que ha construido un relato en el que disipa la responsabilidad política y hasta moral en ese gran pueblo fantástico del que solo pueden formar parte "los suyos". Y con Sánchez, que como en la película de Cronenberg Inseparables, ya forma una sola mente en dos cuerpos.

Por ello, no tuvieron empacho dese el inicio de la legislatura en colonizar las instituciones, pues no en vano se consideran los únicos representantes moralmente legítimos del "pueblo real", ya sea la Fiscalía General del Estado o el CNI. Como tampoco tuvieron reparos en la captación de algunos líderes de medios de comunicación, bajo el grito estremecedor de que los que no compartían las tesis oficiales se convertían en colaboracionistas de las élites corruptas. De la misma forma que no contuvieron ni contienen la pulsión de favorecer un "clientelismo de masas" patrocinado con cargo al presupuesto público. Sánchez ya había allanado el camino. Ni retienen su propósito adanista de inaugurar un nuevo paradigma basado en la rendición de la libertad y en la redención de un concepto imaginario de lo público enfrentado a lo privado, que es lo de todos. Como la circunstancias actuales son intensamente graves, vapulean los conceptos de patria y traición, para recordarnos que los que están a su favor son gente decente, real y justa. Hasta Simón, el hombre del tiempo de la pandemia, ha dejado la ciencia para hablar de decencia, sin experiencia reciente sobre ese concepto como es bien conocido.

Triste paradoja de este tránsito de Unidos Podemos a Unidas Podemos, patrocinado por un superviviente como Sánchez. Trágica ironía que los populistas comenzaron a mostrar nada más formarse el Gobierno, incurriendo en los mismos pecados que antes habían cometido las condenadas élites del sistema. Pero, ahora, se han visto todas las simplezas y vacuidades de un discurso grosero e insustancial. Y hasta se ha visto la incapacidad profesional de quienes habían hecho de la protesta su forma de vida. Era ilusorio creer que el populismo podía mejorar la democracia. Pero más ilusorio es creer que pueden gestionar este desastre. Ni Unidos ni Unidas.

Mario Garcés es diputado del PP.

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