De la ficción a la Red

“Un día fui. Ahora puedo descansar”. Djuna Barnes

En La Enciclopedia de los muertos del gran escritor yugoslavo Danilo Kiš (digo yugoslavo pues nació en este Estado balcánico y cuando falleció la Federación no se había desintegrado aún), el autor imagina la existencia de un Museo en el que a lo largo de sus pasillos se acumulan millares y millares de volúmenes que recogen las huellas materiales de todos los muertos inscritos en el registro provincial en donde se halla instalado, en virtud de un programa cuya lógica estriba en el principio conforme al cual “no existen en la vida humana ni cosas insignificantes ni una jerarquía de acontecimientos”. En dicha Enciclopedia democrática e igualitaria los difuntos se alinean por orden alfabético con una única condición: que las personas incluidas en ella no figuren en ningún otro diccionario. Sus biografías abarcan de forma exhaustiva todos los pormenores de su vida, desde el nacimiento, circunstancias del parto, enfermedades infantiles, fecha de inscripción en el parvulario, etcétera, hasta la agonía, certificado de defunción y ceremonial del entierro. Sin someterse a la vanidad humana (las grotescas ansias de inmortalidad) ni a toda tentativa de corrupción (con el propósito de amañar el recuerdo), los redactores de la Enciclopedia anotan a diario el decurso de los días. Como escribe Danilo Kiš:

“La historia es para el Libro de los muertos la suma de los destinos humanos, un conjunto de acontecimientos efímeros. Por esta razón está reseñada cada actividad, cada pensamiento, cada soplo creador, cada zeta inscrita en el registro, cada movimiento que haya desplazado un ladrillo de los muros derrumbados”.

El observador anónimo de los hechos anota cuidadosamente cuanto acaece por nimio que sea, con la convicción de que cuanto a primera vista semeja idéntico no lo es. Al enfocar, por ejemplo, la calle en la que el difunto consultado en el archivo (el padre de la narradora cuya voz escuchamos) conoce a su futura esposa figuran su nombre y número junto a la descripción minuciosa del lugar. Nadie ni nada escapará a la atención del invisible registrador del cuadro escénico a lo largo de la existencia del muerto. “Cada hombre es un astro aparte”, escribe Kiš, “todo ocurre siempre y nunca, todo se repite hasta el infinito y de forma irrepetible”. Mientras las estaciones del año se suceden, y con ellas las guerras y horrores, el escriba captor de episodios aparentemente anodinos acumula los detalles: apellido de los invitados a la boda de sus padres, regalos recibidos, lista de los platos y bebidas servidos en el banquete. Todo deja huella en el registro y perdura para el eventual lector de la Enciclopedia, para su destinatario virtual.

Desde la invención de Internet y la subsiguiente creación de un vivero de millones de adeptos de las redes sociales, la imaginación del novelista ha contagiado la realidad. Infinidad de jóvenes del mundo entero fotografían imágenes de su vida diaria y las cuelgan en la Red. Aquí también reina el igualitarismo, la ausencia de jerarquías. Los actos más insignificantes de la vida cotidiana tienen idéntica huella que los que pudieran ser más espectaculares o dramáticos. El poseedor de un simple smartphone, al trazar su perfil en una cuenta de la Red para una miríada de destinatarios eventuales, no quiere que ningún elemento de su entorno caiga en el olvido. Cada día, por rutinario que parezca, resulta a la postre distinto. Su cuenta en Facebook es omnívora. La Enciclopedia de los adeptos a la Red cifra una suma de incontables egos virtuales que sueñan en multiplicarse y transmutar lo pasajero en perdurable: la bandeja del desayuno con los componentes de una dieta baja en calorías, el armario del dormitorio en el que ella o él elegirán las prendas de vestir del día, la jaula del canario con su ración de alpiste, el póster de Lady Gaga o de una asociación solidaria con los niños huérfanos de África, el autorretrato ante el espejo lista o listo para salir a la calle, el saludo a la vecina que saca a pasear el perrito, el escaparate de la peluquería en la que suele arreglarse el peinado, el quiosco en el que compra Hola, el menú del restaurante en donde almuerza y un largo etcétera. Los abonados a su cuenta, ya sean unas docenas, ya los millones de colgados por los grandes deportistas y estrellas de la canción, podrán recomponer lo disperso en una trama argumental que se sucede a lo largo de los días. También aquí la Red corrige la injusta desigualdad humana y concede a todo hijo de vecino la misma oportunidad. El doble numérico del yo es el que subsistirá en el rápido y ubicuo desfile de las instantáneas captadas.

El homo numericus es el archivero de lo infundadamente tenido por efímero previsto por el autor de La Enciclopedia de los muertos.

Juan Goytisolo es escritor.

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