Podemos empeorar mucho el impacto de la epidemia del coronavirus en las personas mayores que viven en residencias si no empezamos a aplicar un poco más el sentido común y mucha prudencia.
Hace unos días me explicaban una experiencia de desescalada. Una mujer fue a visitar a un familiar a una residencia de mayores y cumplió estrictamente todos los requisitos marcados por salud pública: tuvo que reservar cita previa, al llegar se lavó las manos con desinfectante de forma casi obsesiva, se puso una mascarilla nueva y, finalmente, pudo ver a su familiar. Llevaba muchas semanas sin poder visitarle y estaba ansiosa.
Por fin lo pudo ver. Eso sí, a dos metros de separación y con una mampara de metacrilato de por medio. Y solo durante 30 minutos. Hay que cumplir estrictamente los protocolos de salud pública, pensó.
Y disfrutaron cada uno de los 30 minutos. Y estuvieron muy juntos a pesar de que les separaban dos metros, una pantalla de metacrilato y la terrible tensión de que el reloj avanza y 30 minutos son muy cortos y que una visita cada semana es una eternidad. Es terrible mezclar la inquietud y premura de 30 minutos con la pesada y espesa eternidad de la espera para una visita semanal.
Al agotar los 30 minutos de visita y salir de la residencia, que está en una ciudad marítima con imponentes playas, esta mujer se fue a dar un paseo. Un paseo por la playa, que está a una manzana de la residencia donde vive su familiar.
Y lo que se encontró es que los bares y terrazas y la playa misma estaban llenas de gente. Allí no había cita previa, ni distancia de dos metros, ni mascarilla, ni pantallas de metacrilato…Y mucho menos estancias de 30 minutos semanales. Cuando me comentó su inquietud estaba mucho más preocupada por lo que había visto en la playa que por lo que había vivido en la residencia. La verdad es que me impactó su testimonio.
Se nos ha olvidado muy pronto que este virus aprovecha todas las oportunidades. Hace unos meses se aprovechó de nuestra ignorancia y se propagó entre todas las personas, golpeando especialmente a las que viven en residencias de mayores. Ahora se aprovecha de nuestra imprudencia para propagarse entre las personas que viven normalmente en la comunidad. De la ignorancia hemos pasado a la imprudencia.
Es cierto que para preservar la salud de las personas mayores es muy importante que no tengan una infección, pero tanto o más lo es que puedan realizar ejercicio físico, que puedan relacionarse socialmente, que puedan tener estímulos intelectuales y emocionales y sentirse en un entorno protector y amable. Y es necesario que haya visitas de familiares y salidas al exterior. Un envejecimiento activo y saludable se consigue con una dieta mediterránea, con ejercicio físico y con unas relaciones sociales ricas y variadas. Y esto también es salud pública. Salud pública con mayúsculas.
Pero hasta que controlemos al coronavirus, ahora que lo vamos conociendo más, necesitamos mucho sentido común. Es muy importante que el virus no se propague en la comunidad y pase de nuevo a las residencias de mayores. Hay que elegir con acierto los límites y balancear cuando las medidas de protección pueden suponer un riesgo mayor que la desescalada.
Más sentido común y más prudencia. Dos elementos imprescindibles en la lucha contra el coronavirus en este momento.
Al llegar a casa después de la visita, satisfecha por haber estado 30 minutos con su familiar e inquieta por el espectáculo de la playa, miró las noticias de varios canales de televisión y las posturas y discusiones de los grupos políticos, ahora hablando de desescaladas y rebrotes. Y pensó que definitivamente ahora necesitamos más sentido común y más prudencia. O de lo contrario, no venceremos al coronavirus.
José Augusto García Navarro. Director general del Consorci de Salut i Social de Catalunya (CSC) y presidente de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG)