De la manera islamista o de ninguna manera

Mark Steyn (GEES, 07/10/05).

No son sólo los ecologistas los que piensan globalmente y actúan localmente. Los jihadistas que asesinaron a Jennifer Williamson, la mujer de Newcastle, a Brendan Fitzgerald, adolescente de Perth, o a un par de docenas más de australianos, indonesios y japoneses entre otros, tienen ciertas cosas en común con los asesinos del metro londinense del 7 de julio. Por ejemplo, Azahari bin Husín, del que la policía cree con certeza que puede ser el fabricante de explosivos tras la atrocidad de este fin de semana, terminó un doctorado en la Reading University de Inglaterra. La contribución del sistema educativo británico a la jihad es verdaderamente muy notable.

Pero, por otra parte, a pesar del intento del juego de Clive Williams de vincular las dos cosas en esta página ayer, nadie piensa en serio que lo ocurrido en Bali tenga algo que ver con Irak. En el fondo, no hay causas raíz o ninguna causa que pueda negociarse retirando tropas o un estado palestino. Sólo hay un cáncer metastásico en se agarra a cualquiera que sean las condiciones locales a mano. Cinco días antes de la masacre de Bali, se informa de que nueve islamistas eran arrestados en París por planear atacar el metro. Tienen que ser todas esas tropas francesas en Irak, ¿no? Ya es bastante con los genuinos esfuerzos del presidente Jacques Chirac y su primer ministro, Dominique de Villepin, como los dos principales obstruccionistas del belicismo Bush-Blair-Howard-neocon-sionista de estos tres últimos años.

Cuando los terroristas suicida se inmolaron el sábado, la sección de viajes del The Sunday Telegraph de Gran Bretaña ya estaba en la rotativa, siendo su principal artículo un perfil de cómo la economía de Bali se había recobrado rápidamente de la carnicería del 2002. Todos queremos creer eso: un ataque terrorista es como un tsunami o un huracán, sólo una de esas cosas, llega inesperadamente de la nada y después vuelve la silueta familiar del paisaje. Pero los dos ataques son una característica permanente, el modo en que las cosas son y serán durante algunos años, mientras una por una, las barras y los hoteles y los clubes y los restaurantes cierran completamente. Muchos de los australianos heridos este fin de semana estaban esperando volver a Bali, sólo para cerciorarse de que era “seguro”. Pero no lo es, y no lo será durante mucho tiempo, y para cuando lo sea, no será el Bali en el que se agolpaban los occidentales antes del 2002.

Me encontraba detrás de un coche en Vermont, Estados Unidos, el otro día; tenía una pegatina de una palabra en el parachoques con la prescripción “COEXISTIR”. Es uno de esos sentimientos tan adorados por los progresistas occidentales, uno diseñado principalmente para agasajar su sentido de superioridad moral. La C era el creciente islámico, la O era el símbolo hippie de la paz, la X era la estrella de David y la T era la cruz del cristianismo. Muy bonito, difícil de discutir. Pero la realidad es: el primero de esos símbolos es el que tiene un problema de coexistencia. Saca el creciente de la ecuación y no necesitarás una pegatina en el parachoques en absoluto. De hecho, la coexistencia es aquello contra lo que están en guerra los islamistas; o, si lo prefiere, el pluralismo, la idea de que grupos diferentes pueden convivir dentro del mismo vecindario general. Hay muchos puntos problemáticos por el mundo pero, como norma general, incluso si uno no presta más que un vistazo precipitado a los diarios extranjeros, es fácil adivinar al menos uno de los bandos: musulmanes contra judíos en Palestina, musulmanes versus hindúes en cachemira, musulmanes versus cristianos en Nigeria, musulmanes versus budistas en el sur de Tailandia, musulmanes vs. [Su grupo aquí]. Cualquiera que sean las opiniones de uno acerca de los méritos caso por caso, la omnipresencia de un grupo es un hecho.

“Los hombres de mente inclemente nunca pueden ser libres; sus pasiones forjan sus grilletes”, escribía Edmund Burke. Y, en ese sentido, Bali es más representativo de la estrategia islamofascista que Londres o Madrid, Beslán o Estambul. La jihad se ha enfrentado a enemigos duros: los israelíes en el West Bank, los rusos en Chechenia; éstos son conflictos conocidos. Pero, ¿de qué se quejan en Bali? Oh, seguro, para el islamista más engorroso, algunos de esos decadentes occidentales hedonistas fornicadores de marcha son algo ofensivos. Pero serían ofensivos fueran quienes fueran e hicieran lo que hicieran. Lo que ofende es la realidad de un enclave pluralista dentro de la nación musulmana más grande del mundo. Es la coexistencia, estúpido.

Así que ni siquiera musulmanes vs. [Su grupo aquí] lo explica ni remotamente. No tienes que tener un grupo, ni siquiera saber que perteneces a algún bando. Puedes ser un chiflado hippie holandés fumador de porros mochila al hombro, hey-tío-quiero-a-todo-el-mundo-sin-importar-qué-seas, y te volarán en pedazos con tanto entusiasmo como si fueras Dick Cheney. En palabras del portavoz del Ejército Islámico de Aden en el 2002, explicando los motivos por los que volaban un petrolero francés: “Habríamos preferido golpear una fragata norteamericana, pero no es un problema porque todos son infieles”.

No hay problema. En nuestra época, incluso las ideologías más fascistas han sido lo bastante previsoras como para ocultar sus impulsos más oscuros bajo tapaderas sensibleras. El bloque soviético estaba compuesto de “repúblicas populares” de parte a parte, que es precisamente lo opuesto a lo que eran: una audacia estilística que Orwell captó perfectamente en 1984, con su Ministerio de la Verdad (es decir, mentiras oficiales). Pero los islamistas ni siquiera se molestan en practicar las estratagemas retóricas tradicionales. Dicen lo que quieren decir y quieren decir lo que dicen. “Estamos aquí como en una llanura en la oscuridad…” escribía Matthew Arnold en las conocidas líneas de conclusión de Dover Beach, “donde ejércitos ignorantes luchan al caer la noche”.

Pero en gran medida elegimos continuar en la ignorancia. Vuele por los aires el Metro de Londres durante una cumbre del G8 y los líderes del mundo gorgojearán por lo trágico y lo irónico que es que esto haya sucedido justo cuando tomaban medidas para tratar los temas, como si los terroristas estuvieran molestos por la pobreza en África o el calentamiento global.

Así que, incluso con un gran fogonazo cegador de claridad, podemos esperar apagar las luces y volver a andar a tientas por la llanura oscura. Bali hace tres años y Bali hace tres días a la luz del día hacen ineludible la verdad de que el islamismo es una “doctrina armada' clásica; existe para destruir. La realidad de la contribución de Bali a la salud económica de Indonesia es irrelevante. A los jihadistas les da igual que el país sea pobre y puro, que próspero y pluralista. Antes de nada, es campo abonado para ellos. Si los islamofascistas logran el control de Indonesia, no será una dictadura egocéntrica parroquiana como la de Suharto sino una plataforma de lanzamiento de un súper estado islámico por todo el sureste de Asia y el Pacífico.

¿Lo pueden lograr? La realidad es que hay más estados musulmanes que hace medio siglo, muchos más musulmanes dentro de estados no musulmanes, y muchos más de esos musulmanes que están radicalizados y son fundamentalistas. No es difícil de entender. Todo lo que tienes que hacer es fiarte de su palabra. Como dijo Bassam Tibi, un profesor musulmán de la universidad de Gottingen, en Alemania, en un interesante discurso pocos meses después del 11 de Septiembre, “Ambas partes deberían reconocer sinceramente que aunque utilizan términos idénticos, éstos significan cosas distintas para cada uno de ellos. La palabra paz, por ejemplo, para un musulmán implica la expansión de Dar al-Islam -- o Casa del Islam -- al mundo entero. Esto es totalmente distinto del concepto de paz eterna que domina el pensamiento occidental. Sólo cuando el mundo entero sea Dar al-Islam, será Dar a-Salam, o Casa de la paz”.

Por eso hicieron saltar Bali en el 2002, y el fin de semana pasado, y por lo que continuarán volándolo por los aires. No va de Bush o Blair o Irak o Palestina. Va de un mundo en el que todo lo que no sea islamismo yace entre escombros.