De la necesidad, virtud: o Isabel Díaz Ayuso o Pedro Sánchez

No es preciso parafrasear a Jonathan Swift para saber que cuando en política surge una personalidad excepcional, sólo cabe esperar que los mediocres se confabulen contra ella. Tal es desde hace tiempo la situación en el PP, que ha desembocado en el único desenlace posible: una conjura de necios.

Afortunadamente, el necio suele ser la principal víctima de sí mismo, de ahí que se pueda afirmar que la guerra en el llamado principal partido de la oposición es lo mejor que podía suceder. Cualquier cosa antes que seguir asistiendo a este recital cotidiano de torpeza.

Una cosa debe quedar clara. Llegados a este punto, no hay otra solución para la supervivencia del Partido Popular que no sea la entronización en el liderazgo de Isabel Díaz Ayuso. Esto ya era así desde hace tiempo, pero no podía esperarse que, en un partido que siempre se ha caracterizado por una aversión casi patológica por la política, alguien pudiera verlo o, en caso de que así fuera, decirlo.

En la situación actual, sin embargo, cualquier otra alternativa que pretenda arbitrarse no será más que una apuesta decidida por la permanencia en el poder de Pedro Sánchez y por que el principal partido de la oposición sea Vox. Desgracias ambas que no le deseo ni siquiera al obediente pueblo español.

El primer error garrafal habría sido pensar que la defenestración de Teodoro García Egea hubiera sido suficiente para que las aguas volvieran a su cauce.

Tras su participación, por activa o por pasiva, en la operación de acoso y derribo a la presidenta de la Comunidad de Madrid y, lo que es casi peor, su aparición en los medios acusando de corrupción (sin pruebas) a una dirigente de su partido, Pablo Casado es un lastre político que ningún partido político podría permitirse.

Si antes del esperpento su liderazgo era un renqueante calvario que tenía que apoyarse en los éxitos ajenos para no derrumbarse, en estos momentos, con Egea o sin Egea, no sería más que el mascarón de proa de un suicidio inexorable.

Nadie podrá negar que la cantidad y la calidad de los logros de esta pareja de políticos son literalmente insuperables. En apenas unos meses consiguieron dilapidar la primera ventaja demoscópica sobre Pedro Sánchez, conseguida, única y exclusivamente, a lomos de la apabullante victoria en Madrid de Isabel Díaz Ayuso, cuyo brillo ponía demasiado de manifiesto la mediocridad de lo gris.

No contentos con ello, cometieron el error garrafal de convocar unas elecciones precipitadas e innecesarias en Castilla y León, tan sólo para ganar por la mínima y quedar a merced del crecimiento sin precedente de Vox.

Pero todo puede empeorarse. Cuando podrían haber empuñado resueltamente esa victoria y esgrimir sin complejos una coalición (tal y como hizo Pedro Sánchez con Podemos tras las elecciones generales) que se presentara como principio del fin del actual Gobierno, se enredaron en las trampas ideológicas de una izquierda que les exigía arrodillarse y embarcarse en cordones sanitarios a cambio de una limosna miserable.

Pero los efectos colaterales de tanta torpeza no terminan ahí. En Andalucía, donde ya se acariciaba la posibilidad de una mayoría suficiente para repetir gobierno, han tenido que recular ante la inquietante perspectiva de un panorama electoral cada vez más incierto. Desde luego, si yo fuera Juan Manuel Moreno Bonilla, por no hablar del resto de los barones populares, estaría ya revolviendo Roma con Santiago para descabalgar cuanto antes de sus cargos a Pablo Casado.

Pero vayamos al segundo error potencial. Está muy bien que Alberto Núñez Feijóo, en unas circunstancias tan dramáticas y procaces, haya asumido el papel de mediador. Pero constituiría otra forma de suicidio, si bien menor, pensar que él podría representar una solución de compromiso. La solución Feijóo es, me atrevo a afirmar, una fórmula ya agotada antes de empezar. El viejo PP ha muerto (habría que decir, “por fortuna”) y no va a haber forma de resucitarlo.

Puede que el votante tipo del partido conservador se haya conformado hasta ahora con esa inercia de espera y pasividad que parecía haberse convertido en una de las señas de identidad más destacadas del partido. Ahora, sin embargo, quiere pasar a la ofensiva. Dicho de otra forma: quiere salir a ganar.

Para tal cometido sólo puede valer una política de carisma ilusionante como Isabel Díaz Ayuso. Si hay algo que necesita en estos momentos la derecha liberal, después de tanto tiempo de líderes grises y funcionariales, es precisamente alguien que brille. Por lo demás, en el plano político, Feijóo no significaría otra cosa que la reincidencia en políticas aquiescentes con los imaginarios nacionalistas e indiferentes, cuando no conniventes, con muchos de los dogmas de la izquierda identitaria.

Se ha dicho, con razón, que Vox se nutre principalmente de las parálisis congénitas de los populares, así como de sus inexplicables inhibiciones ideológicas. Pues bien, también aquí el tirón electoral de Ayuso podría servir para desactivar el crecimiento constante del partido de Abascal.

Se aduce contra esto que España no es Madrid. Quien tal cosa dice no es consciente de los cambios que se han operado en el panorama político. Madrid, en tal sentido, no sería sino la avanzadilla de lo que puede suceder en toda España si finalmente prima la inteligencia en el PP, cosa de la que siempre se puede dudar en dicho partido.

Ayuso representa, en primer lugar, la posibilidad de resituar el voto de Vox en sus niveles más exiguos y primarios. Muchos de los votantes del PP que han huido al partido verde por las razones que aludíamos al principio volverían alegremente al redil con el simple recurso de escenificar un cambio de rumbo. También se ha dicho que el proyecto de Díaz Ayuso es el más parecido al que en su momento quiso encarnar Ciudadanos. Fagocitar los restos del partido naranja y a sus votantes más o menos dispersos es mucho más fácil y efectivo desde una propuesta ilusionante que con las malas artes que, también aquí, han practicado los fontaneros de Pepe Gotera y Otilio.

Queda por último el tema de Pedro Sánchez. Si se demostrara que en la operación de acoso y derribo contra la presidenta de Madrid ha intervenido la Moncloa o alguna de sus terminales más o menos próximas, podríamos estar ante el segundo tiro en el pie de Sánchez a causa de Ayuso. Lo peor que le podría ocurrir al presidente del Gobierno es tener enfrente en las elecciones generales a la presidenta de la Comunidad de Madrid, cuyo atractivo también puede servir para atraer el voto de una izquierda moderada muy descontenta con las políticas canallas de la izquierda de cuerpo presente.

Por todo ello resultaba tan extemporánea e incomprensible la propuesta de Núñez Feijóo de que Casado y Ayuso se sentaran para tratar de recomponer las costuras del partido. O Feijóo no es capaz de leer en términos holísticos, o trataba de ofrecer una imagen de conciliación y unidad para postularse él. Lo que, tal y como ya hemos afirmado, tan solo sería un triste remiendo para seguir vegetando en el limbo.

La disyuntiva, en tal sentido, no puede ser más clara: o Isabel Díaz Ayuso o Pedro Sánchez.

Manuel Ruiz Zamora es filósofo.

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