De la nueva normalidad al «próximo posible»

A principios del siglo pasado se acuñó el término «realismo mágico», que aludía a un género literario que mezclaba descripciones reales con elementos ficticios y fantásticos. Gabriel García Márquez lo popularizó en su obra como una descripción de sociedades plagadas de extremismos. Lo expresó en su libro «Del amor y otros demonios» al afirmar que «los locos no lo serían si se aceptase su razonamiento».

España está instalada en un «realismo mágico», conformado por el desprestigio de la verdad, como resultado de la mezcla de ficción, fantasía y absurdo. Es una época agobiada por la difusión de información parcial y sesgada, que etiqueta y divide a la sociedad según creencias y valores, ofreciendo e impulsando invectivas que se pasan por hechos. La verdad se refugia en el individuo a medida que la sociedad huye de las certezas. El entorno político actual, exacerbado por la pandemia, propicia que muchos españoles se muestren insensibles a lo surrealista y extraño.

En este orden de cosas, la situación de España es la de un «estado frágil» al formar parte de su «normalidad», anterior o nueva, aspectos como la fragmentación territorial, la corrupción política, la esclerosis burocrática o la proliferación de «influencers» que deslumbran, distraen y dividen a una sociedad con amplias desigualdades sociales por la erosión de la clase media. A ello hay que agregar una gobernanza caótica por incoherente y disfuncional, dirigida desde la inexperiencia en dirección que se confunde con intereses personales, partidistas y electorales.

La situación del Covid-19 en España vista a través del «realismo mágico», se percibe como un vacío creado por una ola de liderazgo fallido y una hambruna de responsabilidad personal. Para percibir el momento es necesario huir de las narrativas que imponen mitos proclamando lo inevitable de los hechos. Los virus de la vida no atacan, somos nosotros los que creamos las condiciones para la infección.

Es hora de plantear el porqué de tal estado de cosas y como superarlo, para lo que habrá que centrarse en dos elementos esenciales la educación y la información. El sistema educativo español está fraccionado territorialmente con grandes diferencias, circunstancia que ponen de manifiesto los organismos internacionales. En el informe de educación de la OCDE de 2019, España es uno de los países que peor parados, con un 20,2% de ninis en la horquilla de edad entre los 15 y 29 años, en la UE sólo hay cifras más altas en Grecia e Italia. En el informe PISA de 2019 salimos a la cola de los países desarrollados.

En el ámbito informativo, la mezcla de realidad y fantasía, al adornar los hechos con opinión y lo científico con imaginación, constituye la pauta seguida. Parte de los medios que se encargan de mantener informada a la opinión pública, son los soportes para la difusión de abiertas o soterradas campañas políticas o de desinformación. La mejorable calidad del sistema educativo, fruto de la politización, condiciona la potencialidad española de éxito de presente y futuro, ya que esta depende, en gran medida del cuarteto didáctico formado por: ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Desde la capacidad científica es posible pensar incisivamente y discriminar lo falso de lo verdadero, identificar la desinformación y la mera actuación de charlatanes que se sirven de la ignorancia. El pensamiento crítico es la herramienta que puede impedir la lacra del «realismo mágico», para ello es imprescindible despolitizar la educación.

Cuando los efectos de la pandemia se hicieron evidentes en España, el virus se había asentado en un país desestructurado, cuyas vulnerabilidades se han maquillado durante años y, por ello, lo infectó a gusto. La maldición del Covid-19 puso ante los españoles una lamentable realidad: cuando se necesitó una reacción rápida, el Estado fue incapaz de prestarla. Durante los meses de retiro domiciliario, los españoles se han levantado constatando que vivían en un «estado frágil» incapaz de cumplir los cometidos de Seguridad Nacional para la protección de sus ciudadanos. Si no hubiese ocurrido la tremenda catástrofe de mortalidad, se diría que estábamos ante un sainete de mal gusto. Desde la política se aportó ceguera intencional, chivos expiatorios, jactancia y restricción mental. De sus «boquillas» teorías conspirativas y actuaciones milagrosas.

Es un error buscar en la Historia responsables del presente, porque el presente lo absorberá la Historia. Los que desentierran la Historia serán sepultados por ella. La sociedad española debe despertar, admitir las anomalías de la situación nacional, buscar soluciones y asumir que el autoritarismo surge de no distinguir lo que es apetecible de la realidad. No se pueden desprestigiar las instituciones democráticas convirtiéndolas en moradas de mediocridad, pues de ellas brota el espíritu democrático que configura la sociedad. Las virtudes dependen de la verdad y la ausencia de ella es la bienvenida al déspota. Una época distinta se abre ante nosotros, un «nuevo posible».

Enrique Fojón es Coronel de Infantería de Marina (Ret.).

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