¿De la pandemia a la hambruna?

Zahari Alexandrov y un equipo de jóvenes voluntarios distribuyeron bolsas de comida en el barrio Fakulteta de Sofía, en nombre de la organización noruega Europe in Focus, que apoya a las comunidades marginadas de la región. Desde que comenzó la pandemia de COVID-19, muchas personas han perdido sus empleos e ingresos y necesitan ayuda alimentaria, especialmente los romaníes, muchos de los cuales viven en la pobreza extrema. (Foto de Jodi Hilton / NurPhoto a través de Getty Images)
Zahari Alexandrov y un equipo de jóvenes voluntarios distribuyeron bolsas de comida en el barrio Fakulteta de Sofía, en nombre de la organización noruega Europe in Focus, que apoya a las comunidades marginadas de la región. Desde que comenzó la pandemia de COVID-19, muchas personas han perdido sus empleos e ingresos y necesitan ayuda alimentaria, especialmente los romaníes, muchos de los cuales viven en la pobreza extrema. (Foto de Jodi Hilton / NurPhoto a través de Getty Images)

El brutal golpe que asestó el nuevo coronavirus a la salud y las economías de los países ricos también empieza a sentirse profundamente en el mundo en vías de desarrollo, pero no debemos suponer que las políticas con las que respondieron los países ricos a la pandemia son las mejores para los países en vías de desarrollo, ni siquiera que son posibles. Por el contrario, debiéramos anticipar disyuntivas más difíciles y mayores restricciones en los lugares más pobres.

Es cierto, quedarnos en casa muy probablemente reducirá la difusión del virus en los países en vías de desarrollo, como lo está haciendo en los países ricos, pero el costo del distanciamiento social puede ser muy alto, especialmente para los pobres, quienes tienen pocos ahorros y reservas de alimentos, y dependen en gran medida (a menudo, diariamente) del trabajo informal. Pocos pueden sobrevivir trabajando desde casa.

En este caso no se trata solamente de la cruel y familiar disyuntiva entre el bienestar económico y la salud personal que mucha gente pobre está enfrentando, también obliga a elegir entre dos aspectos de la salud: la enfermedad por el virus, y el hambre y la malnutrición resultantes del aislamiento económico y los trastornos en los mercados y las instituciones, incluida la protección social privada.

Aunque la justificación para mantener un grado sensato de distanciamiento social en el combate de la COVID-19 en los países en vía de desarrollo es sólida, no lo es para el confinamiento. Los confinamientos plantean nuevas amenazas y podrían incluso convertir la respuesta a la pandemia en una hambruna en algunos lugares pobres. No digo esto a la ligera, creo que es una amenaza en ciernes. Tanto las investigaciones como la experiencia demuestran que se pueden producir hambrunas a partir de los colapsos institucionales y de los mercados que implica un confinamiento estricto. Vimos esto recientemente, después del brote del virus ébola en 2014 en Sierra Leona, donde la inanición pronto se convirtió en una nueva amenaza.

Las hambrunas entre los pobres y las personas vulnerables pueden ser resultado de múltiples causas, como lo demostró Amartya Sen en su libro Poverty and Famines (Pobreza y hambrunas). Sen citó ejemplos en los que no hubo reducciones en la cantidad total de alimentos disponibles, el problema fue su distribución entre la gente y a lo largo del tiempo. Y aquí, los mercados y las instituciones desempeñan un papel fundamental. Los confinamientos puedan trastocar la producción y la distribución de alimentos, llevar a que suban sus precios y al colapso de los ingresos de los pobres. Estamos aprendiendo hoy que las cadenas de aprovisionamiento de alimentos tienen vulnerabilidades, aun en los países ricos. E incluso si se evita la hambruna, los períodos de malnutrición pueden tener consecuencias duraderas, que incluyen una mayor vulnerabilidad frente a otras enfermedades.

Hay motivos adicionales para creer que los confinamientos para combatir la difusión de la COVID-19 podrían tener resultados indeseables en los países pobres. En el corto plazo, la implementación de esas medidas genera grandes flujos migratorios que amenazan con difundir el virus aún más rápidamente, en especial entre los pobres y las poblaciones rurales vulnerables. Y cuando la policía y los militares obligan a cumplir los confinamientos, surgen otras preocupaciones para el bienestar de los pobres, quienes a menudo se ven más obligados a salir de sus hogares para conseguir alimentos para sus familias.

Por sobre todas las cosas, los responsables de las políticas deben reconocer que los confinamientos estrictos en los países en desarrollo también confinan a las instituciones que protegen a los pobres en épocas normales y les permiten evitar trampas de pobreza habitualmente invisibles. En el largo plazo, los confinamientos plantean el riesgo de la indigencia, de la que puede ser difícil salir cuando la actual amenaza del virus ya esté, en gran medida, superada. Los efectos sobre quienes hoy son niños resultan particularmente preocupantes.

En el corto plazo es necesaria una audaz respuesta de preparación. Para tener éxito, debe combinar esfuerzos de atención sanitaria con asistencia para el consumo.

El virus pondrá una presión enorme sobre los sistemas sanitarios de los países en vías de desarrollo, que incluso en épocas normales suelen resultar tremendamente inadecuados, especialmente para los ciudadanos más pobres. De hecho, la escasez de insumos, equipos y personal médico que vemos en el mundo desarrollado es ya familiar para quienes viven en países con menores ingresos.

Dado que en el corto plazo es limitado lo que se puede hacer para reforzar los sistemas de atención sanitaria, los países en vías de desarrollo necesitan un canal comunicación independiente y fidedigno para la salud pública durante la pandemia. Los mensajes en los medios sobre la importancia del distanciamiento social y la higiene deben ser visibles y frecuentes. Los mensajes de texto son una forma prometedora para distribuir información e instrucciones, aunque la fuente debe ser confiable.

Sin embargo, los gobiernos de algunos países en vías de desarrollo actúan como si la pandemia estuviera controlada, o la amenaza fuera mínima. Son ilusiones peligrosas.

Las instituciones democráticas cumplen un papel fundamental para garantizar la provisión de información pública creíble, ayudando así a evitar errores en las políticas y permitiendo una respuesta rápida. Desde esta perspectiva, la crisis actual no justifica un giro hacia el autoritarismo, que probablemente empeoraría la crisis de salud pública.

También será necesario el apoyo al consumo a través de transferencias (en efectivo si los mercados de alimentos funcionan o en especie, si no lo hacen). La probabilidad de que se cumplan generalizadamente los confinamientos es mucho menor si no se ofrece apoyo y el cumplimiento obligatorio puede tener un costo enorme para los pobres. Los componentes de salud y apoyo son complementarios y se refuerzan entre sí: los envíos de alimentos deben incluir jabón.

Aquellos países que han invertido en la protección social estarán en mejor situación que los que no lo hayan hecho. Establecer nuevos programas para combatir la pobreza lleva tiempo, por lo que los gobiernos de los países en vías de desarrollo debieran comenzar rápidamente a ampliar la escala de los esquemas existentes. Esto bien puede implicar algunas modificaciones temporales, como eliminar los requisitos de trabajo y asistencia escolar, que son contraproducentes para la necesidad de desacelerar la difusión del virus.

Las limitaciones a la capacidad estatal también empeorarán los desafíos de muchos países en vías de desarrollo para combatir la pandemia. Debido a que la administración pública tiende a ser más débil en los países pobres, algunas de las medidas que han introducido los países ricos simplemente no son viables. Es fundamental la adaptación a la capacidad administrativa local.

Los países más pobres enfrentan además mayores restricciones fiscales. En este caso existen fuertes justificaciones morales y económicas para que los países ricos ayuden, incluso través del alivio de la deuda. Pueden ayudar ahora, o generar un costo posiblemente mucho mayor a futuro.

Martin Ravallion is Professor of Economics at Georgetown University and a former director of the World Bank’s research department.

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