De la tierra a la luna

Es sabido que algunos acontecimientos han marcado nuestras vidas, y es frecuente que en una conversación salga aquello de: “¿Dónde estabas cuando mataron a Kennedy?”, o ya en este siglo: “¿Cuándo y cómo te enteraste del ataque a las Torres Gemelas el 11-S?”. Cada cual tiene sus fechas, pero a buen seguro a todos los que tenemos una edad nos marcó la llegada de la nave Apolo 11 a la Luna, los primeros pasos de Neil Armstrong sobre el suelo lunar, y las peripecias de un viaje que hubo de recorrer, dos veces (ida y vuelta), la distancia de 384.400 kilómetros que nos separa de ella.

En mi caso, la vivencia tiene un toque muy personal y surrealista, por las razones que explico a continuación. Como muchos jóvenes de mi generación, nuestra elevada politización, más allá de la pesante sombra del régimen franquista, tenía un fuerte sesgo internacional vinculado a algunos de los principales conflictos de la época. Hacía relativamente poco que había muerto Che Guevara en Bolivia, la guerra de Vietnam estaba en su apogeo más dramático (y aún tendría que durar siete años más). El año 1969 tuvo, a pesar de todo, momentos de asueto, como el Festival de Woodstock y un largo etcétera. En el abanico de solidaridades a disposición de los jóvenes que en 1969 tenían 20 años estaba el conflicto de Oriente Medio, que entonces casi todos veíamos bastante en blanco y negro, aunque con el tiempo tuvimos que ir pasando a la escala de grises. Israel había conseguido su aplastante victoria militar de junio de 1967, pero más adelante tendría que afrontar algunos conflictos más, como la guerra de Yom Kipur de 1973, las de Líbano de 1982 y 2006, las dos Intifadas, Gaza 2010 y 2014. Sea como fuere, en 1969 se estaba a las puertas de varias crisis en la región, en particular el suicida intento de varias organizaciones palestinas de derribar al rey Hussein de Jordania, que se convirtió al año siguiente en el amargo Septiembre Negro para los palestinos.

Vale la pena recordar aquí, porque ya es historia, que en aquellos años la resistencia palestina estaba fragmentada en una miríada de organizaciones, facciones y grupúsculos. Pero ninguno de ellos, ninguno, tenía nada que ver con el islamismo como ideología de combate. Es más, todas ellas hacían gala de tener un discurso político secular, laico, de izquierdas o nacionalista antiimperialista; en el ala izquierda, unos eran maoístas, otros eran prosoviéticos, otros más guevaristas y tercermundistas de vinculación castrista.

Visto en la actualidad cuesta creerlo. En sus bases y campos de entrenamiento en Jordania, Líbano o Siria, uno podía ver en las paredes las fotos de sus líderes, Arafat (Al Fatah), Habache (Frente Popular para la Liberación de Palestina-FPLP), Hawatmeh (Frente Democrático para la liberación de Palestina-FDLP) junto a las de Mao, Ho Chi Minh, Che Guevara, Lenin y Marx, mucho Marx. Cuando entrabas, con mirar las paredes ya sabías dónde y con quién estabas. Sus folletos hablaban, por supuesto, de “Lucha contra el imperialismo y el sionismo”, pero ni una palabra contra los judíos, que se suponía que tenían que ser parte de una “unidad nacional” por definir. Y mucha literatura contra la burguesía y a favor del proletariado (en los campos de refugiados no se veían ni burgueses ni proletarios), contra el imperialismo, a favor del internacionalismo proletario. Pero todo ello en un contexto aderezado con mucha violencia, incursiones de grupos de fedayín (así se denominaba a los guerrilleros palestinos) en Israel, represalias israelíes contra los países vecinos que acogían campos de refugiados y un goteo incesante de muertos y heridos. Faltaba mucho para 1992 y para el intento más serio habido desde 1948 de establecer el Plan de Paz basado en los Acuerdos de Oslo (1992-2000). Que se esfumó, y no volverá.

Pero lo que yo no sabía es que el aterrizaje de la nave Apolo 11 en suelo lunar, el 20 de julio de 1969, me pillaría en una base del Frente Democrático para la liberación de Palestina próxima al campo de refugiados de Baq’aa, entre Amán y el río Jordán. Mis inquietudes políticas, que me habían llevado el año anterior a visitar de mochilero Israel y Cisjordania, me movieron en 1969 a irme de viaje con un conocido a Jordania, con la intención de visitar las tres facciones palestinas más importantes (Fatah, FPLP y FDLP). Ya entonces me parecía que en materia de situaciones políticas complejas, en la medida de lo posible, era necesario “hacer terreno”, hablar con unos y con otros. Mi plan incluía hasta cierto punto escribir algunos artículos a mi vuelta, en plan freelance, iluso de mí.

En aquellos días de 1969 reinaba todavía en Jordania una calma tensa entre las autoridades jordanas y los fedayín, pero pocos meses después, Septiembre Negro puso fin a la tregua, y todas las facciones palestinas fueron expulsadas por el ejército jordano a Líbano y a Siria (con unos 3.000 muertos de por medio). A mediados de julio había visitado ya y entrevistado en Amán a algunos grupos, pero recibí una invitación para acudir a una base del FDLP y permanecer allí unos días. Me pusieron de escolta-intérprete a un joven llamado Ziab, y pudimos compartir con ellos sus magros recursos, asistir a sus entrenamientos y ejercicios y, por la noche, a unas muy largas sesiones teóricas (uno se dormía, claro).

En estas, hacia el 18 de julio, uno de sus oficiales, que disponía de una radio transistor bastante potente, nos anunció la noticia de que los imperialistas decían que mandaban un cohete a la Luna. Gran discusión sobre si era posible o no, o si era una maniobra del imperialismo norteamericano y de la CIA. Los que tenían formación universitaria (y había varios) decían que eso era imposible técnicamente; un joven comandante que se había entrenado en la Unión Soviética explicó que todo el mundo sabía que los soviéticos, desde el Sputnik, iban muy por delante de los imperialistas. Algunos optimistas decían justamente que era una clásica maniobra propagandistica de los británicos y los norteamericanos para desviar la atención internacional de los grandes avances de la lucha del pueblo palestino por su liberación.

Y al final, la noche del 20 de julio, una noche muy limpia gracias al aire limpio del desierto jordano, allá estábamos todos mirando al cielo mientras la BBC World News transmitía en directo el alunizaje. Solo los más devotos seguían afirmando que aquello era lo que ahora llamamos una fake news. Yo no me atreví a decirles que el programa Apolo era una cosa muy importante, y que después de 10 misiones tripuladas aquello seguramente iba en serio. Mi estancia entre ellos terminó con el mes y yo volví más delgado y con la extraña sensación de haber asistido en directo (radio, no televisión) a un acontecimiento excepcional en un lugar totalmente excéntrico del planeta Tierra. La distancia entre la Luna y la Tierra, desde el campo de Baq’aa, se medía a años luz. Y a mi amigo Ziab, según supe tiempo después, lo mataron los militares israelíes en Beirut en 1978.

Pere Vilanova es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona.

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