De lagartos vil morada

Un amigo me contó que el otro día le preguntó a Aznar cómo veía la situación del PP y que mirándole a los ojos, sin levantar la voz ni siquiera en la interjección, le respondió con tres versos: «Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora/ campos de soledad, mustio collado/ fueron un tiempo Itálica famosa».

También me dijo que añadió «no sé qué de funerales» y yo le refresqué la memoria: «De su invencible gente/ sólo quedan memorias funerales/ donde erraron ya sombras de alto ejemplo/ este llano fue plaza, allí fue templo/ de todo apenas quedan las señales».

Le expliqué a mi amigo que por imperdonables que parezcan algunos de los pecados y errores de Aznar, encontrar a un político español capaz de citar de memoria las reflexiones de un poeta estoico de comienzos del XVII como Rodrigo Caro sobre la caducidad de la gloria, debería servir como atenuante.

De lagartos vil moradaA cambio le pregunté qué pensaba el ex presidente de lo ocurrido con las vomitivas tarjetas black de Caja Madrid durante la gestión de dos personas tan allegadas a él como Blesa y Rato. El asunto no deja de tener su miga pues precisamente el primer gesto que proporcionó notoriedad nacional a Aznar fue su decisión como presidente de Castilla y León de retirar todas las visas gold a los altos cargos. Cualquiera diría que en esta alquimia inversa por la que el refulgente oro pequeño burgués se ha transformado en negruzca mierda de horteras de bolera está el resumen de la evolución genética de la casta desde el idealismo a la depredación.

Según mi amigo, Aznar diferencia ambos casos y asimila el de Blesa más al de Villalonga en Telefónica -caray con sus compañeros de pupitre- que al de Rato. Aznar habría comentado que mientras Villalonga «fue desde el principio a lo que fue» -o sea a tratar de forrarse- Blesa habría incurrido en un deslizamiento paulatino hacia el trinque. Por eso al primero le cortó las alas ipso facto y con el segundo sólo rompió hace un año cuando se descubrió el pastel.

Con estas pistas no es difícil entender la amarga reflexión sobre la condición humana que Aznar incluyó en su notable discurso en la entrega del premio FAES al gran escritor mexicano Enrique Krauze: «Las personas no están hechas de una vez por todas sino que van eligiendo a lo largo de su vida lo que quieren ser. Y a veces eligen dejar de ser lo que eran y pasar a ser algo distinto... La libertad impide que se termine de conocer completamente a alguien y hace que en ocasiones pueda sorprendernos dando a su vida giros y rumbos nunca previstos, caminos nuevos que nadie imaginó».

No digo que otros no nos hayamos quedado a veces estupefactos con conductas insospechadas de nuestros allegados. Pero si Aznar tuviera un cargo público yo pediría hoy su dimisión por su doble responsabilidad in eligendo e in vigilando, acrecentada por el hecho de que el gran protagonista de los desmanes en Caja Madrid haya sido un mediocre sinvergüenza que jamás hubiera llegado al puesto de no ser por su amistad. Su apoyo a Blesa para presidir la entidad revela un grave error de juicio que no fue paliado por ningún tipo de supervisión a pesar de que enseguida surgieron síntomas, fácilmente detectables en una relación de matrimonios, de cuan urgentes eran las ínfulas del mamarracho.

Inevitablemente contrito, Aznar contrapone al parecer en el otro lado de la balanza su acierto, visto lo visto, al descartar a Rato como sucesor y subraya que, claro, no fue él quien le aupó a Caja Madrid. Recuerdo bien que en el momento álgido de su segunda legislatura, cuando se decidía el futuro del PP, me dijo en tono enigmático: «Rodrigo es él y sus circunstancias».

La primera vez que me di cuenta a qué se refería fue cuando EL MUNDO descubrió el pelotazo con información privilegiada del que César Alierta fue absuelto por prescripción después de que el Supremo acreditara el delito con el que hizo de oro a su sobrino. A instancias del propio Aznar me reuní con Rato en el Hotel Orfila -nunca lo había contado- y él cerró filas con el ya presidente de Telefónica de forma tan irracional y opuesta a los principios éticos que decía practicar el PP, de manera tan agresiva incluso tratándose de un valido que protegía a una de sus más preciadas hechuras, que no pude por menos que sospechar que allí había gato encerrado. Luego supimos que Alierta había jugado un papel importante en el salvamento a la familia Rato de la quiebra y no deja de ser significativo que a día de hoy le mantenga enchufado a una de las ubres de la multinacional como si una empresa cotizada tuviera que preocuparse menos por su reputación que un partido político. Claro que de esto no habla nadie porque de los tres reyes que, muerto Botín, quedan en España, César el Elocuente es con diferencia el más poderoso.

Pero, volviendo a lo de Aznar, poca satisfacción puede encontrar en no haber elegido al nada escrupuloso Rato -qué mal huele el dinero de ida y vuelta con su banco de negocios- cuando eligió al estólido en su estrago, único gobernante en la historia de España al que tres años después de que le tocara una mayoría absoluta en una tómbola sigue sin saber qué hacer con ella, excepto tratar de canjearla por un premio más pequeño.

Aznar fue en mi opinión -sobre todo durante su primera legislatura- el mejor jefe de gobierno de la democracia porque generó prosperidad, proporcionó estabilidad y reforzó la cohesión de los españoles. Al final cometió un error garrafal durante la crisis de Irak al no someter sus valores atlantistas al empirismo exigible en toda situación límite. Pero su gran equivocación de fondo fue no aplicar su programa regeneracionista en aspectos clave como la independencia judicial, la financiación de los partidos o su democracia interna.

A él le eligieron a dedo y él eligió a dedo a su sucesor. Bueno, a su sucesor, a sus ministros, a sus secretarios generales, vicesecretarios, secretarios de área, barones autonómicos, alcaldes, directores de medios públicos, comisarios políticos en las instituciones... Todos nacían de su cuaderno azul cual si se tratara del bolso de Mary Poppins. Y así sigue ocurriendo hoy: el PSOE y UPyD hacen primarias, IU y Podemos debaten y votan alternativas internas pero el partido en el poder no tiene un líder sino un amo que sólo depende de los que sólo dependen de él.

Por eso el pequeño Nicolás sabía lo que se hacía. Como dice el cínico Francis Underwood en un episodio de la muy recomendable House of Cards: «El poder es como la propiedad inmobiliaria. La clave es ubicación, ubicación, ubicación. Cuanto más cerca estés de la fuente del poder más vale tu propiedad». No en vano el título original de Bienvenido Mr. Chance, aquella fina sátira en la que el jardinero apenas alfabetizado que encarnaba Peter Sellers se terminaba convirtiendo en asesor presidencial, era Being there, Estar ahí. Blesa estaba ahí, Bárcenas estaba ahí, Rajoy estaba ahí, Soraya es la que ahora está ahí. Nunca los impositores de Caja Madrid, los militantes del PP o los votantes en general les eligieron personalmente para nada en una votación abierta sin la trampa de los avales o la protección de una lista bloqueada. Por eso Underwood comenta cáusticamente que «la democracia está muy sobrevalorada» cuando llega a vicepresidente sin pasar por las urnas.

El pequeño Nicolás iba bien encaminado. Si no se hubiera pasado de frenada, habría podido alcanzar las más altas cimas. Nadie iba a medirle por su formación, sus capacidades o su integridad; sólo por su ubicación y disposición a servir al jefe. El problema es que este chapucero sistema de selección de élites, basado en la endogamia de la cooptación, es el caldo de cultivo perfecto para que la corrupción anide en los palacios del poder y vaya corroyendo sus calizas.

Tras leer los tres autos en los que Ruz da por sentado esta semana que en el PP había una caja B nutrida por pagos en metálico de contratistas públicos, que con ese dinero se pagaban las campañas electorales, los sobresueldos de los jefes y hasta el plasma de Rajoy y que la mano derecha de Cospedal recibió los 200.000 euros de un supuesto soborno, no puedo evitar que, tras haber apoyado inmerecidamente a ese partido, vengan esta vez a mi cabeza nuevas estrofas de la Canción a las Ruinas de Itálica: «La casa para el César fabricada/ ¡ay! yace de lagartos vil morada/ casas, jardines, césares murieron/ y aun las piedras que de ellos se escribieron».

El PP nacional ha conseguido ya ser indistinguible del PSOE andaluz -pero sin una Susana que amague regeneración- y lleva camino de asemejarse a la Convergencia en la que los Pujol mangaban y mangaban -atención- en compañía de otros. Que alguien me explique qué diferencia hay entre los expedientados por usar la tarjeta black y la señora Mato que alquilaba coches, volaba y se hospedaba día tras día con cargo a la tarjeta Gürtel. Los unos y la otra alegan que no creían hacer nada malo. Lo único distinto es su ubicación. Mato siempre ha estado al lado de Rajoy y si se cuestionan sus viajes, a lo mejor también habría que cuestionar los de Rajoy; si se cuestionan sus gastos domésticos a lo mejor también habría que cuestionar los de Rajoy. ¿Quién pagó durante años los trajes que se hacía el presidente?

Claro que el PP «debe asumir responsabilidades», amigos, pero ¿a quién atañen hoy sino a Mariano Rajoy y María Dolores de las Mentiras? El movimiento «incontrolable» se demuestra andando, o sea poniéndoles nombres y apellidos a los brindis al sol. Bien tonto sería por cierto Pedro Sánchez si ahora que él empieza de nuevo con gente limpia, empezando por mi paisano Luena, se dejara llevar al huerto del «pacto anticorrupción» con los lagartos.

Dejémoslo por hoy aquí. Es una lástima que su falta de audacia en el ámbito en que era más necesaria -el de las reglas del juego- esté pasando hoy factura a Aznar y ello ayude a la prensa gubernamental a sofocar bajo la almohada del ninguneo mensajes tan lúcidos como los que, advirtiendo que «la libertad sólo puede existir dentro de la Nación», equiparando populismo y nacionalismo, describiendo Cataluña como «paisaje de ruptura y frustración» y rechazando «el órdago como base de diálogo» trenzaron el otro día su discurso. El sabrá hasta qué punto le honra mantener la presidencia de honor de un partido que, en buena medida por su culpa, sirve de guarida a conductas tan poco honorables, cuando eso le deja sin apenas margen para impulsar la rebeldía del patriotismo constitucional entre los jóvenes -esa debería ser la prioridad de nuestra generación- dando la sensación de que «las torres que desprecio al aire fueron/ a su gran pesadumbre se rindieron».

Pedro J. Ramírez, exdiretor de El Mundo.

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