De Lisboa a Fráncfort

En Lisboa se repitió muchas veces que Portugal no era Grecia y que no necesitaba la ayuda europea. Irlanda decía lo mismo antes de tener que claudicar.

Portugal se ha resistido hasta el final, incluso demasiado. No quería hacer caso a las presiones discretas de los que pensaban que las medidas que tenía que tomar para reducir el déficit y combatir la presión especulativa de los mercados creaban más tensiones que las que resolvían. La situación se hizo imposible cuando la oposición de centro derecha se negó a aceptar un nuevo plan drástico de reducción del déficit, las agencias siguieron rebajando la calificación de su deuda y de sus bancos y los tipos de interés que los mercados reclamaban llegaron al 10%, a la asfixia financiera. Pero la puntilla se la dieron los propios bancos portugueses cuando se negaron a comprar más deuda porque su baja calificación les arrastraba. Y porque dicen que el BCE indicó que no seguiría suministrándoles liquidez si la usaban para financiar el déficit. Naturalmente, el BCE niega haber ejercido esas presiones, pero, como se dice en Italia, si non e vero e ben trovato .

Ahora, la UE y el FMI le prestarán 80.000 millones de euros en unas condiciones difíciles que tendrán que negociarse con un Gobierno en funciones. Ironía de la historia, el plan que fue rechazado en el Parlamento servirá de base para las contrapartidas que la UE-FMI pedirán a Portugal para concederle su ayuda. La píldora será más amarga que la que rechazó la oposición. Políticamente, la derecha ha hecho un negocio redondo. Primero, la presión de los mercados obliga a un Gobierno de izquierdas a tomar medidas de ajuste impopulares y regresivas que, se diga lo que se quiera, aumentan la desigualdad social. Después, le retira el apoyo parlamentario y obliga a celebrar elecciones anticipadas, que seguramente ganará para seguir aplicando las mismas políticas, o más duras todavía, y dejando a la izquierda sin un discurso alternativo porque le será fácil decirle «…y ustedes qué hacían?».

Con Portugal ya son tres los países del euro con respiración financiera asistida. Pero solo suman el 6% del PIB de la eurozona. Si se detiene el contagio, la cosa no es tan grave y Europa tiene los medios de hacerle frente. Por eso todos se expresan de forma positiva sobre la situación de España, a la que hay que aislar a toda costa de la dinámica que empezó en Atenas y ha llegado hasta Lisboa.

Portugal no había falsificado sus cuentas públicas, como Grecia. Ni había tenido una burbuja inmobiliaria, como España. Ni una crisis bancaria, como Irlanda. Su problema ha sido un débil crecimiento durante años, pérdida de competitividad, desindustrialización y precariedad. Entre el 2002 y el 2008, Portugal había crecido la mitad de la media europea. En este escenario, las medidas de austeridad han reducido drásticamente la demanda interna y precipitado la recesión.

Esto es lo que le ha ocurrido a Portugal, como antes a Irlanda, que fue la primera en aplicar planes de austeridad que no han reducido el déficit porque han matado el crecimiento. Y por eso todos las miradas están puestas ahora en España. Nuestra situación es bien diferente, sobre todo si se mide por la cifra clave que es el coste de la financiación, que está todavía por debajo del 6%. Pero de España preocupan las expectativas de crecimiento, muy débiles, y el verdadero coste de la reestructuración bancaria, aún desconocido, y que los mercados estiman muy superior al que reconoce el Gobierno.

El mismo día en que Portugal tiraba la toalla, el BCE subía los tipos del 1% al 1,25%, antes de que lo hiciese la Reserva Federal norteamericana o el Banco de Inglaterra y no digamos el de Japón. El BCE es el único que solo tiene entre sus objetivos la lucha contra la inflación, sin que deba tener en cuenta los efectos de sus medidas sobre el crecimiento.

Subir el rendimiento del capital viene bien a quien lo tiene. Pero reduce la renta disponible de los que tienen deudas a tipos de interés variables, y con ello el consumo. Es una medida tomada para el conjunto de la eurozona que viene bien a las economías centrales, especialmente la alemana, pero que tendrá efectos negativos sobre las economías periféricas débiles a las que será más difícil salir de la recesión .

Es posible que este sea un nuevo paso en falso del BCE. El anterior data de junio del 2008 cuando el barril estaba al mismo precio que ahora, y decidió subir los tipos porque veía venir tensiones inflacionistas. Que Dios conserve la vista a los de Fráncfort, porque poco después el precio del petróleo se desplomaba y la crisis económica, que había empezado medio año antes en EEUU, le obligaba a bajar a toda velocidad los tipos del 4,25% al 1%.

Ahora es difícil que la subida del crudo se traduzca en una espiral alcista de costes y de rentas. La oferta monetaria está contenida en el 2%, el paro elevado y los excedentes de capacidad grandes. Pero la ortodoxia monetarista se ha impuesto otra vez a este lado del Atlántico. No sería demasiado grave si la cosa acabara aquí y no fuese el inicio de una progresiva restricción monetaria que sería fatal para las economías convalecientes del sur.

Por Josep Borrell, presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia.

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