Los impulsos convergentes del nacionalismo, el antiliberalismo, el autoritarismo político, las restricciones a la libertad de expresión y la desconfianza hacia los inmigrantes, las minorías y la globalización avanzan en todo el mundo. En Hungría y en Polonia podemos ver cómo sus regímenes giran hacia el criptofascismo, a pesar de que estos dos países salieron de la pobreza gracias a la cooperación europea. En Rusia y en China, los déspotas esgrimen viejas ideologías imperialistas para rechazar el carácter universal de la democracia liberal. En Francia, en Austria y en Dinamarca, los ultranacionalistas están a las puertas del poder. En EE.UU., el candidato republicano es más próximo al Ku Klux Klan que a Ronald Reagan. Gran Bretaña está dividida entre tribus arcaicas: ingleses, galeses, escoceses e irlandeses. En España, los independentistas vascos y catalanes, y en Francia, los corsos, se enrocan en posturas prehistóricas. La lista es larga. En India, el partido en el poder trata de «rehinduizar» el país, negando su diversidad religiosa y 2.000 años de mestizaje cultural. Turquía, que creíamos que se había reconciliado con Occidente y con los tiempos modernos, vuelve, bajo la dirección de su presidente, a sueños otomanos y de califato. Y, cómo no, el islamismo, esa regresión absoluta, aspira a llevar de nuevo a los árabes a una Edad de Oro mitológica.
Este puzle da a entender que el sueño de la globalización y de la unificación de la humanidad, que pareció triunfar a partir de 1990 –el fin del Imperio soviético–, estalla en pedazos y que volvemos a la Edad Media de los conflictos étnicos y las guerras de religión. Pero esta interpretación solo representa la mitad de la foto y tiende a la dramatización; la elección de los ejemplos nos convence con demasiada facilidad de que nos acercamos al crepúsculo de la globalización y al resurgimiento de viejos odios. Se puede hacer otra selección. Hay dos acontecimientos que me han llamado recientemente la atención y que me parecen al menos igual de significativos que la reacción asociada a la identidad: la elección del alcalde de Londres y –menos comentada pero igual de importante– la del alcalde (el título oficial es gobernador) de Yakarta, la ciudad musulmana más grande del mundo. Sabemos que los londinenses se han decidido por un hijo de inmigrantes paquistaníes y que Sadiq Khan no esconde su fe musulmana. Su adversario conservador (de origen judío) había jugado la carta de la xenofobia y el antiislamismo, pero en vano. Londres no es Inglaterra, pero su diversidad cultural es representativa de la Europa que está por venir y que se asemeja en su identidad plural a las grandes metrópolis estadounidenses. Sadiq Khan no ha ganado gracias al apoyo de las minorías locales –los paquistaníes no son tan numerosos– ni por su lejana afiliación al Partido Laborista, sino porque ha resultado ser un gestor más eficaz y más cercano a la gente que el distante y adinerado Zac Goldsmith. A título de recordatorio, la alcaldesa de París es hija de inmigrantes españoles. Anne Hidalgo y Sadiq Khan son la nueva cara de Europa, una Europa tolerante y mestiza. Los islamófobos en estos países, y en Gran Bretaña los partidarios de su salida de la Unión Europea, son la otra cara. Europa duda entre estas dos tentaciones, la tolerancia y la intolerancia, la apertura y el cierre.
En la otra punta del mundo, el mandato de Basuki Purnama, apodado Ahok, se ha comentado menos. Ahok es un indonesio católico de origen chino, elegido por un pueblo musulmán. Su elección ha resultado aún más sorprendente y reconfortante porque Yakarta no ha dejado de ser escenario de agresiones populares de javaneses musulmanes contra la ínfima minoría china, y el último pogromo se remonta a hace menos de veinte años. Pero la población de Yakarta se ha cansado de vivir en la capital más disfuncional de Asia y le ha otorgado su confianza a Ahok, que se ha comprometido a seguir el modelo de Singapur. La elección del mejor alcalde posible, al igual que en Londres, ha eliminado el atavismo religioso y étnico a pesar (como en Londres, pero a la inversa) de la movilización vociferante de los islamistas locales contra el católico chino. ¿Son Ahok y Sadiq Khan anunciadores del futuro en mayor o menor medida que Donald Trump, Viktor Orban, Recep Tayyip Erdogan, Vladímir Putin y los yihadistas de Orlando, Bruselas y París?
Recordemos que hace 23 siglos el proyecto de Alejandro de Macedonia era unificar el mundo más allá de las diferencias tribales y religiosas. En la campaña de Grecia en India, no se conformaba con la derrota de sus adversarios, sino que obligaba a sus oficiales a casarse con las princesas locales, e hizo lo mismo con Roxana, hija del rey de los persas. No destruía los ídolos de los pueblos vencidos, sino que los incorporaba a su panteón helénico. ¿Fue Alejandro el precursor de la globalización? Presionado por sus generales, que deseaban volver «a casa», tuvo que dar media vuelta. Sin ser conscientes de ello, estamos reproduciendo de manera idéntica esta vacilación entre el repliegue y la apertura, entre la tolerancia y la intolerancia, sin duda alguna porque la naturaleza humana es inmutable y, desde Alejandro, se debate entre estas dos tentaciones.
Guy Sorman.