Los Pujol, con el patriarca y expresidente al frente, han comparecido ante la Justicia. Pintan bastos para el clan, pese a que sus miembros continúen en libertad. Por vez primera, algunos medios han aludido a la conveniencia de contemplar la figura jurídica del "consorcio criminal", propia de nuestro Derecho positivo. Personalmente, lo he estado haciendo durante años en relación a Convergència y haciendo especial hincapié en la destrucción de la sanidad pública catalana, en un marco de corrupción y de financiación política.
A los Pujol, todo les va mal, igual que a una Cataluña hecha añicos. Desde la crisis social y militar española de 1917, siempre hubo sectores catalanes que intentaron ayudar a que España superara sus problemas. Hoy no es ni puede ser así, al dominar en Cataluña un autismo objetivamente involucionista. El independentismo se ha traducido en esterilidad. Y Cataluña lo sufre aún más que toda España.
Cinco meses después de las últimas elecciones autonómicas, la arquitectura política catalana está en harapos. Lo que más crece es la filial de Podemos, mientras que quien muestra unas mayores posibilidades de futuro es la alcaldesa Ada Colau.
Al final, la visión rural, de amo de masía de Jordi Pujol está siendo sustituida, casi de golpe, por las propias de la desaparecida Rusia del 1917 y la Venezuela de Chávez, ya tocada de muerte por la modernidad y la democracia. En Cataluña ha habido un proceso de duchas escocesas: en nada de tiempo se ha recorrido todo el espectro político y una gran distancia en cuanto a sustrato ideológico. Pasar de Cambó y Prat de la Riba a Lenin y Durruti tiene mucho atractivo académico. Pero sólo de este tipo.
Con toda probabilidad, si ahora hubiese elecciones Colau sería elegida presidenta de la Generalitat. Incluso la extrema izquierda independentista -la CUP- da estertores preagónicos. Un sector interno la abandonó y otro amenaza con hacerlo. Pronto se le puede plantear el dilema de sumarse a Podemos o desaparecer. La extrema izquierda suele ser volátil. Bastan dos para crear un partido trotskista y con tres ya hay una escisión.
A su vez, nada permite augurar la reaparición de una derecha catalana. Está desconcertada y domada. Asimismo, el poder moderador y transversal que podrían llevar a cabo el PSC y el PP no arranca. El pavoroso poder mediático de la Generalitat ahoga todo movimiento.
En lo inmediato, las posibilidades de que el actual Gobierno autonómico se encarrile hacia algo comprensible y homologable son nulas. En cuanto a la capacidad técnica de sus miembros, es la peor de todos los Ejecutivos habidos desde la Transición. No sabría designar a un consejero mínimamente presentable. Como la ignorancia siempre es atrevida hablan con un desparpajo alucinante. Pero detrás no hay nada. Repiten una y otra vez que no se puede hacer nada hasta la (imposible) independencia.
En cuanto al nuevo presidente su única virtud con respecto a Mas es la mejor educación. Por lo demás, carece de interés. Como alcalde de Girona, Carles Puigdemont fue un gestor laxo y absentista. En la Generalitat puede serlo aún más. Las arcas están vacías: Mas dejó un endeudamiento de 68.000 millones y nulas posibilidades de recurrir al crédito interno o externo.
El gran mérito de Puigdemont fue llevar a cabo una alcaldada antológica. Impuso como sucesor en el Ayuntamiento de Girona a un miembro de su candidatura que ni había sido elegido concejal, al ocupar el número 19 de la lista. Para lograrlo, hizo dimitir a nueve concejales.
Hay que explicar la política catalana inductivamente, yendo de lo concreto y específico a lo general. Ese análisis confirmará una frase de Thomas Jefferson, tercer presidente de los EEUU: "La vieja táctica de los tiranos es usar una parte de la población para tener sometida a la otra parte". Esta maldad ha tenido efecto desde el momento en el que el independentismo fue incapaz de lograr un consenso amplio. Tiene el apoyo del 35% de censo, es decir el 48% de los votos. Esta fuerza, minoritaria, tiende a decaer.
Si en Cataluña hubiese un solo medio de comunicación autóctono que mostrase la total inoperancia de la Generalitat y el carácter clánico del poder autonómico, el independentismo sería corrido a gorrazos por las calles.
Mas ha asumido que él mismo debe estimular el maremágnum existente en beneficio de su retorno a la Presidencia. Así, un día sí y otro también pone palos en las ruedas de Puigdemont. Mas estimula las críticas de Convergència a la CUP y su oposición a los presupuestos. Si es así -y pronto se verá-, el Gobierno de la Generalitat debería caer. El propio Puigdemont afirma en privado que dentro 18 meses abandonará el cargo.
La ambición de poder de Mas sólo puede detenerla una acción judicial. Pero lo importante sería que evolucionara el millón y medio largo de ciudadanos que aún comulgan con la inmensa rueda de molino del indefinido e indefinible secesionismo catalán. Los medios de comunicación de fuera de Cataluña hacen lo que pueden. También, tanto como les es posible, unos pocos y modestos medios catalanes, con un mérito inmenso. No es suficiente.
Es incomprensible que TVE y RNE en Cataluña, con todos los medios con los que cuentan, no hagan lo que les correspondería hacer. La máquina propagandística de la Generalitat (en especial TV3) debe ser frenada. Hoy disfruta de una obvia e indecente impunidad.
Hay que creer en el arrepentimiento y en la redención como virtudes cívicas generales. Ha de ser el camino obligado para Cataluña. No hay otro. La imputación, probable procesamiento y la procesión judicial del clan de los Pujol es un buen paso. Pero la ausencia de una argumentación abierta y libre, hecha en Cataluña y difundida desde Cataluña, es el gran talón de Aquiles de quienes creemos en la actual Constitución.
Si el determinismo independentista se une o complementa al marxista leninista todo será más complicado y, sobre todo, más largo en el tiempo. Mes a mes, un inmenso drama humano y cívico se está cronificando.
Alfons Quintà es periodista y fue el primer director de TV3.