De Marie Curie a Angela Merkel

La cancillera Angela Merkel ha anunciado que las centrales nucleares alemanas tienen los días contados. El acuerdo entre los cristianodemócratas y liberales que gobiernan Alemania preveía que dejarían de funcionar hacia el 2030. Parece que Merkel, tras Fukushima, está decidida a avanzar el apagón nuclear alemán al año 2022 o 2023, bastante antes que sus centrales agoten la vida útil. En todo caso, que Alemania ya dé por acabada su era nuclear es una decisión significativa.

Todo empezó en 1896. El físico francés Henri Becquerel, interesado en la fluorescencia y los rayos X que el año antes había descubierto el alemán Wilhelm Röntgen, encontró que el fluorescente sulfato de uranio y potasio emitía radiaciones capaces de atravesar cuerpos opacos, como los rayos X. Creó el término radioactividad para designar tal fenómeno. Quienes, entre 1898 y 1902, aclararon su mecanismo fueron el matrimonio Pierre Curie y Maria Slodovska, sobre todo ella, polaca nacionalizada francesa, que tomó el apellido del marido. Marie Curie y su hija Irène Joliot-Curie establecieron las bases de los fenómenos radioactivos naturales (madre) e inducidos artificialmente (hija). Ambas murieron de leucemia causada por la radiación a que se expusieron.

El británico Ernest Rutherford estableció en 1911, hace exactamente un siglo, que la radioactividad dependía del núcleo del átomo. Dos años más tarde, el danés Niels Bohr propuso el modelo atómico que ahora nos parece lo más natural del mundo: un núcleo de protones (y los entonces solo intuidos neutrones) a cuyo alrededor giraban los electrones. Entre tanto, la mecánica cuántica de los alemanes Max Planck y Albert Einstein y del austriaco Wolfgang Pauli sentaba las bases teóricas para entender aquellas novedades. El italiano Enrico Fermi y el alemán Otto Hahn, en los años 30, descubrieron que bombardeando los átomos de determinados elementos radioactivos con neutrones se obtenían nuevos elementos y se liberaban grandes cantidades de energía: resultaba que el sueño de los alquimistas medievales que andaban tras la piedra filosofal capaz de trasmudar un elemento en otro se había hecho en cierto modo realidad. Había nacido la fisión nuclear inducida artificialmente.

A todo esto, Hitler y Mussolini llegaron al poder. Calificaron de «física judía» a la mecánica cuántica y cuanto con ella se relacionaba y propiciaron el exilio de quienes la cultivaban, la mayoría efectivamente judíos o con familiares que lo eran. Fermi, Einstein, Pauli, Bohr y tantos otros huyeron a Estados Unidos y acabaron participando de una u otra forma en el equipo de Robert Oppenheimer, físico nuevayorquino de familia judía, que puso a punto la primera bomba atómica. Planck y Hahn permanecieron en Alemania, bajo sospecha. Otros, como Werner Heisenberg, colaboraron en el fracasado desarrollo de un reactor nuclear alemán. La generación eléctrica nuclear se logró en 1951.

En 1998, el dramaturgo británico Michael Frayn estrenó en Londres Copenhaguen, pieza que reconstruye la reunión que en 1941, precisamente en Copenhague, mantuvieron Bohr y su discípulo Heisenberg. Planteada muy ingeniosamente, permite comprender muchas cosas sobre la Europa de la época, la energía nuclear y las verdaderas motivaciones de los científicos, que al fin y al cabo son personas como los demás. Arroja luz en un momento como el presente en el que la energía nuclear es tema de general preocupación. Estos días puede verse Copenhaguen en el Teatre Nacional de Catalunya, en un excelente montaje, por cierto.

¿Cómo veían Bohr y Heisenberg el mundo y el papel del conocimiento tecnocientífico emergente? ¿Cómo nos situamos nosotros ante la cuestión nuclear? Demasiada emoción y demasiado pocos elementos de juicio, me temo. La decisión de Merkel no nace de nada que no supiéramos antes de Fukushima. En buena medida es una decisión emocional. Se comprende, porque la política, ante todo, gestiona emociones. Si la mayoría así lo quiere, mejor será hacerlo así. Pero ¿quiere la mayoría lo que de verdad le conviene?

En este caso, creo que sí, a fin de cuentas. James Lovelock, padre de la teoría Gaya, delicia de ecologistas, se ha vuelto filonuclear a sus años. Centra la atención en el tema de las emisiones de CO2. Pero hay otras cuestiones a considerar. ¿Podemos vivir con esta espada de Damocles sobre la cabeza, tras Chernóbil y Fukushima? De los 4.000 gigavatios eléctricos instalados en el mundo, solo 450 son nucleares, un 11%. Actualmente, hay otros 120 eólicos (de potencia servida más aleatoria, desde luego) y las renovables, en conjunto, representan el 4,5% del total de la potencia instalada. Un plan para ir prescindiendo de las centrales nucleares sería tan plausible como el plan que las fue poniendo en servicio, pues. Debería ser un plan meditado y valorado económicamente, claro está. Pero me temo que responderá, si llega, a las emociones del momento, como de costumbre. Merkel no tiene la mente estructurada como Curie. En cualquier caso, una mujer se dispone a clausurar la era abierta por otra hace ahora un siglo justo. Notable.

Por Ramon Folch, socioecólogo. Director general de ERF.

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