De nuevo, el peligro amarillo

En 1967, Herman Kahn y Anthony J. Wiener, con la colaboración de otros miembros del Instituto Hudson, publicaron el libro «The Year 2.000. A Framework for Speculation in the Next Thirty-Three Years». En él señalaban que China, en el mejor de los casos… solamente llegaría a superar a la Unión Soviética, y eso contando con que la Unión Soviética sólo alcance su tasa de crecimiento bajo».

¿Qué queda de todo esto? En el mundo asiático, área del Pacífico, Japón se había transformado, a partir de la caída del shogunado, en una potencia política y económica de primera importancia. Sus victorias en la guerra rusojaponesa, su papel en la I Guerra Mundial, su intervención en China, completaban este panorama. Es lo que creó, a partir de 1987 con Jacques Novicow y M. P. Shiel, la frase «el peligro amarillo».

Ahora, un economista, esta vez español, Ramón Tamames, acaba de intervenir en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas con una aportación, de algún modo relacionada con los viejos planteamientos del «peligro amarillo», titulada «China y Estados Unidos frente a frente; cómo superar el conflicto». Los fundamentos básicos de esta confrontación son los económicos. Queda mostrada también la posibilidad de que un portaviones chino, capaz de asistir además a los submarinos nucleares, podría situarse, de modo permanente, en el Mediterráneo, cuestión que, obviamente, nos afecta.

Tamames presentó así la base que explica el fuerte desarrollo de la economía china: «El cónclave del Partido Comunista Chino de noviembre de 2013 ha asegurado que se profundizará en las reformas económicas “para garantizar que el mercado juegue un papel decisivo en la asignación de recursos, conservándose, no obstante la misión fundamental de la propiedad pública”. En este sentido, el Gobierno propiciará la libertad de los bancos en cuanto a tipos de interés, y se dejará que el mercado guíe los precios de agua, gas, electricidad, petróleo y transporte».

El gran cambio se inició en 1978, cuando Deng Xiaoping dio por concluida la Era Mao, y esbozó, en el Tercer Pleno del 11 Comité Central del Partido Comunista Chino, cuatro modernizaciones: «En la agricultura, para acabar con las comunas; en la industria, dando entrada a la iniciativa privada; en la defensa, en pro de un sistema más sofisticado, realzándose a la postre todo lo que significan las nuevas tecnologías». Tamames señala que esto «se combinó con un modelo exportador basado inicialmente en su ventaja competitiva, máxima, los bajos salarios».

Con estas bases el Banco Mundial prevé «que la República Popular podría alcanzar el PIB de Estados Unidos –en términos de paridad de poder adquisitivo– en 2017». Naturalmente, no se habla del PIB por habitante, aunque la combinación del modelo demográfico, que tiende al estancamiento y envejecimiento de la población y el progreso de las rentas de los habitantes, así como el establecimiento de nuevas zonas de libre comercio –en 2013 se abrió en este sentido la de Shanghái–; el alentar «la inversión privada en bancos pequeños y medianos» para competir con los estatales; el contemplar la posibilidad de que la moneda nacional «será básicamente convertible en 2015, más otras disposiciones liberalizadoras», pueden impulsar la aparición de una fuerte clase media.

Y aquí, aunque el profesor Tamames no lo señale más que parcialmente, surgen dos cuestiones. China ha contemplado a África como la gran suministradora en el futuro de sus necesidades de materias primas y alimentos. ¿Eso está asegurado? Y otro elemento a tener muy en cuenta es el alto grado de corrupción de China. Según el Índice de Percepción de la Corrupción 2013 de Transparencia Internacional, en el conjunto mundial de menor a mayor corrupción, China ocupa el puesto 80, con una puntuación 0 es corrupción plena y 100, limpieza absoluta de 40, o sea, un poco peor incluso que Senegal y Túnez y la misma cifra que Grecia. Con fuerte corrupción es imposible un alto grado de desarrollo a lo largo del tiempo. Además, existe –esto sí lo plantea el profesor Tamames de modo implacable– en España lo hemos visto, el que puede denominarse «efecto Chaunu». El alto nivel de renta crea en la población un ansia fortísima de libertad e igualdad. Los privilegios de los miembros del Partido Comunista muy probablemente resultarán amenazados por el desarrollo económico. Tamames en este último sentido dice lo siguiente: «El modelo político económico chino no es sostenible a largo plazo, sobre todo por la emergencia de una clase media cada vez más amplia. Como se pone de relieve en las estimaciones de la consultora McKinsey, en 2013, ese agregado social representaba ya el 14% de la población. Calculándose que en una década llegará al 54%... En resumen, si dentro del Partido Comunista chino adoptaran criterios racionales… en China se evolucionaría con pautas democratizadoras similares a las que hubo en Taiwán y Corea del Sur. De otro modo, el sistema habría de enfrentarse a una sociedad cada vez más encrespada por insatisfacciones y reivindicaciones de todo género, de parte de quienes quieren dejar de ser súbditos para convertirse en ciudadanos a carta cabal».

Finalmente, ¿este avance económico es seguro? En el libro de Kahn y Wiener, citado, se pronostica para Japón, lo que no ha sucedido, como contemplamos desde hace una veintena de años. Samuelson, en la primera edición de su «Economics», señaló cuándo la Unión Soviética sobrepasaría a los Estados Unidos. ¡Qué cuidado hay que tener con las extrapolaciones!

Aparte de todo ello, China es el banquero de los Estados Unidos. Pero eso, ¿no tiene elementos intranquilizadores? El peso político mundial norteamericano está detrás de su déficit del sector público. Acaba de aparecer el libro de Carmen Sanz Ayán «Los banqueros y la crisis de la Monarquía Hispánica de 1640» (Marcial Pons Historia, 2013). También entonces para mantener la posición clave política en el ámbito internacional. España acudía a banqueros del exterior. Lo sucedido e España merece la pena que se estudie en los Estados Unidos y, con rapidez desde luego, porque los genoveses o los flamencos, son ahora los chinos.

Juan Velarde Fuertes, vicepresidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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