De nuevo: ¿Libertad para qué?

«¿Cómo y cuándo cree usted -interrogamos- que podrá pasarse del actual periodo de transición a un régimen de plena libertad para sindicatos, prensa e individuos?» preguntó a Lenin el socialista Fernando de los Ríos en su Viaje a la Rusia sovietista, allá por octubre de 1920. La larga respuesta del líder comunista terminó con la conocida frase: «Sí, si, el problema para nosotros no es de libertad, pues respecto a esta siempre nos preguntamos: ¿libertad para qué? En su libro sobre la Rusia comunista, el antiguo socialista español pone de relieve la ausencia de libertad y las consecuentes miserias de la vida soviética. Los progresistas contemporáneos españoles, crecientemente alejados de la preocupación por la libertad de Fernando de los Ríos, andan cada vez más atareados en ordenar la vida de la gente mediante restricciones a la libertad en cada vez más ámbitos: Obligando a inmersiones lingüísticas de carácter totalitario en las escuelas públicas en contra del libre criterio y derechos de los ciudadanos. Cuestionado la patria potestad de los padres en la educación de sus hijos. Tratando de limitar la libre elección de colegios, con argumentos colectivistas. Amenazando la caza y los toros -todavía no las procesiones de Semana Santa- como libres, espontáneas y antiquísimas expresiones de la sociedad civil. Generando una inmensidad de normas que obstaculizan el libre ejercicio de la función empresarial. Restringiendo el mercado de alquiler de viviendas para perjuicio de las personas menos solventes. Imponiendo restricciones medioambientales sin valorar su racionalidad y consecuencias. Oponiendo «su democracia ad-hoc» -no la genuina- a las leyes que protegen las libertades ciudadanas. Demoliendo principios fundamentales del derecho, como la igualdad ante la ley, por razones identitarias. Horadando la libertad intelectual e independencia profesional de los jueces con amenazas al cumplimiento de sus sentencias.

Educando en la enseñanza pública para la dependencia del Estado, en vez de para el ejercicio responsable de la libertad individual para buscarse la vida. Impulsando artificialmente la igualdad en la servidumbre del Estado frente a la desigualdad en la libertad. Mientras las utopías progresistas del pasado, todas ellas liberticidas, estuvieron relativamente ocultas, estas prácticas de la «libertad para qué» pudieron engañar a muchos, pero tras la caída del maoísmo y del Muro de Berlín es asombroso que todavía haya quienes -muchos- las respaldan en las urnas.

Un siglo después, la pandemia del Covid-19 ha sido utilizada por el gobierno en el sentido de la respuesta de Lenin a Fernández de los Ríos. Con la excusa del control del contagio del virus, el gobierno decretó un Estado de Alarma amplia y responsablemente apoyado por el Parlamento que limitaba temporalmente libertades y derechos ciudadanos.

Esta suspensión de derechos que estuvo justificada por la situación de tensión de recursos en el sistema sanitario y por el número de víctimas de la epidemia en aquellos momentos, fue apoyada también por una mayoría abrumadora de los ciudadanos. Una vez que esa situación dejó de existir, el Estado de Alarma debió igualmente remitir. El gobierno de la Nación no debió pretender reparar los errores cometidos en las primeras semanas de la pandemia, imponiendo en su fase de salida las condiciones más severas de toda Europa.

La prolongada restricción de libertades y el particular e injustificado ensañamiento con la Comunidad de Madrid, solo son una muestra de arbitrariedad que se ha sumado a la incompetencia previa. Es un abuso por tres razones. El gobierno español carece de autoridad moral toda vez que por su dejación de responsabilidad en los comienzos de la epidemia se convirtió en responsable del mayor número de fallecidos per cápita -con la excepción estadística de Bélgica- y de la menor protección y los mayores contagios del personal sanitario del mundo. Son muchos los países con serias trayectorias liberal-democráticas que, como los países del centro-norte de Europa, han obtenido resultados mucho mejores que España sin abusar de la libertad. El dilema: salvar vidas frente a salvar la economía es falso. Por supuesto que la salud pública es un bien a proteger por encima de todo, pero pretender proteger la salud a costa de destruir la economía no solo es una irresponsabilidad; es un error, ya que -con la salvedad de Portugal- los países con menor actividad económica son los que peores resultados sanitarios han obtenido, con España a la cabeza.

La suspensión del ordinario control parlamentario del gobierno, la bolivariana censura en las ruedas de prensa del gobierno, la persecución de opiniones críticas contra el gobierno en las redes sociales, la ocultación de las comisiones asesoras, la falta de transparencia en los criterios de regreso a la normalidad, etcétera no debieron haber existido. En pleno siglo XXI, deberíamos habernos enfrentado a la pandemia sin excusas leninistas y con estrategias mas sofisticadas que las que se emplearon contra la peste antonina o la peste negra: el confinamiento.

Jesús Banegas es presidente del Foro Sociedad Civil.

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