De nuevo, una política colonial para Irak

La responsabilidad de Estados Unidos y Gran Bretaña en el desastre de Irak es algo en lo que no se piensa mucho ahora, cuando se habla cada vez más de abandonar a los iraquíes y dejar atrás otra tragedia más en Oriente Próximo.

Estados Unidos ha cambiado tantas veces y de forma tan brusca su estrategia en Irak, y los argumentos para justificar su presencia allí, que hace falta una conexión en directo con la Casa Blanca para mantenerse al día de las novedades en la línea quebrada de su política. El último mensaje que quiere transmitir Estados Unidos -no está claro si es una nueva estrategia, una nueva amenaza, un nuevo globo sonda o simplemente una muestra de gran frustración- es que se le está agotando su paciencia con Irak. Si los iraquíes no ponen orden en su casa y aprovechan la "oportunidad democrática" que tienen ante ellos, los estadounidenses emprenderán la marcha. Se lo oímos decir a altos funcionarios norteamericanos, importantes columnistas y políticos, y es lo más parecido a un consenso que hay en Estados Unidos respecto a Irak: quieren abandonar el caos que ellos mismos crearon.

Es una actitud comprensible por parte de los estadounidenses, porque a ningún país le gusta que maten a sus soldados ni malgastar su dinero en la guerra civil de otro país. Pero lo que no es creíble en el caso de EE UU -ni de su compinche, el Reino Unido- es que pretenda ser un espectador inocente que intenta quitarse de en medio ante una refriega entre "árabes que llevan siglos matándose unos a otros". Decir que los iraquíes son "vándalos incorregibles" y "fanáticos religiosos", incapaces de aprovechar la "oportunidad" que les han proporcionado las fuerzas de Estados Unidos y Gran Bretaña, al tiempo que se afirma que el ataque angloamericano tiene intenciones puras y constituye una estrategia valiente, no es más que una nueva distorsión y un análisis tremendamente injusto y erróneo por parte de los mercachifles engañabobos que dominan la toma de decisiones políticas en Londres y Washington.

Esta arma intelectual de destrucción masiva contribuye a agravar la situación de muerte, sufrimiento, miedo e inestabilidad que las políticas angloamericanas han provocado en todo Oriente Próximo.

Desde el punto de vista histórico, las políticas de EE UU y Gran Bretaña en Irak son uno de los ejemplos más flagrantes de abuso de poder colonial y neocolonial. Los occidentales llegan a ciertos países, por ejemplo Irak, como quien va a un parque de atracciones, un centro comercial o un casino: deciden cómo quieren pasar el tiempo, consiguen lo que quieren, van de juego en juego y de tienda en tienda y se marchan cuando se aburren, se sienten frustrados o no les queda nada que ganar, y todo ello sin pensar en la situación que dejan para el pueblo iraquí.

La amenaza estadounidense de marcharse de Irak es fácil de entender desde el punto de vista político, pero difícil de justificar desde el punto de vista moral. ¿Tiene EE UU alguna responsabilidad en la destrucción, el despilfarro y el miedo que han padecido los iraquíes en los últimos cuatro años? ¿Y qué decir de la nueva cohorte de terroristas y casi anarquistas que han adquirido inspiración y experiencia a base de luchar contra los estadounidenses e instigar el caos en Irak? ¿La reciente lucha abierta entre chiíes y suníes es un fenómeno propio de Irak, o no deberíamos preguntarnos si las políticas de EE UU y Gran Bretaña han provocado la situación actual del país y son parcial o totalmente responsables de haber desencadenado este nuevo tipo de lucha étnica y sectaria en la región?

El Gobierno de Bush no puede pretender jugar con los árabes como si fueran yoyós y que el mundo permanezca pasivo y no haga más que jalear su infantilismo. Bush, Condoleezza Rice, Dick Cheney y otros hablan constantemente del error que ha sido apoyar a dictadores árabes desde hace 60 años y de que ahora han pasado a apoyar la libertad y la democracia en el mundo árabe. Pero últimamente da la impresión de que el proceso de impulso de la democracia se ha interrumpido, o al menos ha quedado marginado, a medida que la democracia árabe ha producido vencedores como Hamás. Estados Unidos ha aparcado discretamente esa estrategia y ha decidido volver a buscar la estabilidad y a luchar contra unos rivales iraníes que sus propias políticas en Irak y Palestina han ayudado a vigorizar. Y dice que su paciencia tiene un límite y que piensa marcharse de Irak si la situación no mejora. Ese cambio de parecer selectivo e interesado, disfrazado de gran estrategia y con un toque de aprobación divina, es el peor tipo de colonialismo y neocolonialismo, todo junto.

Los británicos tienen en Irak un historial parecido, que exige pedir alguna responsabilidad histórica. Ellos se inventaron Irak en los años veinte, ofrecieron su apoyo a ese Estado y a sus tiranos durante gran parte del siglo XX, lo atacaron y destruyeron en 2003, trataron de reconstruirlo a su imagen y semejanza y ahora amenazan con largarse a toda velocidad.

La creación de Irak, el apoyo al país, su destrucción y el intento de volver a crearlo ahora constituyen un cúmulo de muestras de incompetencia y bravuconería colonial que pasará a los libros de historia como una gran tragedia -puede que incluso un crimen- cuyo coste ha sido muy elevado, sobre todo para la población de Irak y Oriente Próximo.

La combinación de herencias y políticas de los Gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña nos lleva, este verano, a la fase más reciente en este trágico proceso en el que las potencias occidentales juegan con los árabes como más les conviene. Ésta es una de las razones por las que el mundo árabe soporta una mezcla de tiranos locales y lacayos de Occidente y, en cambio, no tiene casi líderes normales y eficientes ni una ciudadanía estable y satisfecha.

Rami G. Khouri, columnista del periódico beirutí Daily Star y director del Instituto Issam Fares en la Universidad Americana de Beirut. © Rami G. Khouri / Agence Global. 2007. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.