De oportunidades y miedos

Más de uno puede tener la sensación, tras los resultados electorales, de que se puede iniciar un tiempo nuevo. Y más de uno puede tener la sensación de miedo por lo que pueda ocurrir. Y al referirme a la oportunidad y al miedo no me refiero sólo a la oportunidad que algunos verán de poder ocupar cargos políticos, ni al miedo que otros puedan tener de perderlos. Se trata de algo más profundo y amplio que la posición personal de unos y de otros.

El mapa que han dejado las elecciones autonómicas es un mapa que permite abrir las puertas a una nueva oportunidad. O mejor dicho: a nuevas oportunidades. Es posible una mayoría parlamentaria sin nacionalistas. Es posible un lehendakari que no sea nacionalista. Es posible un gobierno cuya marca característica no sea el nacionalismo. Y todo ello supone una novedad en Euskadi. Y de la mano de la novedad podrían venir cambios profundos en la forma de entender la política. Una de las oportunidades es la que va ligada a esos cambios, cuya característica fundamental debiera residir en considerar a los vascos en función de su condición estricta de ciudadanía, y no en función de su identidad, de su sentimiento de pertenencia, de su identificación sentimental.

Pero hay además otras oportunidades: por ejemplo la de que el PNV recupere un discurso que, si no ha estado perdido, ha estado al menos fuertemente difuminado durante demasiado tiempo. Existe la oportunidad de que la sociedad vasca recupere un nacionalismo que se esfuerce por ser un nacionalismo cívico, un nacionalismo que sea capaz de extraer seriamente todas las consecuencias de la realidad estructural plural y compleja de la sociedad vasca. El discurso del presidente del PNV en la noche electoral es motivo de esperanza.

También el resultado de Aralar puede ser considerado como una oportunidad: porque deja de manifiesto que en la España constitucional ni se ilegalizan ideas, ni se impide defender dentro de la legalidad posiciones que a algunos les pueden parecer difícilmente compatibles con la pluralidad de la sociedad vasca, y por tanto difícilmente compatibles con la democracia. Independientemente del cálculo probablemente demasiado fácil vinculando directamente lo perdido por la opción del voto nulo -50.000 votos- con lo ganado por Aralar, la consolidación de esta fuerza es un motivo de esperanza para la sociedad vasca.

También es una oportunidad el que el PP se haya mantenido con dignidad, sin ocultar las pérdidas. Los cambios producidos en su dirección -en el PP vasco- habían sido bastante traumáticos, traumas vinculados a cuestiones tan peliagudas siempre como el liderazgo personal y las posiciones éticas. Es un motivo de esperanza que el PP vasco haya recuperado la capacidad de hacer política. Es una oportunidad para la normalidad vasca que el PP vasco tenga que ser tenido en cuenta a la hora de proyectar el futuro político vasco, pues era difícilmente entendible que se pudiera estar de brazos abiertos hacia quienes no condenan el terror de ETA mientras se trazaba una especie de muro invisible en torno al PP vasco. Existe la oportunidad de dar un paso hacia la normalización de la política vasca.

El descenso de 50.000 votos de la opción del mundo de ETA-Batasuna es también una oportunidad y un motivo de esperanza. Es cierto que, aunque ilegalizados, siguen existiendo. Pero su capacidad conjunta, entre ETA y Batasuna, de condicionar y/o chantajear el conjunto de la política vasca se va reduciendo. Es conocida la capacidad de resistencia de ese mundo. Pero la resistencia será cada vez menor, la competencia a ese mundo desde la izquierda nacionalista, a la que Aralar pertenece con el mismo derecho que ETA/Batasuna, será cada vez mayor, la normalidad desde la que se viva la política vasca será cada vez mayor.

Pero también es cierto que a las oportunidades y a los motivos de esperanza van unidos miedos. Miedo a perder el poder. Miedo a competir en la oposición -no desde el poder- con el nacionalismo radical al que se ha estado mirando siempre de reojo. Miedo a la tarea de renovar los fundamentos doctrinales. Miedo de la sociedad, o de parte de la sociedad, incluso fuera de Euskadi, pues a no pocos se les hace difícil imaginarse una Euskadi sin el nacionalismo en el gobierno, pues a no pocos se les hace difícil imaginarse un lehendakari no nacionalista.

Miedo a la novedad. Miedo a que aparezcan fantasmas que no seamos capaces de controlar. Miedo a la confrontación. Pero conviene analizar con tranquilidad estos miedos. Porque, en primer lugar, nadie está poniendo en duda el valor del Estatuto, y con él el valor del autogobierno definido entre todos: la tan cacareada falta de transferencia de competencias se debe a la falta de acuerdo en la interpretación de cuál es el contenido de las competencias pendientes de transferir, casi todas ellas vinculadas a la Seguridad Social. No va a haber, no puede haber novedad en lo que se refiere a la defensa del autogobierno estatutario, al valor del Concierto Económico, sabiendo que el cupo habrá que negociarlo cada vez con más transparencia. En este sentido es inútil tener miedo al cambio, porque no lo va a haber. Va a haber continuidad y mejora en la defensa de lo que constituye el Estatuto y su espíritu de pacto.

Tampoco tiene demasiado sentido el miedo ante la nueva oportunidad si se argumenta diciendo que la no presencia del nacionalismo en el gobierno significaría gobernar de manera frentista, que era de lo que se acusaba a los gobiernos de Ibarretxe. Pero a los gobiernos de Ibarretxe no se les ha acusado de frentistas por estar compuestos por miembros de partidos nacionalistas -Madrazo tendrá tiempo ahora para decidir si EB/IU es o no es, y hasta qué punto, nacionalista-, sino por hacer de un proyecto estricta y radicalmente nacionalista el eje de su actuación de gobierno. Que el gobierno no esté compuesto por nacionalistas no quiere decir que se vaya a gobernar como si en Euskadi no hubiera nacionalistas. Incluso se podrá gobernar sabiendo que en Euskadi hay diversas formas y grados de ser nacionalista, y actuando en consecuencia.

Si el miedo fuera la única guía de la actuación humana a lo largo de la Historia, ésta no habría cambiado nunca. Si los cambios hubieran sido radicales en algún momento de la Historia, en el sentido de absolutos, de cortar de raíz con todo lo precedente, tampoco habría habido cambio alguno en la historia humana -es una variación de una idea de Kolakowski-. Se le pueda dar una oportunidad al cambio, con precaución, para avanzar, para que mejoremos todos.

Joseba Arregui