¿De qué independencia de Europa hablamos?

1. Si en estos momentos han entrado las prisas y los nervios por avanzar hacia una mayor independencia de Europa, se supone que se debe a que algo nuevo ha sucedido. Se aduce que lo “nuevo” ha sido, de un lado, la agresividad de la Rusia de Putin al invadir Ucrania y, de otro, las declaraciones de guerras comerciales y político-ideológicas de Trump, sin olvidar nunca el genocidio de Netanyahu en Palestina. Sin embargo, no me parece que esto sea totalmente nuevo. La guerra ruso-ucrania, con los países europeos involucrados en ella, lleva cuatro años. Trump ya gobernó EE UU de 2017 a 2021 y, en ese periodo, se retiró de los acuerdos de París, redujo impuestos y empleos, puso aranceles a China y a otras naciones, separó familias de emigrantes, amenazó a los aliados de la UE con abandonarlos a su suerte si no aumentaban los gastos militares y, al final, alentó el asalto al Congreso con tal de no largarse del poder. De Palestina para que hablar: reconoció Jerusalén como capital de Israel y apoyó en todo momento el machaque de años que el Estado judío lleva practicando sobre los palestinos, incluyendo el genocidio que está ejecutando Netanyahu en la actualidad. Es decir, ya era una joya.

¿De qué independencia de Europa hablamos?
Nicolás Aznárez

Había, por lo tanto, poderosas razones para que la UE hubiese tomado, hace tiempo, medidas para avanzar hacia la autonomía estratégica. Pero fuimos tan ingenuos o negligentes que pensamos, unos más que otros, que toda la vida se iba a estar bajo la protección o paraguas de la OTAN de EE UU; que la Rusia de Putin, un nacionalista e irredentista irrestricto, seguiría aceptando cualquier cosa, después del colapso de la URSS y del avance de la OTAN. Era, desde luego, más cómodo y barato externalizar la seguridad y la alta tecnología a los estadounidenses; la energía a los rusos o los árabes; las manufacturas a los chinos, etcétera, etcétera. Además, se hicieron fracasar, mucho antes, los intentos de corregir el tiro que veníamos defendiendo no pocos. A veces, olvidamos que ya en 1954 la Asamblea Nacional francesa rechazó el proyecto de la Comunidad Europea de la Defensa. Luego, todavía fue más grave cuando, en 2005, en Países Bajos y Francia se votó en contra del proyecto de Constitución europea que, por el contrario, la ciudadanía española apoyó.¡Qué bien nos habría venido ahora tener esa Constitución, ante los grandes retos que tenemos que afrontar!

2. En efecto, nos habría venido muy bien contar con unas instituciones de naturaleza federativa, en todo caso más claras y compactas que las actuales, con el fin de abordar la autonomía de la que tanto se pregona. Porque, ¿qué queremos decir con autonomía (independencia) estratégica?¿Sólo las armas de las que habla la presidenta de la Comisión Europea? Espero que no simplifiquemos tanto las cosas. No se puede convertir un instrumento o herramienta parcial —el rearme— en una estrategia sin aclarar, cumplidamente, para qué, cuál es el objetivo político que se propone, en el marco de otras necesarias reformas, pues de lo contrario es una propuesta errónea y podría ser rechazada por la ciudadanía. No es lo mismo, por ejemplo, aumentar la capacidad en defensa para fortalecer la OTAN de Trump y seguir comprándole armas que para aumentar nuestra independencia, que es el objetivo a alcanzar. Objetivo político y estratégico que exigiría acentuar nuestra integración lo suficiente como para convertirnos en un sujeto político en alguna de sus formas institucionales.

No creo que se pueda escindir la cuestión de la defensa del concepto más amplio de la seguridad y, ambas dos, son inseparables de la política exterior, actuales competencias exclusivas de cada Estado. Otra cuestión es coordinarse para asistir a la defensa de Ucrania, que ya estamos haciendo. Sin embargo, para avanzar hacia esa mayor integración —es una ocasión única— no observo que haya unanimidad entre los miembros de la UE. Desgraciadamente, ya tenemos unos cuantos países gobernados por una extrema derecha que no cree en la UE, que desea regresar a la época de las pequeñas naciones soberanas —lo que sería un retroceso histórico y un suicidio en la globalización y la revolución digital— y que están más cerca de Putin o de Trump que del proyecto europeo. ¿Cómo se puede gobernar con estos partidos que son caballos de Troya para destruir la UE? Hay, pues, que acudir a formas de integración variables, utilizando herramientas que ya existen en los Tratados, como las cooperaciones reforzadas entre aquellos que tengan la voluntad de ir federalizando nuestro funcionamiento, incluida la seguridad y la defensa, como de alguna manera se hizo con el euro. En todo caso, no podemos esperar a las unanimidades si queremos alcanzar el ritmo que la situación exige.

De otra parte, como ya he señalado, la autonomía va más allá de la seguridad y la defensa. Algunas de las cuestiones que habría que abordar están recogidas en los informes encargados por la Comisión y el Libro Blanco de la defensa y sus recomendaciones. Respecto a este último tema y ante las amenazas actuales o futuras, creo que convendría evitar tanto las ingenuidades como las precipitaciones interesadas. El regreso a la retórica desfasada del “OTAN no, bases fuera” es un mero eslogan que sirve de poco. De entrada, porque el problema actual no es irse o no de la OTAN, sino que esta se ha ido de nosotros, aunque no se hayan dado cuenta. Se encuentra en estado de hibernación hasta ver hacia dónde se decantan los caprichos de Trump, pues hasta ahora ha pasado de aliado a adversario, declarándonos una guerra comercial, un combate político-ideológico apoyando a partidos ultras antieuropeos y amenazando con ocupar territorios como la Groenlandia danesa-europea. Hay que ir pensando en otros socios económicos, pues, de momento, EE UU no lo es.

3. Así que, mientras avanzamos hacia la Europa de la autonomía, intentemos clarificar algunas cuestiones. Por ejemplo, que no es lo mismo que cada país aumente sus capacidades en seguridad y defensa o que se haga en el marco de instituciones más integradas de la UE. Porque, quién garantiza que un día no pueda existir un Gobierno en Francia o en Alemania dirigido por un partido ultra, que es la amenaza más grande que se cierne sobre nuestra querida Unión. Por eso, comparto la conclusión de Jürgen Habermas cuando dice: “Las razones políticas (...) para justificar el fortalecimiento de una fuerza militar disuasoria común de la Unión Europea solo las puedo defender bajo la reserva de que se dé un paso adelante en la integración europea”. Eso sí, tampoco es riguroso sostener que si sumáramos los presupuestos, los aviones, los tanques, los soldados, etcétera de los 27 seríamos igual o más fuertes que las grandes potencias.

Resulta evidente que la UE tiene que coordinarse más y mejor en esta materia, pero no es suficiente. Me temo que tenemos carencias en logística, en industria, en inteligencia de satélites, en drones de fibra óptica, en personal especializado, en repuestos, en los aspectos que detecta el Libro Blanco de la defensa de Europa, o en el decisivo asunto de la dirección política democrática de todo ello. En fin, aprovechemos esta gran ocasión y, al tiempo que defendemos a Ucrania y nos defendemos de los embates trumpistas, económicos y políticos, demos un paso decisivo adelante y planteemos, con la ciudadanía informada y movilizada, una mayor integración política de la UE, con aquellos países que lo deseen, en alguno de los modelos federativos posibles. Esta es la manera real de “declarar la independencia”, y no con declamaciones retóricas.

Nicolás Sartorius es abogado y escritor. Su último libro es La democracia expansiva (Anagrama).

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