¿De regreso a la Pequeña Inglaterra?

Los futuros historiadores pueden llegar a describir al Brexit como el momento definitorio de una ola nacionalista que arrasó el orden internacional liberal de posguerra. Sin embargo, su tarea se verá complicada por el hecho de que el Brexit no es, en verdad, una manifestación de nacionalismo británico. Por el contrario, es precisamente la falta de un nacionalismo británico apropiado lo que ha llevado al Reino Unido al borde de la desintegración.

A lo largo de los siglos, las identidades nacionales escocesa, galesa e irlandesa se han desarrollado como reacciones en contra del imperialismo inglés opresivo. Antes de crear un imperio de ultramar –primero en Norteamérica y el Caribe, luego en la India y el sudeste asiático-, los ingleses construyeron un imperio terrestre, expandiéndose desde el sur de las Islas Británicas hacia el noroeste. En consecuencia, mientras el “imperio exterior” permitía la convergencia de las diferentes identidades nacionales del Reino Unido en torno a una identidad británica común, el “imperio interior” era decididamente inglés.

Aun así, durante siglos, el Imperio Británico generó riqueza, suministró materias primas y creó oportunidades profesionales en todo el mundo para todos los habitantes de las Islas Británicas. Su misión “civilizadora” creó una sensación de sentido colectivo, así como un relato de progreso democrático y económico ininterrumpido.

Pero la fusión de identidades fue siempre incompleta, sobre todo en Irlanda, donde las consecuencias de la independencia todavía resuenan un siglo después, a través de la incertidumbre generada por el “respaldo” de Irlanda del Norte. La independencia irlandesa reveló los verdaderos colores del “imperio exterior”. También, en realidad, siempre fue un esfuerzo inglés, mientras que los galeses, los escoceses y los irlandeses servían como socios menores.

Después de todo, tanto el imperio interior como el exterior habían sido construidos sobre los cimientos del derecho común inglés, el Parlamento inglés y la monarquía inglesa. Londres era la capital política y el principal eje del comercio y las finanzas, y el inglés era la lengua hablada en todos los dominios, colonias y protectorados. Hoy en día, los identificadores “británico” e “inglés” son esencialmente intercambiables.

Pero una vez que se disolvió el imperio, también se desintegró el pegamento que había unido a los británicos. De repente, los ingleses eran los únicos sin una identidad nacional tradicional. Como el núcleo de facto de los dos imperios, los ingleses siempre habían suprimido las expresiones de nacionalismo inglés étnico en pos de la unidad y la estabilidad, y para evitar ser percibidos como opresores.

Sin embargo, siguieron siendo lo que el sociólogo Krishan Kumar llama un “pueblo imperial”: su identidad nacional, como tal, sigue estando fuertemente vinculada al rol misionario del imperio. De hecho, durante la Segunda Guerra Mundial, el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt también veía que el imperialismo era innato a los británicos/ingleses –y no lo pensaba como un cumplido-. “Los británicos ocuparían tierra en cualquier parte del mundo, aunque más no fuera una roca o un banco de arena”, le dijo a Winston Churchill. “Tienen 400 años de instinto codicioso en la sangre”.

La historia de gloria imperial de Gran Bretaña siempre ha contribuido a su escepticismo frente al proyecto europeo, porque ese pasado ofrece un parámetro ilusorio para evaluar el presente. El mismo excepcionalismo británico que alguna vez justificó el régimen imperial ha sido utilizado para decir que el Reino Unido no debería someterse a la “colonización” por parte de un imperio europeo (franco-alemán). Desde este punto de vista, sumarse al proyecto europeo fue equiparable a abandonar la misión providencial de Gran Bretaña; sólo un acto político extremo como el Brexit puede recuperarla.

Pero el Brexit no sólo tiene que ver con cortar los lazos con la UE. También tiene que ver, y ostensiblemente, con fortalecer los vínculos domésticos entre los habitantes de las Islas Británicas. En el centro de la estrategia de una “Gran Bretaña Global” del primer ministro Boris Johnson está la promesa de restablecer la gloria imperial pasada del país a través de relaciones reactivadas con las ex colonias del Commonwealth. El motivo ulterior, por supuesto, es volver a instilar una sensación de superioridad en los ingleses, haciéndolos volver al centro de un proyecto británico común.

Sin embargo, los chauvinistas ingleses no parecen haber tomado conciencia de que la muerte del Imperio Británico –para no mencionar la devolución constitucional- ha permitido que sus compatriotas isleños fortalezcan sus propias identidades nacionales y se forjen una mayor autonomía para sí mismos. Es más, los escoceses, los galeses y los irlandeses han llegado a ver la pertenencia a la UE como un resguardo contra el revanchismo político inglés.

Como en el pasado, el imperialismo aspira a la unidad, pero viene de la mano de efectos colaterales divisivos. Las fantasías pro-Brexit de una Gran Bretaña Global se centran directamente en la identidad nacional inglesa, a la vez que diluyen las de los escoceses, norirlandeses y galeses, que volverían a ejercer el rol de socios menores en un proyecto inglés mucho menos grandioso y gratificante.

Si bien los factores socioeconómicos jugaron el mismo papel en el resultado del referendo por el Brexit, el desglose geográfico cuenta la verdadera historia. Dejando de lado a Londres, que es un bastión del cosmopolitismo multiétnico, el 55% de los votantes en Inglaterra apoyaron la salida de la UE, mientras que el 62% de los escoceses y el 56% de los norirlandeses votaron a favor de quedarse. Como observó Anthony Barnett de openDemocracy, fue el “Brexit de Inglaterra”.

El riesgo ahora es que el Brexit desate la desintegración política del Reino Unido, en tanto las otras naciones luchen por permanecer en la UE. Las ambiciones separatistas ya se están cociendo a fuego lento en Escocia y hasta en Gales, en donde la opción de “Irse” obtuvo el 52%. Y, dadas las complejidades de la cuestión de la frontera irlandesa, es fácil imaginar que el Brexit algún día conduzca a la unificación irlandesa.

Nadie debería sentirse tentado de pensar que el Brexit es un reflejo creíble de un nacionalismo británico resurgente. Lejos de revivir la Pax Britannica, promete sacrificar al Reino Unido en nombre del Imperio inglés que nunca representará más que una aspiración fantástica.

Edoardo Campanella is a Future of the World Fellow at the Center for the Governance of Change of IE University in Madrid and co-author, with Marta Dassù, of Anglo Nostalgia: The Politics of Emotion in a Fractured West.

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