De rentabilidad a productividad

Con viento en popa y a toda vela. La economía española sigue sorprendiendo a propios y extraños con su velocidad de crucero, tanto en términos de crecimiento del PIB como del empleo. Los institutos de previsión económica –tanto nacionales como internacionales– llevan un año corrigiendo al alza sus pronósticos. Si en marzo del año pasado la previsión para el 2015 era de un 1,8%, el crecimiento del primer trimestre, del 0,9%, proyectado al conjunto del año lleva a un crecimiento del 3,8%.

Las previsiones de empleo van en la misma línea. La OCDE estima que España será el país donde más empleos se crearán, unos 900.000 entre el 2015 y el 2016. Los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre apoyan este pronóstico. Y además con aspectos alentadores. El empleo crece en todos los sectores, especialmente en la industria y los servicios de mercado. Además, aumenta por primera vez el empleo de los jóvenes.

¿Cuáles son los motores de esta sorprendente recuperación? Hay dos. Por un lado, factores coyunturales y estructurales internos, como la recuperación del consumo y la continuación del buen comportamiento de las exportaciones. Por otro, un viento de cola, impulsado por la nueva política monetaria del BCE –con la devaluación del euro y la bajada de los tipos de interés– y por la caída de los precios del petróleo.

¿Hay motivos para alegrarse? Sin duda. Aun cuando la temporalidad no disminuye, siguen quedando muchas personas en la cuneta del paro y ha aparecido una nueva tipología de trabajadores pobres cuyos salarios no dan ni para llegar a fin de mes ni para emancipar a los jóvenes de sus padres o abuelos.

Pero hay algo más en esta recuperación que me produce inquietud. La economía española sigue teniendo un comportamiento maniaco-depresivo. Hagan memoria. Fuimos el país que más creció y creó empleo en la etapa de la burbuja crediticia; después, con la crisis, fuimos el país que más empleo destruyó, y ahora parece que volvemos a comportarnos de la misma forma.

¿Qué causa este comportamiento bipolar? ¿Cómo podemos aprovechar esta recuperación para lograr una economía con un comportamiento más estable, sin ciclos tan pronunciados del PIB y del empleo?

La respuesta está en una tendencia arraigada de nuestro modelo de crecimiento. Tanto la cultura empresarial y sindical como las políticas públicas favorecen estrategias empresariales de vuelo gallináceo. Estrategias basadas en una visión cortoplacista de la empresa, que buscan más la rentabilidad rápida que la productividad a largo plazo.

La visión basada en la rentabilidad lleva a estrategias de empleo contingente, al estilo Wal-Mart, la gran empresa de distribución norteamericana caracterizada por bajos salarios, condiciones laborales de explotación, alta rotación de los trabajadores y baja productividad.

Las políticas y reformas empresariales que hemos llevado a cabo hasta ahora favorecen las estrategias cortoplacistas orientadas únicamente a la rentabilidad: la reforma laboral, las reducciones impositivas o la complacencia con los despidos masivos de los ERE.

Probablemente fue inevitable en un primer momento. Los fuertes desequilibrios económicos y empresariales que trajo la crisis del 2008 obligaron a poner el foco en la recuperación de la rentabilidad y en la reducción del endeudamiento. Era cuestión de vida o muerte. Pero lo peor ha pasado. La mayoría de las empresas han vuelto a los beneficios. Los excedentes favorecidos por la devaluación salarial, los ERE y las reducciones impositivas dan para desendeudarse y acometer nuevas inversiones. Ahora toca la productividad.

Deberíamos saber aprovechar este viento de cola que mueve la recuperación para orientar la cultura empresarial y sindical, así como las políticas públicas, hacia la productividad. Eso llevará a una nueva cultura del compromiso recíproco entre las empresas y los trabajadores. Un compromiso que favorecerá la confianza mutua, el compromiso de la empresa con la formación profesional y con la creación de empleo estable.

Cuando se cambia el foco de la rentabilidad a la productividad todo cambia en la vida de la empresa, desde las relaciones laborales hasta el interés por la innovación y el I+D. Porque la pervivencia a largo plazo de un proyecto empresarial se basa en eso, en la confianza mutua entre empresa y trabajadores y en la innovación permanente.

¿Hay señales que nos permitan ser optimistas? Las hay. La revolución de la internacionalización de muchas empresas –que ha sido la verdadera reforma estructural– está introduciendo una visión de largo plazo centrada en la productividad y en la mejora de las relaciones de confianza y compromiso con los trabajadores.

Lo ideal sería que la política acompañase y favoreciese este cambio de estrategias empresariales desde la rentabilidad a la productividad. ¡Qué buen vasallo sería esta recuperación, si tuviese buen señor! De lo contrario, volveremos al ciclo maniacodepresivo.

Antón Costas, catedrático de Economía de la Universitat de Barcelona.

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