De repente, todo se llenó de China

Una recesión global se ha hecho mucho más probable tras los acontecimientos de las últimas semanas y Donald Trump, el más estridente, por ahora, de los precandidatos a las elecciones presidenciales en los EEUU lo ha resumido en un tuit: «China va a arrastrarnos a todos». Como ya le sucedía a los propios EEUU de América, ahora China es también un motor de la economía mundial y tiene la capacidad de arrastrar a los demás, unas veces para bien (aumento del crecimiento) y otras para mal (recesión económica).

Pero la situación es incluso peor que lo que refleja ese exabrupto populista. No es sólo China quien está pasando por dificultades económicas crecientes sino también el resto de los países emergentes que, empezando por Brasil y siguiendo con un largo etcétera en el que están en primera fila Turquía y Sudáfrica, Rusia o Malasia, atraviesan todos por graves dificultades en este momento. Son ellos, probablemente, los primeros arrastrados por China aunque hasta muy recientemente ese fuera un problema que no se hacía sentir especialmente en Occidente.

Para detectar el inicio del problema hay que remontarse a abril del año 2011 en que empieza a caer el precio de las materias primas que, como es bien sabido, es la principal (y a veces la única) partida de las exportaciones de buena parte de los países emergentes. ¿ A qué se podía atribuir esa caída de precio? Pues a lo más simple que se pueda imaginar, aumento de la oferta de petróleo, mineral de hierro o cobre muy por encima del aumento de la demanda (cuando no a una caída directamente de ésta última).

En el caso del precio del barril de petróleo, por ejemplo, la situación parece clara: el exceso de la oferta sobre la demanda es bien conocido (y situado en el entorno de los dos millones de barriles diarios). Pues eso mismo es lo que le ha sucedido al conjunto de las materias primas, que ahora acumulan una pérdida del 30% respecto a los precios que alcanzaron en el año 2011.

Y como responsable final de esa caída de la demanda todo apunta a China que hasta hace poco crecía a tasas del 10% pero ahora ya solo crece al 7% anual, si se creen las cifras de crecimiento que proporciona el Gobierno del país. Ese crecimiento tan a uña de caballo es lo que ha conseguido que su Producto Interior Bruto se haya multiplicado por 26 en los últimos 37 años y que hayan salido de la pobreza 600 millones de personas. El problema es que ese crecimiento se ha basado en la inversión (construcción de carreteras, ferrocarriles, industria pesada o vivienda) y como a toda economía que alcanza un grado de maduración suficiente le ha llegado el momento de cambiar ese modelo y pasar a otro basado en el consumo de las familias. Y es en ese intento de cambio donde todo ha empezado a complicarse.

Los emergentes

El cambio de modelo chino lleva consigo un menor consumo de materias primas, lo que ha provocado un impacto notable en el precio de éstas y el consiguiente problema para las economías de los países emergentes. Ahora éstas se encuentran también con un crecimiento mucho menor al del pasado y si no han caído en problemas más graves de los que están a la vista es porque habían aprendido bien la lección de la crisis de 1997/98 y habían acumulado reservas de divisas durante la etapa de bonanza (para ellos, los años 2000 a 2011). Pero así y todo ya se nota el deterioro de cuatro años y medio de caída de precios: nótese Malasia donde, problemas políticos aparte, ya ha bajado el nivel de reservas centrales en un 33% (de niveles superiores a 150.000 millones de dólares a poco más de 100.000 millones).

Naturalmente ese menor crecimiento de China que lleva a una pérdida de impulso económico de los países emergentes conduce a un menor crecimiento de los países desarrollados en una de esas espirales bajistas en la que toda complicación deriva en otra aún mayor. Y así, las complicaciones económicas se han ido convirtiendo también en complicaciones financieras: en los 13 últimos meses han salido de los países emergentes capitales por el equivalente a un billón de dólares, algo que no facilita en nada la tarea de devolución de los 10 billones de dólares de préstamos que los emergentes tienen contraídos en divisas.

¿Y qué es lo que ha hecho de catalizador para acelerar la crisis? Tras la caída de la Bolsa en China desde mediados de junio, ha sido la decisión de las autoridades chinas de devaluar su moneda, el yuan, lo que ha actuado de catalizador o acelerador de la crisis. La decisión de anunciar una única devaluación y luego proceder en días sucesivos a otras dos más desencadenó el temor a que el propósito de las autoridades chinas fuera devaluar su moneda mucho más de lo confesado expresamente, algo que recrudeció las ventas en la Bolsa china y la salida de capitales del país. Esa presión desordenada sobre la cotización del yuan llevó al banco central chino a intentar contener una depreciación más intensa de lo que parecía pretender de momento, gastando con ello ingentes cantidades de dinero en el empeño. La conclusión a fecha de hoy es que se estima que el banco central chino se ha gastado 200.000 millones de dólares en intentar contener la depreciación de su moneda dentro de unos límites preestablecidos, y otra cantidad igual en sujetar las cotizaciones comprando acciones en Bolsa o prestando dinero para que otros las compraran. Ambas cosas, sobre todo la segunda, con poco éxito, por ahora, y esa falta de éxito ha llevado a las autoridades a darse aparentemente por vencidas, en el terreno de la Bolsa al menos, y a mostrar una pasividad que ha desatado el pánico y con él una nueva oleada de ventas.

Todo esto hasta ayer cuando el banco central chino hizo públicas nueva medidas para contener ese pánico: una bajada de tipos de interés (la quinta desde el mes de noviembre pasado) y una reducción de 0,5% (hasta el 18%) en el coeficiente de reservas que los bancos comerciales chinos deben tener depositadas en el banco central. Con esto se abarata la financiación de familias y empresas por una doble vía: por una parte por la reducción de los costes financieros que la reducción de tipos representa y por otra, además de permitir a los bancos que presten más dinero (al reducir la cantidad que deben tener inmovilizadas y con una rentabilidad baja o nula en el banco central) se les libera del coste que esa inmovilización representa, pudiendo trasladar ese abaratamiento a sus clientes.

Y hasta aquí la descripción de los acontecimientos que se ven en la superficie. Por debajo, circulan muchos elementos desestabilizadores: el pinchazo de las otras dos burbujas: inmobiliaria y crediticia (además de la bursátil); la quiebra o casi de entidades parabancarias que han prestado imprudentemente a proyectos poco viables; el exceso de capacidad en muchas de las industrias del país, y un largo etcétera de complicaciones económicas surgidas de la necesidad de evitar la crisis económica que estalló en todas partes en el año 2008. Por no hablar de los problemas políticos que todo esto le crea al Gobierno y al partido comunista chino cuya legitimidad (a falta de la democrática) se basa en el aumento de la prosperidad.

Materias primas y recesión

En una capa aún más profunda, y condicionándolo todo, se mueve un factor que condiciona no sólo el futuro de la economía china sino también el de la mundial: la regularidad histórica con que las materias primas anuncian los cambios bruscos en la economía o las Bolsas. Una regularidad que no es otra cosa que el vector resultante de cualesquiera otros factores que se puedan introducir en el análisis.

Y es que, desde 1950, todas las caídas fuertes del precio de las materias primas han coincidido con el comienzo de las recesiones; o se han adelantado a ellas en un plazo que va desde los seis meses a los cinco años; o han ido seguidas de un crac de Bolsa, o de una crisis profunda en los países emergentes; o de una combinación de todas esas circunstancias a la vez. En esta ocasión el precio de las materias primas viene cayendo desde hace cuatro años y medio, de modo que hay poco margen de tiempo más para que una nueva recesión global vuelva a aparecer en el horizonte. Y esa es la parte más preocupante y menos conocida de lo que arrastra consigo la desaceleración de la economía china. Algo a lo que hay que añadir que, cuando las Bolsas caen con la fuerza que lo han hecho en días y semanas recientes, ya eso por si solo introduce un factor adicional de incertidumbre sobre el futuro económico, lo que hace que los proyectos se retrasen y que lo que se inicia como un temor se convierta en una profecía auto-verificada. Algo que es mucho más potente que la propia China y que puede terminar por «arrastrarnos a todos».

Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y autor de Como acabar de una vez por todas con los mercados.

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