De Sol a Sol: entre el gallo de Ortega y las tetas de Murdoch

Acaban de cumplirse cien años de aquel 6 de noviembre de 1917 en que dos hombres, que parecían de la misma edad, miraban extasiados el enorme cartel con la figura modernista de un gallo policromado, expuesto en un lugar estratégico de la calle Mayor de Madrid.

Uno tenía, sin embargo, 48 años y el otro sólo 34. Pero la galopante calvicie, la baja estatura y el busto achaparrado del más joven tendían a hacerlo pasar por coetáneo del más alto y fusiforme. El idéntico entusiasmo con que planeaban su empeño, también.

De Sol a SolEran como don Quijote y Sancho. Atendiendo al aspecto empresarial del proyecto, los roles se correspondían con sus respectivos volúmenes. El fusiforme lideraba, el achaparrado secundaba. Pero desde la óptica intelectual, los papeles se invertían y era el hombre maduro el que seguía con admiración, lindante en lo reverencial, al todavía joven.

El empresario papelero Nicolás María de Urgoiti y el filósofo José Ortega y Gasset tenían un propósito común: la modernización de España, hasta que lo viejo claudicara ante lo nuevo. Creían haber dado además con la vía adecuada para conseguirlo: fundar un periódico que sirviera de catalizador de las energías renovadoras. Y aquel gallo de pechuga amarilla, vientre azul y evanescente cola verde, que había dibujado Federico Ribas, era el símbolo de lo uno y de lo otro. Por eso lo miraban, arrobados, como si observaran a Gulliver, rompiendo sus ataduras al desperezarse en Liliput.

No en vano el gallo del cartel aparecía encaramado a una bobina blanca, sobre la que destacaba la mancheta de El Sol, con el subtítulo de "Diario independiente". Faltaban tres semanas para la publicación del primer número, de fecha 1 de diciembre de 1917; tres semanas para que aquel gallo intentara despertar cada mañana de su letargo secular a los españoles.

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Como no sólo de Cataluña viven nuestras neuronas, como no sólo sobre Cataluña planean nuestros anhelos y zozobras, este mismo lunes me va a caber el honor de pronunciar en la Fundación Ortega-Marañón la conferencia inaugural del Congreso Internacional sobre el centenario de El Sol, que dirige el profesor Ignacio Blanco Alfonso. La ocasión merece hacer este paréntesis.

Pocos encargos me habrían podido estimular tanto, pues no en vano he mirado muchas veces, con el oculto deseo de haber podido estar allí, el núcleo duro de esa foto de grupo, tomada en el llamado Olimpo de la calle Larra. De pie con su barba negra de capitán de empresa -la única en un elenco de cuarenta- y su solemne traje de botonadura cruzada aparece Urgoiti. A su derecha, un Ortega todavía con bigote. A su izquierda, Manuel Aznar, abuelo del que un día sería jefe de Gobierno, y el genial dibujante Bagaría. Sentados delante de ellos, dos personajes clave en la historia del periódico: el columnista estrella Mariano de Cavia y el director Félix Lorenzo, alias “Heliófilo” por sus Charlas al sol, un personaje tan bien dotado de mostachos como de talento, sobre cuya chepa me subiré luego.

La redacción de El Sol: en el centro de pie con barba Nicolás María de Urgoiti; a su derecha con bigote, José Ortega y Gasset; a su izquierda, Manuel Aznar y un poco más allá, de perfil, el dibujante Bagaría. Sentados de ellos Mariano de Cavia junto al director Félix Lorenzo
La redacción de El Sol: en el centro de pie con barba Nicolás María de Urgoiti; a su derecha con bigote, José Ortega y Gasset; a su izquierda, Manuel Aznar y un poco más allá, de perfil, el dibujante Bagaría. Sentados de ellos Mariano de Cavia junto al director Félix Lorenzo.

El título de mi conferencia encierra una pregunta y en cierto modo una provocación: ¿Por dónde saldrá El Sol del periodismo? El desafío que se me plantea es intentar explicar lo que puede alborear a partir de este 2017, aprendiendo de los aciertos y errores de aquella ennoblecedora experiencia de 1917. Obviamente, esta Carta de hoy no debe responder a ese interrogante, para no convertirse en un spoiler; pero sí puede aportar una doble precuela sobre hechos acecidos en el ínterin. Ni spoiler ni precuela están admitidos aun por la RAE, pero todos los adictos a las series de televisión saben lo que significan.

La primera referencia en la que me apoyaré, a modo de contraste, es la salida de otro El Sol. O, para ser exactos, su polémico y turbulento resurgimiento. Me refiero a The Sun, el declinante periódico del laborismo cultivado que Murdoch compró y relanzó como un tabloide amarillista el 17 de noviembre de 1969. Esta semana celebrará su 48 cumpleaños bajo esa fórmula; pero lo que ha puesto el foco de la actualidad sobre tal efemérides es el éxito de la brillante y corrosiva obra del dramaturgo James Graham, titulada Ink!, que acabo de ver en el Duke of York's Theater de Londres.

Ink! Con la tinta que ha embadurnado durante tres siglos las rotativas, que aún siguen imprimiendo los diarios tradicionales, ocurre lo mismo que con la palabrería política. Contenidos distintos, incluso opuestos, pueden ser distribuidos bajo una misma denominación, con tal de que haya un público que se los trague. Anastasio Somoza lideraba un Partido Liberal que tenía que ver con el de Gladstone o Lloyd George, o incluso con el de Sagasta y Canalejas, por no hablar del de Justin Trudeau, lo mismo que ese The Sun de Murdoch con El Sol de Urgoiti, Ortega y Felix Lorenzo.

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Prácticamente medio siglo separa la primera alborada de estos dos soles que hicieron historia por razones antitéticas. El Sol trató de ser la conciencia crítica que renovara a un país, "remudando -como decía el primer editorial escrito por Cavia- el vino generoso de la patria a un odre nuevo", articulando a las élites, a través de un periódico autoexigente, denso y a veces aburrido. "Yo me declaro del linaje que de lo oscuro hacia lo claro aspiran", escribió Ortega en su primer artículo, citando a Goethe. Pero el resultado no fue siempre ese, sino un periódico tal vez “demasiado docto, demasiado académico, irritantemente mesurado y perfecto, lo que encocora un poco a la gente”, al decir del Heraldo de Madrid.

En el polo opuesto, The Sun contribuyó a la alienación del proletariado urbano británico, proporcionándole su ración diaria de escándalos, forofismo político o deportivo y pornografía blanda, "dándole a la gente lo que la gente quiere", según el lema de Murdoch que hoy hacen suyo los amos del duopolio televisivo en España. Y todo ello "desde un permanente estado de exclamación", como asegura en la función de Graham uno de sus competidores.

Rupert Murdoch posa con una de las primeras copias de su The Sun en noviembre de 1969
Rupert Murdoch posa con una de las primeras copias de su The Sun en noviembre de 1969.

Un periódico en el que la pregunta "por qué", la más importante de las famosas cinco w del periodismo clásico, pronto dejó paso -como defiende sobre la escena su director Larry Lamb- a la pregunta "¿qué es lo próximo?". En el trayecto entre ese “why” y ese “what’s next”, toda pretensión intelectual o educativa de la prensa es sacrificada en el altar de lo llamativamente efímero.

Mientras El Sol jamás publicó una crónica taurina, The Sun fue capaz de explotar el morbo en sus páginas de sucesos, hasta el extremo de que cuando la secuestrada, asesinada y arrojada a una piara de cerdos fue la esposa del número dos de Murdoch, la policía llegó a acusar al periódico –este es el momento culminante de Ink- de propiciar el trágico desenlace con su cobertura exacerbada.

Mientras El Sol publicó artículos de los más prestigiosos intelectuales y escritores -"Impecablemente escrito, muy compuesto y ecuánime, El Sol dio lustre a la prensa independiente”, resumió Ramos Oliveira-, The Sun inventó la página 3 en la que cada día posaba una chica ligera de ropa y llevó su patrioterismo hasta el extremo de celebrar el hundimiento del Belgrano, y sus 323 víctimas mortales, con un titular como "Gotcha". Algo así como "Te pillé".

Pese a haber sido condescendiente con la dictadura de Primo de Rivera en sus inicios, El Sol fue endureciendo su posición crítica, reclamó Cortes Constituyentes y abanderó la llegada de la República. El zénit de su influencia propició el triunfo de sus ideas pero también la conjura conservadora que habría de privar a Urgoiti de su meritoria obra, al cabo de catorce años de abnegada entrega.

Al otro lado del espejo, cuando tuvo la oportunidad de arrebatar al Mirror el liderazgo de los tabloides, The Sun -perdón por la suma de ironías- dio el verdadero do de pecho, pues pasó a la historia de Fleet Street como el primer diario que publicó una foto de una chica desnuda de medio cuerpo para arriba en un entorno campestre. Se llamaba Stephanie Rahn. En la obra de teatro, el director se sincera con la modelo: "Lo que hacemos aquí es tratar de vender periódicos a gente a la que le gusta mirar tetas, a base de enseñarles algunas en sitios en los que nunca las habían visto".

¿Cuál de los dos periódicos fue más importante? El Sol nunca pasó de los 80.000 ejemplares de tirada, arrastró permanentes pérdidas y cuando logró equilibrar sus cuentas fue gracias a su hermano La Voz, un diario popular de la tarde. The Sun, por su parte, superó los cinco millones de tirada, fue enseguida un buen negocio y dotó de pulmón financiero a su grupo para iniciar la expansión en Estados Unidos. "Los números son lo único que importa", dice el Murdoch sociópata de Ink, a la par que se jacta de la cantidad de fiestas a las que no le invitan.

El Sol cayó con la República, convirtiéndose desde entonces en un fantasma incapaz de encontrar un nuevo cuerpo en el que reencarnarse. The Sun continúa vivo y coleando, aunque ya en números rojos y a pesar de que el Daily Mail haya logrado desbancar su liderazgo mediante técnicas no demasiado diferentes de las suyas. El uno tuvo mejor epitafio, el otro dará titulares hasta en la tumba. Pero yo no puedo olvidar lo que Indro Montanelli me dijo hace cuarenta años en Milan: "Los periodistas debemos tener conciencia de nuestra responsabilidad. Podemos hacer el bien o podemos convertirnos en envenenadores".

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La segunda “precuela” a esa ponencia sobre el futuro que nos aguarda tiene que ver con el paralelismo entre mis propias vicisitudes periodísticas y las de los promotores de El Sol. Y es, a estos efectos, a los que me agarro a la figura de Félix Lorenzo como a un salvoconducto.

Porque si para explicar que primero me echaron de un periódico por molestar a un gobierno, lo que me obligó y permitió fundar el diario de mis sueños, pero luego me echaron también de ese segundo por molestar a otro gobierno de signo opuesto y tuve que fundar un tercero, finalmente libérrimo, que es este, desde el que hoy alterno merodeos y rugidos; si para resumir esa trayectoria, yo dijera que me ha pasado lo que le pasó a Ortega, o incluso que he vivido lo que vivió Urgoiti, inevitablemente sería acusado de pretender colarme de rondón en aquel Olimpo de la calle Larra para encaramarme, como un fatuo, a hombros de gigantes.

Pero si digo que mis peripecias como director de Diario 16, El Mundo y EL ESPAÑOL son poco menos que idénticas a las de Félix Lorenzo como director de El Imparcial, El Sol y Crisol, nadie objetará nada, fundamentalmente porque el pobre “Heliófilo” murió de forma prematura y discreta en plena República, quién sabe si de una insolación o de una indigestión de tinta.

Lo cierto es que en Diario 16, el periódico que dirigí y refloté entre 1980 y 1989, se ocasionó una situación mimética a la que se había vivido en El Imparcial en 1917. De igual manera que la familia Gasset se fragmentó y una parte vendió El Imparcial a Urgoiti y Ortega en un documento privado del que luego se retractó –saliendo ellos junto a Félix Lorenzo de forma intempestiva-, así Juan Tomás de Salas nos propuso a su hermano Alfonso y a mí que le compráramos Diario 16 por 4.000 millones de pesetas, para cambiar de idea y terminar echándonos. En uno y otro caso había una discrepancia política de fondo –la podredumbre del turnismo en la Restauración, el terrorismo de Estado durante el felipismo- y en uno y otro caso la Corona tomó partido.

En su excelente estudio introductorio de la antología de textos de Urgoiti, publicada hace cinco años por la Asociación de la Prensa de Madrid, Antonio Elorza cuenta lo que le dijo Alfonso XIII a Rafael Gasset, cuando parecía haber vendido el periódico a Urgoiti y cuando Ortega publicó su artículo Bajo el arco en ruinas: “Mira, Rafael, eres un besugo, apodérate nuevamente de El Imparcial; convéncete, Rafael, eres un besugo”.

A nadie le extrañará que al leerlo me haya acordado de la confidencia que Juan Carlos I me hizo a comienzos de los 90, refiriéndose a nuestras revelaciones sobre los GAL: “Es cierto que le dije en una cena a Juan Tomás de Salas que no se sentara a mi lado mientras no te echara de director de Diario 16, pero nunca pensé que fuera a ser tan tonto como para hacerme caso”.

El hecho es que El Mundo nació de nuestra defenestración de Diario 16, de la misma forma que El Sol nació de la expulsión de Urgoiti y Lorenzo de El Imparcial. Y a nuestro éxodo se sumó emblemáticamente Umbral, igual que al de ellos lo hizo Ortega. No pretendo equipararlos, pero El Sol y El Mundo nacieron tras una fulgurante gestación de pocos meses, con un variado plantel de colaboradores ilustres y alumbrando un mismo propósito político.

Las cien propuestas para la regeneración de España que, campaña electoral tras campaña electoral, fue planteando El Mundo eran deudoras del dual propósito de El Sol que describe Mercedes Cabrera en su fascinante biografía de Urgoiti: "Mantener al mismo tiempo la actitud crítica frente al sistema y la vieja política y un espíritu constructivo que no terminaba de encontrar protagonistas".

Urgoiti ejerció el control de El Sol con férrea meticulosidad -fue el primer editor en el sentido moderno del término- durante catorce años. Yo desempeñé la dirección de El Mundo, con igual plenitud, durante casi veinticinco. Si en su caso -Cabrera dixit- "toda prudencia era poca para evitar que se repitiera lo ocurrido en El Imparcial" y montó una compleja trama financiera y estatutaria con La Papelera Española como socio, otro tanto hicimos nosotros, como gatos escaldados tras la crisis de Diario 16, al establecer un pacto de sindicación de largo alcance con nuestros accionistas italianos de RCS. Pero, a la postre, como escribió John Adams, "las fauces del poder están siempre abiertas para devorar la libertad de pensamiento y de palabra hablada o escrita" y uno y otro periódico fuimos engullidos por la ballena de los intereses creados.

En el caso de El Sol el detonante fue otro artículo de Ortega, El error Berenguer. En el de El Mundo mis Cuatro horas con Bárcenas, con la entrevista con Corinna como telón de fondo. Las mezquinas traiciones de fariseos mediocres acompañaron en 1931 y 2014 las grandes maniobras políticas contra dos medios de referencia.

Entiendo muy bien la amargura con que Urgoiti observaba, tras el advenimiento de la República, el rápido acomodamiento de los estamentos políticos e intelectuales que él había promocionado, con el periódico del que había sido expulsado, pero seguía sintiendo como suyo. En su dietario anotaba la "hiel y vinagre" que le producía enterarse de esos "almuerzos de promiscuación", entre quienes tanto le debían, en uno y otro lado de la mesa: "¡Qué cerdos!". Claro que entender algo no supone compartirlo. Sobre todo cuando uno carece de los genes de la pulsión rencorosa.

Pese a haber fundado Crisol -de nuevo con Ortega en el nido del águila y Lorenzo en la sala de máquinas-, Urgoiti tenía la frustrante sensación de que la fortuna le había dado la espalda. Mercedes Cabrera lo describe magistralmente: "Había dejado de ser el fundador e inspirador de un periódico de indudable impacto político como había sido El Sol. Sus relaciones con los políticos también habían desaparecido... Sus palabras, sus opiniones, ya no tenían por qué ser escuchadas... Se sentía empequeñecido, borrado de cualquier protagonismo público". La melancolía le llevó a la depresión y la depresión al borde de la demencia.

Su internamiento en Suiza coincidió con la muerte de Felix Lorenzo. Es cierto que "Crisol nunca llegó a tener la impronta ni la identidad nítida y clara de la que había dotado a El Sol" –prosigue Cabrera-, pero tras la mutilación que supuso la expulsión de sus fundadores, el gallo de El Sol también se volvió afónico y el otrora gran periódico reformista degeneró dando tumbos, al pairo de los avatares de la propia Segunda República, hasta convertirse en una zafia sombra de sí mismo, bajo control gubernamental del azañismo y tutela comunista.

¿En qué medida seguirá repitiéndose la historia, incluso en lo que más directamente me afecta, con el devenir del periodismo en nuestro país? ¿Cómo se materializará el inexorable mantra de que a la tercera va la vencida? ¿Seremos los que ya nos hemos levantado dos veces los finalmente abatidos por las circunstancias políticas, la atrofia del modelo de negocio en el sector y la debilidad de las fuerzas renovadoras, como ocurrió fatalmente cuando lo que se había gestado en El Imparcial, brilló con todas sus insuficiencias en El Sol y vino a fenecer en Crisol? ¿O será más bien la pertinaz tendencia a la concentración del poder la finalmente vencida y EL ESPAÑOL, con sus 26 millones de usuarios únicos al cabo de sólo dos años de vida, se consolidará de manera más vigorosa y fértil de lo que lo hicieron Diario 16 y El Mundo? ¿Lograrán, por otra parte, sobrevivir y rehacerse los medios parricidas que tuvieron que sacrificar sus principios fundacionales a la servidumbre de los tres palacios -Moncloa, Zarzuela y el del César que ocupó la Telefónica- durante la última crisis? ¿Qué ocurrirá con el resto de los medios nativos de esta nueva camada? ¿Y con los demás periódicos tradicionales? ¿Por dónde saldrá El Sol del periodismo?

A esas preguntas intentaré responder este lunes, como forma de homenaje al más admirable intento editorial de la España de hace un siglo, como tributo a todo lo que desde entonces pudo ser y no fue, y como réquiem por todo lo que la tinta se llevó, incluida la propia tinta. Adiós tinta querida, adiós tinteros de mis amores. No os echaremos de menos.

Y puesto que las apariencias siempre engañan, mi exposición comenzará advirtiendo que ni el gallo era de Ortega, ni las tetas las puso Murdoch.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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