De «Tómbola» a la Asamblea de Madrid

Por Francisco Giménez-Alemán (ABC, 10/11/03):

Con motivo de la inminente reapertura de la Asamblea de Madrid, a todos se nos vienen a la memoria los episodios vividos desde el día de su constitución, el 10 de junio, hasta el comienzo de una nueva legislatura este 12 de noviembre. Por medio, todo un camino de acontecimientos que es difícil encasillar solamente bajo el epígrafe de actualidad política. Más bien podrían ser considerados hechos de muy distinta clasificación, a caballo entre las secciones de nacional, sociedad y sucesos de la prensa diaria.

Me refiero, cómo no, a la experiencia vivida desde Telemadrid después de que adoptásemos la decisión de retransmitir en directo las sesiones de la comisión de investigación creada en el seno de la Asamblea para supuestamente responder a las interrogantes que todos los ciudadanos se hacían sobre los sucesos del 10 de junio, o, lo que es lo mismo, la defección de dos diputados socialistas impidiendo así la mayoría absoluta del bloque de izquierdas en la Cámara.

Muchas veces se ha dicho que el directo es el formato rey de la televisión. Así lo creo. El directo es una ventana abierta de par en par por la que se cuelan las imágenes y los sonidos tal como ocurren en el mismo momento en que se producen, sin que sea posible no ya la manipulación sino tan siquiera el menor retoque, la menor matización de lo que estamos viendo y escuchando. Es la pura realidad, sin connotaciones, sobre todo cuando, como en el caso que nos ocupa, los propios diputados, la Mesa y los comparecientes en la comisión de investigación eran los protagonistas, y los periodistas, en todo caso, atentos observadores y fedatarios de lo que estaba ocurriendo. Un ejemplo, en suma, de la más pura traducción a la realidad de los hechos que en el mismo instante en que se convierten en noticia llegan al telespectador sin que medie la mano del hombre salvo en las cuestiones técnicas más elementales.

La retransmisión por Telemadrid de las sesiones de la comisión de control por el caso de los diputados tránsfugas ha inaugurado en España un nuevo modelo de televisión de servicio público, que consiste en dar libre acceso a millones de espectadores a un acontecimiento que por el aforo de la sala sólo podíahaber sido presenciado por medio centenar de personas. Mucho se ha escrito sobre este experimento periodístico de Telemadrid, pero acaso no se han determinado con exactitud las consecuencias que en el orden político ha podido tener un hecho tan novedoso en los anales del parlamentarismo español.

Los extraordinarios índices de audiencia logrados durante esos largos días de la canícula y la buena prensa que tal decisión tuvo en los medios de toda España, nos hizo ver que estábamos ante un fenómeno de comunicación de masas que convenía cuidar, sin llegar a su agotamiento, para que la televisión autonómica cumpliese con los exigentes criterios de servicio públicoque le otorga la ley 13/1984, de 30 de junio, de Creación, Organización y Control Parlamentario del Ente Público Radio Televisión de Madrid.

El directo, rey, como digo, de los formatos televisivos venía de alguna otra experiencia singular meses antes: las retransmisiones en directo de los acontecimientos más sobresalientes de la actualidad madrileña, ya se tratase de actos institucionales como la visita oficial del Príncipe de Asturias a la Comunidad de Madrid, seguida al minuto, o de las manifestaciones contra la guerra de Irak que sacaron a las calles de Madrid a cientos de miles de personas y que la televisión autonómica ofreció en directo sin reservas ni cortapisas como un ejercicio informativo sin precedentes en la Comunidad Autónoma.

Es ese ejercicio de libertad y servicio público el que da auténtico sentido a un medio de comunicación a cuya financiación contribuyen los ciudadanos en más de un tercio de su presupuesto. En el permanente debate sobre la razón de ser de la televisión pública, experiencias como las que hemos vivido el pasado verano en Telemadrid, y a lo largo de los últimos años en unos Servicios Informativos cuya pluralidad ha sido reconocida por toda la sociedad y la clase política, no se puede olvidar el rendimiento social de las inversiones que con el dinero del contribuyente se realizan para mantener un servicio esencial como es el derecho de todo ciudadano a estar bien informado.

La televisión cumple así uno de los preceptos fundamentales que la propia Constitución encomienda a los medios de comunicación, cual es informar verazmente a los ciudadanos posibilitando que se formen su propio criterio sobre la realidad política, social, económica, cultural o de cualquier otro orden. Pero todo ello ha sido posible en Telemadrid porque los Servicios Informativos, de una profesionalidad envidiable, no han recibido otra instrucción que la de cumplir con su trabajo objetiva e imparcialmente. El talante, la altura de miras y la capacidad política del presidente Ruiz-Gallardón, hoy alcalde de Madrid, han hecho posible que algo tan aparentemente sencillo como contar las cosas tal como suceden se haya plasmado en un estilo de comunicación con el que los madrileños en su conjunto se han sentido identificados y satisfechos. La intervención política en los medios de comunicación de titularidad pública suele producir monstruos engendrados por la manipulación, la tergiversación de la realidad y en ocasiones, desgraciadamente frecuentes, la simple omisión de hechos informativos que debieran ser de conocimiento general. Al haberse configurado la información en nuestros días como un derecho y un patrimonio universal de los ciudadanos, tales esfuerzos suelen ser estériles porque la gente tiene la posibilidad de informarse por otros medios y a la postre el intento de falsificación o de omisión sólo propicia que el medio que así actúa quede en flagrante evidencia.

Quienes hace tres años tomamos la decisión de pasar la garlopa por la parrilla de Telemadrid suprimiendo, entre otros, el programa «Tómbola», por entonces buque insignia de la televisión basura, iniciamos entoncesun camino hacia la dignificación de los formatos televisivos hasta poner al servicio del público ocasiones tan singulares como la que ha tenido lugar en pleno verano en la sede parlamentaria de la representación popular madrileña.