De tópicos y gallegos

Los tópicos sobre pueblos nacieron de los primeros contactos esporádicos e individuales de unos pueblos con otros o de la vecindad. Eran contactos de poco tiempo, de un medio reducido, de grupos homogéneos. Estos viajeros, emigrantes, soldados, peregrinos, aventureros y exploradores contaron cosas sobre los sitios que habían visitado al regresar a sus lugares de origen. Estas narraciones crearon leyendas que se convirtieron en el saber de unos pueblos sobre otros, saber que está fundado en experiencias de unos pocos sobre otros pocos y que se fue repitiendo de boca en boca desde entonces hasta hoy.

Con la globalización, los tópicos han caído en desgracia. La gente viaja mucho más y conoce mejor los pueblos sobre los que antes pesaban los tópicos y descubre que la idea preconcebida es falsa o, en todo caso, inexacta. Ya se sabe: una verdad a medias es la peor mentira. No sólo los viajes ayudan a desmentir o valorar en su justa medida los tópicos, sino también la conectividad entre los pueblos gracias a las nuevas tecnologías y a las telecomunicaciones.

Los gallegos dejaron de ser aquellos pobrecitos para ser sencillamente los gallegos; los vascos dejaron de ser aquellas gentes bárbaras; los catalanes ya son más nacionalistas y, con los vascos, más separatistas que tacaños y ahorradores. Los andaluces dejaron de ser la gente divertida para pasar a ser emigrantes que han salido de su tierra para buscarse la vida como otros pueblos de España, y son quienes han convertido el Ejido y otros pueblos de la costa andaluza, inhóspita e improductiva, en vergeles y almacenes de productos hortícolas. Aún así, los tópicos afloran de vez en cuando y pueden jugar malas pasadas. Todavía están recientes las palabras de Rosa Díez llamando «gallego, en el sentido más peyorativo de la palabra», al presidente del Gobierno. Dicha manifiestación levantó un considerable polvareda política. El propio Zapatero respondió que se sentiría «muy orgulloso de serlo», y Díez argumentó que la suya fue una frase sacada fuera de contexto y que no quiso ofender a nadie. Al ser preguntada por Rajoy por el periodista Iñaki Gabilondo días después, se limitó a decir: «Es gallego».

En principio con los tópicos, servatis servandis, pasa como con los mitos: no desaparecen sino que se transforman para expresar lo mismo de antes aplicado a otra realidad. En general ya no es el pueblo llano el que utiliza los tópicos a no ser en chistes y en descripciones, a todas luces cómicas, irónicas, para ridiculizar.

En nuestros días existe una situación que hace renacer los tópicos: la emigración. Muchos emigrantes, cuando vuelven a su país de origen de vacaciones después de haber pasado varios meses o un año en el país de acogida, van repitiendo tópicos que oyeron o una visión empobrecida, porque muchos de ellos no han viajado por el país ni han tratado más que con los compañeros de la fábrica, del taller. En todo caso, con muy poca gente.

Por la influencia de la organización social actual, en vez de aplicar los tópicos a pueblos vecinos se los aplicamos a grupos. Afirmaba P. Sloterdijk que «los hombres disponen del lenguaje para poder hablar de sus ventajas, entre ellas -y no la de menor importancia-, de esa insuperable ventaja que es poder hablar de sus propias ventajas en su propio lenguaje». Los de derechas llaman rojos a los de izquierdas con toda la carga semántica que la palabra ha ido adquiriendo durante años de práctica política no siempre acertada. Los de izquierdas llaman fachas a los de derechas no con mejor intención que los de derechas llaman rojos a los de izquierdas.

Los partidos de izquierdas no pierden el tiempo analizando las propuestas de los partidos de derechas y éstos tampoco lo pierden analizando las propuestas de aquellos. «Son de derechas. Malo», dicen los de izquierdas. «Son de izquierdas, en principio malo», dicen los de derechas. Los tópicos son lugares comunes que también se utilizan para resaltar las virtudes o características positivas, casi nunca del adversario, que se pueden aplicar a muchas personas o situaciones. En este caso nos referimos a los tópicos que resaltan aspectos negativos.

El cine español y, con frecuencia, el que nos llega de los países latinoamericanos, es un cine pendular, va de un extremo a otro. Las películas españolas hechas por cineastas de izquierdas condenan radicalmente todo lo hecho por las derechas. Y a la inversa. Esto es evidente en las películas sobre la guerra española, sobre religión, sobre educación. Hoy los buenos son éstos porque la película está subvencionada y dirigida por algunos de ellos y los malos son aquéllos. Mañana podría ser al revés. El cine español de hoy tiene las mismas estructuras que el cine de la época de Franco; sólo que los buenos y los malos han intercambiado su lugar.

Hacen realidad el dicho de «quítate tú para ponerme yo» o el lampedusiano aserto de «que todo cambie para que todo siga igual». «Toda experiencia de verdad es una articulación interpretativa de una precomprensión en la que nos encontramos por el hecho mismo de existir como seres-en-el-mundo», sostuvo G. Vattimo. España es un país pendular, temperamental, va de un extremo al otro. Más unas autonomías que otras, todo sea dicho. Cuando no se va al fondo de las cosas y de las causas, la historia se repite, y vuelve siempre al mismo punto espacial e ideológico, como si quedase atrapado en una maldición fatalista.

Los tópicos están fundados en la observación, pero en una observación parcial. Aún así, han calado profundamente en la mentalidad colectiva y, en parte y a pesar de la globalización, siguen funcionando. Se dice que la mayor dificultad que ofrece un pueblo para los cambios es la mentalidad colectiva. Por eso, al formar los tópicos parte de ella, no desaparecen con facilidad. En nuestros días, al haberse impuesto en los medios de comunicación social la corrección política, quienes se sirven de ellos, especialmente para reforzar su imagen, los evitan como evita el diablo el agua bendita. Ello no quiere decir que esas mismas personas no participen de la mentalidad popular trasmitida por la literatura oral.

Es mucho más fácil simplificar que analizar, pero es sólo el análisis lo que dará al traste con los tópicos y con sus modernas transformaciones. Ninguna de las apreciaciones está fundada en el análisis, sino en frases hechas. Encuadrada ideológicamente en la derecha hay gente encantadora, y lo mismo en la izquierda, de manera que los tópicos de rojo y facha no definen nada. En la actualidad, por lo demás, ya ni se utilizan dichos tradicionales o refranes sino frases, muchas veces, sin ningún sentido, dichas en la televisión por algún personaje.

Los tópicos están fundados en la simplificación que hacen unos pueblos sobre otros, atribuyéndoles así una identidad que la mayoría de las veces no corresponde a la realidad. Con frecuencia los tópicos más degradantes se dan entre naciones vecinas, y mucho más aún entre pueblos vecinos, entre pueblos de la misma provincia, del mismo concejo y, en Galicia, entre aldeas de la misma parroquia.

Se trata de un mecanismo de autoafirmación que denigra al vecino y que no necesita ningún tipo de justificación porque es communis opinio, tiene la utilidad de resarcir y servir de terapia al grupo. La genuina función de los tópicos no es ridiculizar al prójimo, sino ensalzar la tribu, la aldea o el clan del que habla. Esto ocurre la mayoría de las veces de manera inconsciente, con harto disgusto del protagonista porque suele ir, casi siempre, contra lo políticamente correcto.

La función de este lenguaje no es la de transmitir información sino expresar el orgullo que siente el hablante de pertenecer al grupo del que es miembro. Fruto del autodiseño y del narcisismo tribal, lo expresado por Rosa Díez será considerado como una catástrofe en la historia del lenguaje político y figurará en las antologías de las meteduras de pata, del disparate y en los manuales de incorrección política no tanto por lo que se refiere al presidente, sino por cuanto afecta al pueblo que da origen al gentilicio.

Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC y escritor.