De un Brexit sin acuerdo a un acuerdo sin Brexit

Con la reciente firma del Tratado de Aquisgrán, el presidente francés Emmanuel Macron y la canciller alemana, Ángela Merkel, renovaron el pacto de amistad franco-alemana y dieron un importante y necesario paso hacia adelante para Europa. Sin embargo, no se debió haber dejado fuera del mismo al Reino Unido.

El Reino Unido es una parte integral de Europa; en su calidad de la segunda economía más grande de la Unión Europea, su PIB equivale al de los 19 Estados miembros más pequeños de la UE combinados. Su éxodo, por lo tanto, sacudiría a Europa hasta su núcleo y destruiría el orden europeo de posguerra.

Además, vale la pena recordar que en el año 1963, el Bundestag prologó el Tratado del Eliseo con un preámbulo que estipulaba que Alemania esperaba llevar a Gran Bretaña a la Comunidad Económica Europea; en 1973, eso es precisamente lo que sucedió. Una obertura similar para Gran Bretaña no sería menos apropiada hoy.

Resulta que los líderes de los tres partidos políticos más grandes de Alemania, así como también los líderes empresariales y miembros del público, publicaron recientemente una carta abierta invitando a los británicos a permanecer en la UE. Ante esto, no es inconcebible que el Bundestag pueda adoptar una resolución siguiendo la misma línea.

Ahora que el tratado de salida negociado de la primera ministra británica Theresa May ha sido derrotado en la Cámara de los Comunes, todas las opciones están sobre la mesa. La tragedia Brexit que se avecina aún podría evitarse en el último minuto.

No olvidemos: una retirada británica pondría en peligro la posición fundamental de apertura de la UE hacia el mundo, en particular con respecto al comercio, del cual todos los países, y mucho más Alemania, se han beneficiado. También introduciría un nuevo riesgo para la seguridad, ya que Europa perdería la protección incondicional de una de sus dos potencias nucleares justo cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está socavando la cohesión de la OTAN.

Por su parte, el Reino Unido perdería su integridad nacional o el marco para garantizar la paz en Irlanda del Norte. No hay manera de evitarlo: Brexit requiere que Irlanda del Norte adopte una nueva frontera, ya sea con la República de Irlanda o con Gran Bretaña. Una frontera entre Irlanda del Norte y la República probablemente impulsaría al ejército republicano irlandés a volver a la acción, amenazando con renovar el conflicto civil. Pero una frontera entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña auguraría la ruptura del Reino Unido, especialmente si Escocia renovara su propio impulso en pos de lograr su independencia.

El tratado de salida de May representa una segunda opción, porque incluye una “salvaguarda” en caso de que fracasen las negociaciones sobre la futura relación entre la UE y el Reino Unido. En espera de una resolución, Irlanda del Norte permanecerá estrechamente vinculada a la UE, y Gran Bretaña sólo mantendrá su membresía en la unión aduanera de la UE. Sin embargo, esto significaría que los bienes que viajan desde Irlanda del Norte a Gran Bretaña, es decir, dentro del territorio nacional del Reino Unido, estarían sujetos a nuevos controles. No es de extrañar que la mayoría de los parlamentarios británicos rechazaran un acuerdo que permitiera tal resultado.

Entre tanto, muchos políticos de la UE han estado tratando de averiguar qué es lo que se necesitaría para convencer al Parlamento inglés y así ratifique, de una vez, el tratado de salida de May. Eso, me parece irritante. ¿Por qué centrarse en expulsar a Gran Bretaña de la UE cuando se podría tratar de encontrar una manera para mantenerla dentro? Obviamente, este último sería un mejor escenario para la propia Europa.

Por ejemplo, la UE podría ofrecer un acuerdo retomando las negociaciones donde se quedaron antes de que el ex primer ministro británico David Cameron convocara el referéndum Brexit. La principal demanda de Cameron en el período 2015-2016 fue reducir el atractivo para la migración dentro de la UE con el propósito de que dicha migración sea solamente atractiva para los Estados europeos mejor desarrollados en cuanto a beneficios de bienestar social. Cameron tenía un argumento sólido. Si las personas vienen a un país para ganar salarios más altos, el pastel disponible para distribución aumenta de tamaño; pero, si vienen por los beneficios sociales, el pastel se hace más pequeño.

Ante esto, ¿por qué no tener un sistema en el cual los países receptores y los países de origen compartan los costos de los beneficios sociales para los migrantes? Los países receptores podrían asumir la responsabilidad de administrar beneficios como el seguro de desempleo, el pago por enfermedad y las pensiones. Y, los países de origen podrían continuar brindando beneficios no relacionados con la relación laboral, tales como subsidios para niños que se quedan en el hogar y servicios para migrantes que tienen una edad demasiado avanzada o están muy enfermos como para poder trabajar cuando llegan.

Tal cambio crearía una situación para la UE en la que todos ganen, ya que reduciría el atractivo destructivo del magnetismo creado por los beneficios de bienestar, y daría a los británicos la posibilidad de reconsiderar su decisión de salida, y les permitiría quedarse en la UE con la cabeza en alto.

Qué es más importante: ¿insistir en el principio de que los países anfitriones paguen por la provisión de todos los beneficios sociales, o mantener la membresía del Reino Unido en la UE? Para cualquiera que esté realmente comprometido con el proyecto europeo, la respuesta debe ser obvia.

Hans-Werner Sinn, Professor of Economics and Public Finance at the University of Munich, was President of the ifo Institute and serves on the German economy ministry’s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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