De un pájaro las dos alas

Si angosto era su zaquizamí, en estos días de pandemia las paredes se han acercado entre sí aún más y los espacios, ya estrechos, ahora son minúsculos. Confinado, cien veces ha releído José K. Los conceptos elementales del materialismo histórico, de Marta Harnecker, casi desencuadernado, mientras procura mantener activos sus músculos inexistentes con el casete de Bandiera Rossa, ensayando el gesto de Gérard Depardieu en Novecento.

Nos compraban los progenitores, recuerda nuestro vetusto amigo, unas cajitas con un compás y un tiralíneas para cumplir con los requisitos de la asignatura de Dibujo Lineal. Llevaba aquel odioso instrumento de trazar rectas una ruedita en un costado, que según se apretaba, con sumo cuidado, hacía que las líneas que trazábamos en el papel con tinta china, salvados los detestables borrones,fueran adelgazando. Era de varios milímetros, un grosor respetable, la frontera que hace años separaba a la derecha de la extrema derecha.

Recuerda José K. a grandes brochazos, las enciclopedias las escriben gentes más doctas, que los presidentes americanos eran todos de derechas, republicanos o demócratas, pero no fascistas. Chirac se separaba muy claramente de Le Pen, Adenauer de los nazis, la hija de Mussolini era una loca y en la derecha del Reino Unido lucía Edward Heath sus dotes de pianista, sin que hubiera rastros de fascismo. ¿Eran todos ellos de derechas? Más que José María Gil-Robles. Pero la línea entre unos y otros permanecía gruesa. Y además, impermeable.

Pero las cosas han ido cambiando en las últimas décadas. ¿Quizá los cuatro factores ya conocidos, la caída del imperio soviético y la triada Thatcher, Reagan, Juan Pablo II? Esa línea, poquito a poco, ha ido adelgazando hasta el día de hoy, que la COVID-19 nos ha traído las mascarillas pero nos ha arrancado las caretas. No vayan a creer que este aparejamiento más que evidente se debe a esotéricos atractivos de la extrema derecha como consecuencia de alguna perturbación psicológica, tipo atracción del mal, la oscuridad me atrapa o el abismo me llama. Quia. El corrimiento de tierras tiene que ver con otras cosas, más pegadas a la tierra y menos literarias.

Ocurre que el neoliberalismo ha ido avanzando, imparable, por el mundo llamado civilizado, y sus premisas para crecer y crecer necesitan otras reglas de juego. Constata nuestro hombre que ya no les sirven las antiguas reglas del capitalismo, que necesitaban enterrar las prácticas de aquella derecha que en plena Guerra Fría alternaba con la socialdemocracia para hacer frente al comunismo que amenazaba desde Moscú. Eran otros tiempos, donde el miedo a los rojos, la influencia de la democracia cristiana o vaya usted a saber qué, sembró una cierta mala conciencia en la derecha que al menos consideraba saludable, a la par que beneficioso para sus intereses, un cierto equilibrio social.

Ahora prima el salvajismo de un desigual socatira en el que de un lado jalan los más ricos del lugar y del otro lo más humildes del universo. El neoliberalismo se ha adueñado de una globalización que al comienzo no les pertenecía y están a punto de lograr la distopía de un mundo donde solo rige la ley del más fuerte, un Oeste pleno de grandes propietarios y pistoleros a sus órdenes. Un mundo despiadado donde las desigualdades no cuentan, donde no existe control del Estado -¡qué horror, una dictadura!- para que los forajidos puedan campar a sus anchas.

Primero fue Trump, sigue José K. con los brochazos, que la saga de los Bush ya había abierto el camino. Vieron entonces los grandes amos del universo que con una política enormemente agresiva, sin complejos, con millones y millones de dólares y euros dedicados a la más soez propaganda y la extensión de mentiras y bulos, podían llevarse a su huerto a toda la derecha que hasta entonces lloraba sus miserias sin encontrar el camino. Y llegaron los Bolsonaros a Latinoamérica, los Salvini a Italia y, oh, qué gran triunfo, los Johnson al Reino Unido, Brexit incluido.

¿Y en España? Ay en España, suspira José K., que ve a Merkel huyendo de la extrema derecha como de la peste, a Macron y similares cómo se enfrentan a Le Pen y aquí, qué sorpresa tan grande, la joven dirección del PP se une, carne de mi carne, sangre de mi sangre, con la extrema derecha de Vox. No es que la línea sea fina, no, es que no existe tal, que ambos gobiernan juntos en Andalucía o Madrid, por poner dos monumentales ejemplos. De un pájaro las dos alas. ¿Cálculo electoral? ¿Simbiosis ideológica? Tanto da: el delito es el mismo. Nada extraña, pues, que los discursos del tosco Abascal se confundan con los más sibilinos, pero iguales en el fondo del pimpollo Casado, ambos unidos en los grandes sueños de la internacional del neoliberalismo: bajadas de impuestos, para que los ricos lo sean cada vez más, desregularización y destrozo absoluto de lo público. ¿Acaso no se comprueba en la pandemia actual esta política suicida en los desastres de una sanidad diezmada por los recortes brutales de Esperanza Aguirre y tuttiquanti, años y años de voladura controlada de todo lo público?

Pero no están solos los políticos, que siempre cuentan con el apoyo firme, fanático más bien, de unos medios de comunicación, los clásicos y los modernos, que si ya se movían con holgura en la derecha, ahora disfrutan a sus anchas en la ultraderecha, su espacio natural. Dónde sino, continúa José K. a punto de la apoplejía, situamos a los cornetas del Apocalipsis (véanse artículos con ese título en ELPAÍS de los domingos de agosto de 2010, o en el libro Los cornetas del Apocalipsis, editorial Hoja del Monte, de nuestro llorado Antonio Laborda), esa fiel infantería que alterna el renombrado periódico centenario con los digitales del estiércol, más sus sucias charlas en las emisoras de los obispos. En esas cuevas habitan, sin que José K. haya acabado de decidir si son más canallas que bolonios o más zambombos que villanos. Por cierto, ¡qué gran aportación a la convivencia la de la Conferencia Episcopal! Muchas gracias, señores obispos por esas ondas cuajadas de odio.

Y luego, para redondear, fondos de no sabe qué procedencia, pero sí su origen ultraderechista, crean millones de cuentas falsas o machacan las redes sociales para engordar a esa derecha avariciosa y con hiperfagia a base de indignidades, mentiras y bulos para dañar, aún más, a la izquierda.

Alguien pide lealtad a esta tropa. Para morirse de la risa. Seguro que estos ignaros tampoco conocen una célebre frase de Antonio Genovesi: “Hasta la supervivencia de una banda de ladrones necesita de la lealtad recíproca".

José María Izquierdo

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