Pese a la afición a los sermones del presidente del Gobierno, parece que Sánchez rehuirá (por tercer año consecutivo) la celebración del Debate sobre el estado de la Nación. Ello no impide responder con dos palabras a la pregunta de cuál es el estado en que se encuentra actualmente la Nación: muy grave.
Vivimos una enorme crisis política, social y sanitaria en medio de la mayor crisis económica de la historia de España en tiempos de paz. Con derrumbe del PIB; déficit sin precedentes; deuda pública a unos niveles jamás alcanzados; desplome de los ingresos públicos con gastos desbocados, y más de cinco millones de parados.
Mientras, los mensajes que se envían a la ciudadanía a través de una propaganda ilimitada es que «unidos vamos a salir de esta», «vamos a salir más fuertes» y «nadie se quedará atrás» a la vez que se tergiversan hechos, datos y cifras por unos dirigentes que han hecho de la confrontación, la mentira y el engaño su habitual bandera.
Cuando más necesarios serían unos tripulantes expertos para mantener el rumbo adecuado en mitad de la tempestad, menos vemos a nuestro alrededor a personas serias, rigurosas, conocedores de lo que se traen entre manos. Lo que tenemos son inexpertos advenedizos capaces de destruir cuanto tocan, como ese vicepresidente de segunda, último comunista europeo, que impulsado por el odio y el resentimiento, tiene agarrado por alguna parte sensible de su cuerpo a su jefe y socio al que marca el camino y la velocidad.
La peculiar forma de «gobernar» consiste en no admitir ninguno de los casi infinitos errores cometidos, algunos de gran trascendencia. Así, lo que la furibunda ecologista ha dicho hace unos días, se tapa con la lamentable actuación de Ábalos, que al día siguiente tapa lo de Calvo del día anterior, que sirve para tapar lo de Marlaska, que escondía la impericia de la ministra de Exteriores... Todo ello aderezado por los disparates de los podemitas. Intervenciones lamentables que unos días producen indignación, otros chanza y casi siempre, vergüenza ajena y daño pertinaz a la imagen de España, con el riesgo, ya realidad en algunos casos, de ahuyentar empresas, capitales y turistas que tanto necesitamos para nuestra recuperación.
Nadie del Gobierno ha explicado a los españoles que ya son más pobres que cuando empezaba 2020. Que la crisis se ha llevado en este primer semestre la mitad de todo lo que produce España en medio año y que otro tanto ocurrirá con gran probabilidad en la segunda mitad del año. De las crisis profundas no se sale ni fácilmente ni pronto. Y no se sale si no hay un acertado diagnóstico y un adecuado tratamiento en los objetivos y en los plazos, y sin mucho, mucho trabajo. No se sale prometiendo a todos todo gratis (sin darlo) sino utilizando los recursos que son de los contribuyentes para ayudar a los que podrían sacar sus negocios adelante y siendo muy riguroso y exigente con las ayudas coyunturales que deben prestarse a los más necesitados.
Cuando un país está en una situación de debilidad como en la que nos encontramos, como si de una casa se tratase, hay que empezar por fortalecer sus fundamentos y estos no son otros que su armazón institucional. En España, el largo camino de libertad, paz y progreso que hemos recorrido juntos desde 1975 no cayó del cielo. Se basó en la implantación y desarrollo de nuestras instituciones democráticas y constitucionales garantizadas por una Monarquía parlamentaria que hizo que la Corona con su función de moderación, neutralidad y arbitraje haya ejercido de garante de nuestras libertades.
No se puede tolerar ni mucho menos alentar, el descrédito de la Jefatura del Estado y de quién la representa por parte de algunos con responsabilidades y sueldos públicos, ni aceptar el descrédito de la Justicia, ni de aquellas instituciones que se encargan de defender el imperio y el respeto de la ley, ni atentar contra la Iglesia.
En el terreno económico, España como otros países que ya lo han hecho debe definir un plan de acción 2020-2023 que tras el necesario diagnóstico determine los objetivos del mismo y el control de su ejecución. ¿Quién debe formular ese plan? Otros países han escogido a los más expertos y capaces especialistas. Aquí hemos optado por lo que resulta menos útil y eficaz: crear una comisión (de «solo» cincuenta políticos), método que se utiliza con frecuencia cuando no se quiere abordar y resolver un problema. Si de verdad los políticos quieren solucionar la cuestión, deberían apartarse y contratar a los mejores expertos del mercado. Los políticos pueden quedarse con los temas esenciales para ellos como son la emergencia climática, el feminismo fuera de control, la memoria histórica y similares. Aparte de detraer recursos y tiempo, producen antagonismos y crispación.
España pese a todo, saldrá adelante, gracias al generoso apoyo financiero de Europa, sin el cual resultaría imposible. Para recibir esa ayuda, deberemos cuanto antes optar por el camino de la ortodoxia frente al de la demagogia bolivariana que conduciría al desastre. Cuando nos libremos los españoles de la nefasta influencia comunista, por favor que al salir cierren la puerta…¡y que no vuelvan!
Carlos Espinosa de los Monteros es Técnico Comercial y Economista del Estado.