¿Debe salir Gran Bretaña de la UE?

En el 400.° aniversario de la muerte de William Shakespeare, el Reino Unido enfrenta una pregunta existencial: ser o no ser «europeo». Cuando los británicos voten en junio para decidir si permanecerán o no en la Unión Europea, para tomar la decisión correcta tendrán que salirse de la hipérbole propuesta desde ambos lados del debate y considerar cuidadosamente qué implicara verdaderamente la Brexit para su país.

Las cuestiones principales que incidirán sobre la decisión de los votantes están relacionadas con las relaciones comerciales, la regulación y el presupuesto; la política extranjera y la seguridad; y políticas internas como la seguridad social y la inmigración. Luego tenemos cuestiones sobre los beneficios esenciales y emocionales, y el bagaje que comporta la membresía de la UE, con todas sus normas, regulaciones y burócratas. Se trata de una dura decisión, pero las cuestiones en juego no están claramente definidas.

El RU está profundamente vinculado a través del comercio con el resto de la UE, que representa la mayor parte de sus exportaciones e importaciones globales totales (cada una de ellas significa cerca del 30 % del PIB británico). La Brexit tendría por lo tanto consecuencias significativas para los flujos comerciales, no solo entre el RU y la UE, sino también para el resto del mundo. Esas consecuencias dependerán de los términos y del momento elegido para los nuevos acuerdos comerciales.

Cuando en 1957 se creó la predecesora de la UE —la Comunidad Económica Europea—, vinculó solo a seis países (Bélgica, Francia, Alemania, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos). Dados los elevados aranceles de esa época, la CEE produjo ganancias considerables. Actualmente, la UE cuenta con 28 miembros y constituye el mayor mercado del mundo, pero los aranceles suelen ser mucho menores.

La verdad es que resulta imposible en este momento saber cómo se organizarían las relaciones comerciales pos-Brexit entre el RU y la UE. Después de todo, no hay verdaderos ejemplos —la salida de Groenlandia de la CEE difícilmente puede considerarse una situación comparable— y tan solo negociar los detalles de la retirada podría insumir hasta dos años. Durante ese tiempo, la libra sería más volátil, los flujos comerciales podrían resultar desviados o demorados, y algunas inversiones en sectores británicos relacionados con el comercio podrían quedar en pausa.

Gran Bretaña, después de ese proceso, puede quedar en una situación similar a la de Noruega: un miembro del Área Económica Europea que paga la mayoría de los costes habituales para los miembros de la UE para retener gran parte de sus privilegios comerciales. O podría ser como Suiza, que depende de acuerdos comerciales bilaterales, ya que paga por formar parte del mercado común de bienes, pero no del de servicios. Otra posibilidad sería presentarse de manera independiente en la Organización Mundial del Comercio, o Gran Bretaña podría crear un modelo completamente nuevo. En cualquier caso, serían inevitables los nuevos acuerdos comerciales con países que no pertenecen a la UE.

El RU también prestaría especial cuidado para mantener el papel de la ciudad de Londres como centro financiero mundial, una condición que podría verse debilitada por un acuerdo similar al de Suiza, ya que el intercambio de servicios financieros del RU con el mercado común se desplomaría. Y pagar para mantener preferencias comerciales podría exponer a Gran Bretaña a futuros cambios en las políticas de la UE. Por ejemplo, si la UE decide implementar en el futuro subsidios financieros para apoyar a los países de la periferia altamente endeudados, el presupuesto del RU también podría resultar afectado. En pocas palabras, en caso de una Brexit, el RU puede tener que tomar algunas decisiones muy difíciles para el comercio.

Pero el comercio es tan solo el principio. El referendo por la Brexit también tendrá repercusiones políticas, especialmente si el Partido Conservador se divide en torno a la cuestión (una clara posibilidad, independientemente del resultado). ¿Qué significaría eso para la futura política económica del RU? ¿Cómo afectaría a la fortaleza de su economía o a su presupuesto de defensa?

En términos de seguridad y política exterior, los británicos no han encontrado muchos impedimentos por parte de la lenta y pesada UE. Mientras que la UE impuso sanciones a Siria, el parlamento del RU votó en contra de su participación militar allí. El servicio de inteligencia del RU está muy por delante de la mayoría de sus contrapartes de la UE y trabaja estrechamente con Estados Unidos. En el escenario de una Brexit, los vínculos de inteligencia del RU con EE. UU. probablemente se fortalecerían aún más, independientemente de los nuevos límites que le aplicarían algunos países de la UE en cuanto al acceso a la inteligencia.

La única área donde la situación no es tan enrevesada —al menos desde la perspectiva británica— es el euro, que el RU nunca adoptó. (Recomendé a la ex primera ministra Margaret Thatcher que no se uniera a la predecesora de la zona del euro, la Unión Económica y Monetaria). Fue una decisión correcta, ya que permitió al RU mantener una autoridad completa sobre la política monetaria y, con ella, la capacidad de usar el tipo de cambio para absorber los shocks cuando las subas y bajas internas no se sincronizaban con las del resto de Europa.

Desde la perspectiva de la UE, perder al RU podría ser un duro golpe, que obligaría a la Unión a ofrecer menos a sus miembros, con un coste mayor. Al facilitar que otros países insistan para lograr sus propias excepciones especiales —por ejemplo, a los requisitos de déficits y deuda establecidos en el tratado de Maastricht— la Brexit podría plantear graves problemas para la evolución futura de la UE. Los miembros de la UE —especialmente los países de la zona del euro— ya han estado evitando acciones concretas para solucionar sus crisis económicas, sociales, bancarias, de deuda y cambiarias interdependientes.

Aunque tanto quienes están a favor de la Brexit como quienes se oponen a ella exageran, una revisión de los hechos sugiere que decir no a la Brexit también sería la mejor opción para el RU. Si no le gusta cómo evoluciona la UE —y la Comisión Europea—, puede tratar de renegociar los términos de su membresía —como lo hizo el primer ministro David Cameron en febrero— o abandonarla.

Pero si el RU la abandona ahora, sus opciones quedarán fuertemente limitadas. En especial, los cambios futuros en su relación con la UE, particularmente un futuro reingreso, si resultara deseable, serían difíciles de negociar (tal vez especialmente dado que los líderes europeos desean disuadir a otros estados miembros de seguir el ejemplo del RU). De hecho, esto podría implicar términos peores que los que logró Cameron para su país si continúa en la UE.

Michael J. Boskin is Professor of Economics at Stanford University and Senior Fellow at the Hoover Institution. He was Chairman of George H. W. Bush’s Council of Economic Advisers from 1989 to 1993, and headed the so-called Boskin Commission, a congressional advisory body that highlighted errors in official US inflation estimates. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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