¿Debemos temer un desastre nuclear provocado por un atentado terrorista?

Los ataques en Bruselas el mes pasado fueron un recordatorio cruel de la determinación de los terroristas y de nuestra vulnerabilidad estructural incluso en áreas de prioridad especial como la seguridad nuclear.

Los agresores atacaron el aeropuerto y una estación de metro, pero algunos investigadores belgas creen que, al parecer, eligieron estos objetivos porque sintieron que tenían a las autoridades muy cerca; sin embargo, su plan original quizá era atacar una planta nuclear. Hace algunos meses, durante una redada en el apartamento de un sospechoso vinculado a los ataques de noviembre en París, los investigadores encontraron videos de vigilancia de un alto funcionario nuclear belga. Se informó a la policía belga que dos de los terroristas de Bruselas tenían vínculos con esta cinta.

La seguridad en las instalaciones nucleares de Bélgica es escasa. En agosto de 2014, una persona, aún sin identificar, extrajo 65.000 litros de lubricante de la turbina usada para producir electricidad en la planta de energía nuclear Doel 4 del país. No se detectó ningún indicio de allanamiento, por lo que los investigadores sospechan que fue personal de la misma planta.

En 2012, dos trabajadores de Doel 4 dejaron el país para ir a pelear a Siria y se unieron al Estado Islámico. Se cree que uno de ellos murió en Siria; el otro fue condenado por crímenes relacionados con terrorismo después de regresar a Bélgica.

Hasta ahora, es muy poco lo que se hace para garantizar la seguridad de las plantas nucleares. No solo en Bélgica: las instalaciones nucleares en todo el mundo siguen siendo muy vulnerables.

Durante la Cumbre de Seguridad Nuclear en Washington a finales de marzo, más de 50 líderes anunciaron que grandes cantidades de uranio altamente enriquecido han sido trasladadas de varios países a sitios de almacenamiento seguro y que se fortalecería un tratado clave de seguridad nuclear. Sin embargo, la versión mejorada de dicho tratado resulta insuficiente: no pide siquiera armar a los guardias que cuidan el material nuclear para producir bombas.

El debate acerca del terrorismo nuclear también tiende a centrar su atención en el riesgo de que los terroristas roben material con el que se hacen armas o que hagan bombas sucias. Pero a menudo pasa por alto el peligro de que ataquen una planta nuclear para provocar un desastre como el de Chernóbil o Fukushima.

No obstante, el riesgo es real y se conoce desde hace tiempo. El cerebro de la operación de los ataques del 11 de septiembre había considerado estrellar un avión jumbo en una instalación nuclear cerca de la ciudad de Nueva York. Un manual de entrenamiento de Al Qaeda incluye las plantas nucleares entre los mejores objetivos para infundir miedo en Estados Unidos.

Atacar una planta nuclear o las piscinas de enfriamiento en las que los desechos nucleares se almacenan no provocaría un hongo nuclear ni mataría a cientos de miles de personas. Pero arrojaría grandes cantidades de radiación, desencadenaría pánico entre las masas y haría que vastas franjas de tierra quedaran inhabitables. También podría causar miles de muertes tempranas por cáncer.

Más de uno de cada tres estadounidenses vive a 90 kilómetros de alguno de los 99 reactores nucleares que actualmente operan en Estados Unidos. Además, hay 300 reactores nucleares que producen electricidad en otros 30 países.

Las plantas nucleares han desarrollado mecanismos de seguridad; suelen ser sistemas con poca probabilidad de fallar de manera simultánea: según la teoría, si uno de ellos no funciona adecuadamente, siempre hay un respaldo. Pero la redundancia es una protección efectiva solo en caso de accidentes, no contra terroristas con la intención de hacer que todos los sistemas fallen al mismo tiempo. Al atacar, por ejemplo, el suministro de energía y de agua a la vez, los agresores podrían provocar que el reactor se fundiera o una piscina de enfriamiento se incendiara.

Después de la catástrofe en Fukushima, se reforzaron las medidas de seguridad en las plantas nucleares de todo el mundo: se colocó más equipo de emergencia de respaldo y se mejoraron las medidas para ventilar el gas hidrógeno explosivo. Sin embargo, sigue habiendo vacíos evidentes en cuestión de seguridad, incluso en países como Japón, la India, Pakistán, Rusia y Estados Unidos, que tienen grandes instalaciones nucleares y han sufrido atentados terroristas graves en el pasado. El Presidente Vladimir V. Putin ni siquiera asistió a la cumbre de finales de marzo.

La primera medida debe ser combatir esa confianza que nos da un falso sentido de seguridad. Por increíble que parezca, tuvieron que ocurrir los ataques de noviembre en París para que Bélgica, finalmente, armara a los guardias en sus plantas de energía nuclear. Lo más increíble todavía es que fue necesario que ocurrieran los ataques en Bruselas el mes pasado, para que las autoridades belgas revisaran el historial de los empleados en las instalaciones nucleares y determinaran que a una docena de trabajadores les tendrían que haber retirado sus credenciales de acceso a las áreas de seguridad.

Como mínimo, debería ser obligatorio que hubiera guardias armados en todos los sitios que tengan material con el que se pueda crear armas o donde haya combustible de bajo enriquecimiento suficiente para causar una liberación significativa de radiactividad. Asimismo, se debería investigar meticulosamente a todos los empleados en las plantas nucleares antes de contratarlos.

Estados Unidos puede aprovechar su liderazgo en el comercio internacional de material y tecnología nuclear para mejorar la seguridad en las plantas nucleares de otros países. La ley estadounidense ya exige que el material nuclear que se origina en el país sea protegido de manera adecuada cuando se exporta y mientras está en el extranjero.

Washington también podría solicitar una evaluación confiable de las amenazas terroristas locales, medidas de protección como guardias armados en las instalaciones sedes, simulacros frecuentes de ataques armados para probar los sistemas de seguridad y supervisión independiente de las plantas.

Las leyes y normas de los Estados Unidos prohíben que la inteligencia comparta valoraciones clasificadas de intenciones y posibilidades terroristas con muchos gobiernos. Incluso Japón, uno de los productores más importantes de energía nuclear en el mundo y un aliado cercano de Estados Unidos, carece de acceso a esa información. Esto tiene que cambiar.

La Iniciativa Global para Combatir el Terrorismo Nuclear, una red de 86 Estados y cinco organizaciones internacionales, puede ayudar a fortalecer las capacidades compartidas de todos en este tema, alentando a sus miembros a compartir información y mejores prácticas de seguridad.

Los terroristas han puesto los ojos sobre las plantas nucleares. Así que nosotros también debemos hacerlo.

Graham Allison es director del Centro Belfer para la Ciencia y Asuntos Internacionales en la Facultad Kennedy de Harvard y autor de “Nuclear Terrorism: The Ultimate Preventable Catastrophe”.
William H. Tobey es investigador principal en el mismo centro y coautor del informe “Preventing Nuclear Terrorism: Continuous Improvement or Dangerous Decline?”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *