Deberes a la carta

El verano no sería tal sin un escualo merodeando por la costa catalana, el consabido récord anual de turistas visitando nuestras tierras y el eterno debate sobre la idoneidad de los deberes escolares en periodo vacacional. El tiburón se dejó ver en Tarragona el 3 de junio, este diario informaba el 2 de julio que el periodo estival ratificaría una nueva plusmarca de viajeros; y la Confederación Española de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA) inició antes que finalizara el curso una campaña contra las tareas escolares durante las vacaciones. Así pues, todo en orden en este verano 2016.

Vamos a los deberes. Padres y madres los hay de muchos tipos. También partidarios de los ejercicios en casa. Pero quizá sean pocos, o siendo muchos hablen poco, porque en el debate público ganan por goleada los favorables a su supresión. Cuentan con apoyos importantes. La Organización Mundial de la Salud (OMS) hizó público en abril un estudio para alertar que las tareas escolares en casa dañan la salud (estrés, tristeza, nervios) a tenor de las respuestas de niños y adolescentes que habían participado en el estudio.

No vamos a negar la seriedad de la OMS -que puntualmente nos alerta sobre una nueva plaga bíblica copando titulares con los peligros, pongamos por caso, del jamón- pero parece oportuno preguntarse qué se espera que respondan mayoritariamente los estudiantes sobre los deberes si se les interpela directamente. También la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) se apuntó el pasado febrero al debate. Argumentó que los deberes son motivo de desigualdad entre alumnos de un entorno socioeconómico favorable y los que se mueven en ambientes con menos recursos. Vamos, que si uno es rico, tiene habitación individual, padres con estudios y profesor particular, los deberes son pan comido. Por contra, si es pobre trabajará en el comedor, con progenitores que no le ayudarán y en un ambiente poco o nada adecuado para el estudio. Claro, lo tiene más complicado.

Siendo esto así, hay que añadir que la OCDE no cuestionó los deberes, simplemente dejó anotado que resultan más llevaderos en entornos familiares propicios. Podría añadirse, por poner las cosas en su sitio, que es más fácil asistir a conciertos, cines y teatros habiendo nacido en determinados domicilios y que no por ello se inician campañas para evitar que los niños accedan a este tipo de cultura. Más bien al contrario, intenta incentivarse.

Y por supuesto, Finlandia. Siempre hay un país al norte en el que recabar autoridad moral para defender cualquier postulado. La brújula señala a los finlandeses porque sacan excelentes resultados en el informe/biblia sobre la evaluación de los sistemas de educación de todo el mundo que es el PISA. Se supone que los finlandeses no hacen deberes (sí los hacen, pero menos) así que la relación causa-efecto (no deberes/buenos resultados) se antoja indiscutible. Poco o nada se insiste en que los últimos 'ránkings' PISA vengan encabezados por países asiáticos en los que los deberes -muchísimos- no se cuestionan.

Una de las últimas aportaciones al debate la ha protagonizado Francina Martí, presidenta de la Associació de Mestres Rosa Sensat, quien considera que los deberes son «una tortura para el alumno y para la familia». La expresión parece a todas luces excesiva, pero como quiera que la realidad es para cada uno como la percibe, nada que objetar a su vivencia tan extrema.

Lo cierto es que antideberes y prodeberes tienen sus argumentos. Los segundos también cuentan con una legión -más silenciosa- de apologetas que defienden a capa y espada que llevar obligaciones a casa potencia en el estudiante la adquisición del hábito del trabajo individual o la consolidación de lo trabajado en clase. «La moderación es lo mejor». Quizá lo más razonable para con los deberes, como casi en todo, sería alejarse de los postulados maximalistas y abrazar esta cita de Cleóbulo de Lindos, uno de los Siete Sabios de Grecia.

Bastaría entender que no todos los alumnos son iguales, que no todos los padres quieren lo mismo, que no todas las escuelas tienen por qué tener el mismo proyecto educativo y, sobre todo, que cada maestrillo tiene su librillo. Parece fácil, pero no lo es. Sobre todo porque en el ámbito escolar todos los teóricos parecen empeñados en hacer su propio experimento ideológico disfrazado de pedagogía para imponerlo a los demás.

¿Y si lo verdaderamente revolucionario fuera que hubiera tantos caminos como escuelas y que además fuese fácil escoger? Si el problema para unos y otros es el menú, ¿por qué no incentivar la carta? Claro que eso nos alejaría del igualitarismo y la homogeneización y, para los defensores de la verdad revelada -la que sea-, ello equivaldría casi a un delito.

Josep Martí Blanch, periodista.

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